¿Cuánto hace que no vais al cine?

—Pilar, ¿cuánto hace que no vas físicamente al cine?

La escritora y periodista asegura que precisamente el día anterior había pensado en ir. Subraya que, con Robert, su pareja, van mucho al cine. Sin embargo, finalmente, responde:

—Debe hacer… Desde antes del confinamiento, claro.

—Màrius, ¿recuerdas la última vez que fuiste?

El ex director de La Vanguardia y escritor hace memoria y contesta:

—Hará más de seis meses. Después del verano. Pero ni siquiera recuerdo qué película vi. Sólo que todo era horrible: la mascarilla, estar en un lugar cerrado…

Pilar le da la razón con lo de que la mascarilla es un engorro.

—Baños, ¿te acuerdas de tu última vez?

—Uy… Hará por lo menos un par de años largos –responde el periodista, escritor y ex político de la CUP–, perdí la costumbre de ir, la verdad.

Bromean y alguien sugiere que cuando Baños fue por última vez el cine las películas todavía eran en blanco y negro.

—¿Y tú, Alejandro?

—Antes del confinamiento –responde tajante y, quizás por no quedar como un empresario poco sensible con la cultura, añade: Al teatro sí he ido, ¿eh?

—¿Tian?

El también periodista y escritor no es una excepción:

—Hace, al menos, un par de años. No recuerdo la última película que he visto en el cine. El cine tiene cosas muy buenas, pero también otras que son espantosas.

Como muchos catalanes, Pilar parece que se ha hecho un lío con las prohibiciones del Procicat porque pregunta cándidamente:

—Pero, ¿se puede ir al cine?

El resto le responde prácticamente al unísono:

—¡Claro que se puede ir!

Una vez aclarado que quien no va al cine es porque no quiere, Tian retoma su argumentación y señala el hecho que la gente coma palomitas en la sala como una de las cosas espantosas que, a su juicio, tiene ir al cine. Nadie parece interesado en debatirlo.

A Basté le ha bastado esta mini encuesta entre sus tertulianos para poner en evidencia que el cine está en horas bajas. Antes de pasar a otro tema, anuncia que, a partir de las 11 h, hablarán del futuro del séptimo arte con Toni Vall.

Sala de los cines Phenomena, en la calle Sant Antoni Maria Claret. ©Phenomena

Esto pasaba el lunes por la mañana. Unas horas antes se había celebrado en Los Ángeles la edición número noventa y tres de la noche de los Oscar. Mientras desayunaba, repasé la lista de galardonados y los vestidos que las estrellas de Hollywood habían lucido en la alfombra roja. Aunque no me he quedado nunca despierto para ver la ceremonia, me gusta escuchar el análisis que los críticos hacen después.

Por lo tanto, encendí la radio. Puse a Basté, que empezaba la tertulia, y me sorprendió que en lugar de preguntar a los opinadores si ya habían visto Nomadland o alguna otra de las cintas premiadas, preguntara a Pilar Rahola, Màrius Carol, Antonio Baños, Alejandro López-Fonta y Tian Riba cuando era la última vez que habían ido al cine. Las respuestas me dejaron helado. Que si un par de años largos, que si al menos seis meses…

Lo primero que pensé es que si Pilar, Màrius, Baños, Alejandro y Tian habían dejado de ir al cine regularmente, en muchos casos ya antes de la pandemia, la cosa estaba mucho peor de lo que había imaginado. Principalmente, porque los tengo por personas cultas de aquellas que por Sant Jordi seguro que compran montones de libros, que van a muchos conciertos y que no se pierden ninguna de las grandes exposiciones de la temporada. ¿Cómo se explica que personas intelectualmente inquietas hayan dejado de ir al cine? Ya en su davantal, Basté sostenía que el coronavirus ha agravado la situación, pero que el problema viene de lejos. El mismo director y presentador de El món a RAC1 –cinéfilo empedernido a quien hace años, en Catalunya Ràdio, me encantaba escuchar en sus frecuentes cameos en el programa de Àlex Gorina– constataba que ya no hablamos con los amigos de la última peli que hemos ido a ver al cine sino de las series, así en plural, que estamos viendo en Netflix, HBO, Amazon Prime, Movistar o Filmin.

¿Cómo se explica que personas intelectualmente inquietas hayan dejado de ir al cine? Ya en su davantal, Basté sostenía que el coronavirus ha agravado la situación, pero que el problema viene de lejos

¡Ojo, yo el primero! He pasado de ir al cine una o dos veces por semana a hacerlo mucho más esporádicamente. Sin embargo, por mucho que tenga un pantallón de dimensiones considerables presidiendo el salón de casa, me sigue encantando encerrarme en una sala grande y oscura para ver una película que no podré detener para ir a hacer pis o beber agua; que si tengo sueño tendré que aguantarme porque no la podré acabar de ver al día siguiente y que si a ratos se me hace pesada tampoco podré ir viendo mientras ojeo Twitter o escribo un whatsapp. En las salas de exhibición, desde que se apagan las luces y hasta que salen los títulos de crédito, es el cine quien manda.

Sin ir más lejos, la semana pasada fui al Phenomena ver Otra ronda (Druk, en danés) de Thomas Vinterberg —Oscar a la mejor película internacional— y me hizo feliz ver la enorme sala de la calle Sant Antoni Maria Claret bastante llena y que una larga cola de gente esperaba para entrar a la siguiente sesión.  Sigue habiendo un público cinéfilo, pero desengañémonos, el cine ya no juega el papel fundamental de antaño en nuestras vidas.

Sigue habiendo un público cinéfilo, pero desengañémonos, el cine ya no juega el papel fundamental de antaño en nuestras vidas

Lo pensaba hace unos días, releyendo las memorias de Terenci Moix, para quien el cine fue una fantástica escuela de vida. Para bien o para mal, Hollywood ya no tiene el monopolio de la fabricación de sueños. Sin embargo, sería una pena que Barcelona siguiera perdiendo espectadores y, en consecuencia, salas de cine al ritmo que lo está haciendo en los últimos años. Para que esto no ocurra, es importante que personas como Basté, Rahola, Màrius, Baños, Alejandro y Tian no sólo vuelvan a ir al cine, sino que luego lo cuenten en la radio. Hay mucha gente que los escucha.