Hace años que leí a Homo deus. Breve historia del mañana de Yuval Noah Harari. De hecho, igual que millones de personas en todo el mundo. Recuerdo que mientras devoraba a este best-seller sentía la imperiosa necesidad de compartir con mi entorno algunos de los pronósticos de futuro formulados por el historiador israelí, imagino que con el mismo entusiasmo que los seguidores del boticario provenzal más famoso del siglo XVI, Miquèl de Nòstra Dama, más conocido por el nombre de Nostradamus.
La memoria es caprichosa y, hoy en día, he olvidado prácticamente todas las grandes verdades que me pareció descubrir en Homo deus. Sin embargo, curiosamente recuerdo perfectamente un dato que a priori puede parecer anecdótico, pero que, por alguna razón, quedó almacenado en mi cerebro. Cuenta Harari que el césped es la semilla más cultivada en Estados Unidos, sólo por detrás del trigo y el maíz. De hecho, dedica varias páginas a relatar la historia del césped que, releyéndolas, me siguen pareciendo interesantísimas. La afición por rodear nuestra casa de hierba bien cortada no viene, por supuesto, del Antiguo Egipto ni de la Grecia Clásica, sino que tiene su origen en los castillos franceses e ingleses de la Alta Edad Media. Por aquel entonces, para la aristocracia francesa e inglesa, el césped era un símbolo de estatus y riqueza. Sencillamente, porque no servía para nada. Ni siquiera para alimentar al ganado. Por tanto, que un rey, conde o baroncillo pudiera permitirse el lujo de dedicar cientos o miles de metros cuadrados de tierra a un cultivo que no daba ningún tipo de rendimiento era una prueba irrefutable de cara a la galería que nadaba en la abundancia. En los siglos posteriores, las nuevas clases dirigentes dejaron de vivir en castillos, pero heredaron la costumbre de rodear sus residencias de césped. Para aparentar, vaya.
Los catalanes, tradicionalmente poco dados a la ostentación, siempre habíamos sido más de “la caseta i l’hortet”, que decía el abuelo Macià. Aunque si sumamos el césped que tapiza jardines particulares, rotondas de pueblos y pueblecitos, campos de golf y campos de fútbol descubriremos que en nuestro país también hay miles de hectáreas tapizadas de verde que hay que regar con un agua que ahora resulta que es un bien escaso.
Pero no nos vayamos por las ramas. Os hablaba de esta historia del césped que descubrí leyendo a Harari porque me ha hecho pensar en ello la excelente exposición Subúrbia. La construcció del somni americà que estos días puede verse en el CCCB. Una historia cultural de un ideal de vida que se materializa en la posesión de una casa grande con jardín, piscina y un par de coches en el garaje. Un modelo urbanístico que promete en folletos comerciales un lugar tranquilo y seguro, cerca de la naturaleza, para vivir en familia y rodeados por un vecindario amistoso. Un supuesto paraíso terrenal y privado lo bastante lejos del centro de la ciudad, del espacio público, siempre conflictivo, diverso y, en consecuencia, vivo.
Un estilo de vida que hemos visto reproducido mil veces en series y películas estadounidenses:
Escena 1. Un padre que juega a baloncesto con su hijo varón en la entrada del garaje.
Escena 2. Una madre eternamente feliz y amorosa que vive entregada a la pastelería en una cocina inmensa y rodeada de electrodomésticos.
Escena 3. Las barbacoas con unos vecinos que parecen clones los unos de los otros, todos ellos heterosexuales, blancos y con hijos.
Escena 4. Una hija adolescente, guapísima —estarlo es su principal ocupación, si no la única— a quién el apuesto hijo del vecino acompaña a casa tras su primera cita y a la que despide en la entrada, donde siempre ondea la dichosa banderita, con un tímido beso en los labios.
Escena 5. El mismo padrazo que juega tan bien al baloncesto —quizás veterano de guerra y condecorado, siempre un héroe para Junior, su queridísimo hijo mayor— cortando el césped de su jardín y saludando al vecino que también corta el césped de su jardín y que, a su vez, también saluda a otro vecino que también corta el puto césped de su jardín.
Subúrbia muestra que el sueño americano, de hecho, es una pesadilla. Id a verla y no volveréis a mirar nunca más el césped con los mismos ojos. ¡Viva la ciudad!