Una función operística demuestra su éxito cuando, al día siguiente de la velada, el espectador se sorprende a sí mismo navegando como un yonqui en Spotify mientras repasa los highlights de la noche anterior en sus voces predilectas y también cuando uno protagoniza acaloradísimas discusiones en el respectivo grupo de enfermos operísticos vía Whatsapp (el mío se llama “Così saremo amici”) sobre si la soprano que recaudó más ovaciones es una pucciniana como dios manda o una simple gallinácea intensita. Así ha ocurrido esta semana con un Trittico liceísta que, lisa y llanamente, resulta una producción de primer mundo con un cast espectacular. Hay que felicitar a la dirección general y artística del teatro por haber tirado la casa por la ventana en lo que siempre vale la pena cuando hablamos de ópera –¡a saber, las voces!– en unas funciones que tienen muchos números para convertirse en el éxito indiscutible de la actual temporada.
Mis compañeros de sectorial crítica ya han cantado las excelencias de esta tropa de cantantes, destacando por encima de todo un animal llamado Lise Davidsen a quien Dios todopoderoso incrustó un altavoz en la garganta al nacer ( Valentí, Víctor, corred a cerrar Ariadnes e Isoldes con este bicho, que la pájara tiene números para ser una nueva Nilsson!), la genética pura de Ambrogio Maestri cascándose un Schicchi de manual (y disimulando los aspectos más peludos del Tabarro) y la exquisitez vocal de Ermonela Jaho (insisto a mis amigos de Whatsapp; esta señora es una grandísima artista, pero no sirve para cantar Puccini). Ojo y tímpano a los secundarios, porque este Trittico también ha certificado que Mercedes Gancedo y Pau Armengol siempre dan la talla. Y cuidado con el tenor Iván Ayón-Rivas; una voz luminosa y argentina como pocas.
Todo esto está muy bien y blablablá, pero, contraviniendo la opinión del articulismo tribal, diría que la noticia más trascendente de este Trittico la tuvimos en el foso con Susanna Mälkki. La excelente interpretación que nos regaló la maestro finlandesa puede sorprender al lector, si uno recuerda que Mälkki interpretaba la ópera por primera vez y también que su formación ha estado básicamente centrada en música de los siglos XX y XXI. Pero eso tanto da, porque si un músico resulta ser un artista integral –como es el caso– puede enfrentarse a cualquier cosa y esta señora lo hizo sin despeinarse. Los pitiminí de toda la vida apuntarán que al Tabarro le faltó guarrería pucciniana y que la cuerda podía habernos regalado mucha más carnaza. Cierto, pero cualquier persona con el tímpano mínimamente afinado sabrá que las transiciones finales en Suor Angelica y los concertantes de Schicchi fueron genialmente guiados.
Hay que decirlo sin tapujos: servidor llevaba mucho tiempo sin escuchar a la orquesta del Liceu sonar de una forma tan bella y cuadrada con tanta disciplina. He escrito e insisto en que nuestro teatro público debería contar con un director titular experto en el repertorio italiano (como el reciente Riccardo Frizza) o un germanófilo contrastado (tendríamos que buscar un Weigle joven, para entendernos). Pero si el Liceu lo tiene bastante crudo como para contratar a un director titular de primera línea, puede fintar el prestigio de los teatros del mundo con más solera (y presupuesto) para idear una titularidad distinta. Primero, por el trascendente hecho de ser uno de los primeros coliseos del mundo comandados por una mujer y, a su vez, por hacerlo contando con una director que ha demostrado excelencia en una partitura tradicional y que podría brillar liderando el marrón pendiente de consagrar el repertorio operístico moderno y vivo.
Hay que decirlo sin tapujos: servidor llevaba mucho tiempo sin escuchar a la orquesta del Liceu sonar de una forma tan bella y cuadrada con tanta disciplina
El Auditori de Barcelona ya ha liderado los equipamientos públicos de Europa en la tarea de contratar batutas de una forma prácticamente paritaria con unos resultados que, estoy seguro, marcarán huella a largo plazo. Mälkki ya ha asumido importantes titularidades (primero en Helsinki y después como Principal Guest Conductor de Los Ángeles), con 53 tacos se encuentra al acmé de su carrera y, por lo que escuché el otro día, puede contagiar a los profesores del Liceu con las dos fuerzas rectoras que debe poseer un director: autoridad y entusiasmo. ¿Qué me decís, compañeros? ¿Acaso no ya sería hora de ir contratando a una nueva director en el Liceu?