La Monumental: ¿una herencia incómoda?

Un día, ya hace tiempo, fui a los toros. Permitidme decir, en mi defensa, que entiendo y, en buena parte, comparto los argumentos de quienes consideran que las corridas son un espectáculo propio de otros tiempos —por no decir una salvajada—, y que difícilmente tienen encaje en una sociedad como la nuestra, cada día más comprometida con el bienestar animal. Sin embargo, tenemos que aceptar que la afición a los toros —mal que les pese a algunos que, de hecho, la consideran una especie de herencia del franquismo— ha estado muy presente en Barcelona durante buena parte del siglo XX. La ciudad llegó a tener tres grandes plazas a pleno rendimiento (La Monumental, Las Arenas y El Torín) más una cuarta provisional, parece ser que en La Sagrera. Por otra parte, algunos políticos y artistas del país -nada sospechosos de connivencia con la dictadura- han sido reconocidos taurinos. Por lo tanto, tenemos una innegable herencia taurina, aunque nos incomode… Pero no nos adelantemos que de eso ya hablaré después.

Lo que yo quería contar, para empezar, es que una vez fui a los toros y que, de hecho, no creo que vuelva nunca más. Fui a La Monumental, concretamente, el 6 de julio de 2009. Recuerdo bien la fecha, no porque aquella experiencia supusiera un antes y un después en mi vida, sino porque según las crónicas taurinas que aún se pueden consultar por Internet, se ve que aquella fue una corrida histórica. Toreaba José Tomás que, para los profanos en la materia, podríamos decir que es una especie de Messi del toreo. Apoteosis de José Tomás en La Monumental de Barcelona, lleva por título la crónica de Zabala de la Serna en ABC que comienza diciendo: “Y al mito que se hizo carne hace tres años lo elevaron a las faldas del Tibidabo exhausto en una penúltima ola de entusiasmo. José Tomás a hombros de un pueblo de demonios que danza en nuestras cabezas”. ¡Casi nada! Paco March, en La Vanguardia, tampoco se queda corto. En La Capilla Sixtina del toreo, leemos que “José Tomás, en poco más de dos horas vividas con una intensidad máxima, hizo un compendio de dos siglos de tauromaquia hasta completar una obra de arte -perdón por la irreverencia- equiparable a la joya vaticana”.

Queda claro que, según los expertos en la cosa, esa tarde en La Monumental presenciamos una especie de milagro, aunque he de confesar que, a mí, después del primer toro —supongo que una vez superado el efecto novedad— el espectáculo me empezó a aburrir y estaba más pendiente de la fauna que llenaba las gradas —señores con puros de medio palmo, señoras endomingadas, bastantes famosos que confirmaban que Tomás era el torero de moda…—, que de lo que hacía el maestro. Tengo que admitir también —animalistas, ya me perdonaréis—, que aquella matanza de seis toros no me pareció una carnicería. Seguramente porque, al bastante corto de vista, desde lejos te pierdes la parte más truculenta de La Fiesta: toda aquella sangre que, en los años ochenta, veíamos en TVE en primerísimos primeros planos.

Cada vez que paso por delante de La Monumental, pienso que es una pena que Barcelona no sepa qué hacer o no tenga ganas de hacer nada con este colosal edificio

Todo esto ya es historia —afortunadamente, pensaréis la mayoría—, porque ya hace más de una década que los toros se abolieron en Catalunya. De las plazas de El Torín y La Sagrera no queda ni rastro. Las Arenas hace años que se remodeló —con más o menos acierto, va a gustos— y que funciona como centro comercial. En cambio, con La Monumental, la última plaza de toros de Barcelona, ​​parece que no se sabe muy bien qué hacer. En estos últimos años, se ha publicado que en ella se haría un hotel y un centro comercial, una escuela de circo e, incluso, una gran mezquita. El Ayuntamiento de Barcelona ha expresado, en algunas ocasiones, la voluntad de destinarla a uso social o que funcione como equipamiento cultural pero, de momento, parece que está en ciernes.

Es como si La Monumental fuera una herencia incómoda porque nos recuerda que Barcelona un día fue taurina

La Monumental continúa en manos del Grupo Balañá que, desde la abolición de los toros, únicamente la alquila de forma esporádica para hacer eventos. Este otoño, si las restricciones derivadas de la Covid-19 lo permiten, acogerá una nueva edición del Monumental Club, una propuesta de ocio y cultura que, un fin de semana al mes, llena la arena de música en directo —Manel, la Bien Querida o Delafé—, también djs y varios food trucks.

Monumental Club, una propuesta de ocio y cultura.

Cada vez que paso por delante de La Monumental —la tengo a dos pasos de casa—, pienso que es una pena que Barcelona no sepa qué hacer o no tenga ganas de hacer nada con este colosal edificio de estilo neomudéjar y bizantino. No sólo porque tenga un innegable valor artístico y patrimonial, es una obra protegida como Bien Cultural de Interés Local, sino también porque ha sido escenario de algunos importantes acontecimientos históricos. Pienso, por ejemplo, en el mitin que el presidente Lluís Companys pronunció, en plena guerra civil, o en el del PSUC del año 1978, con Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri sentados en primera fila. La Monumental también ha sido escenario de grandes conciertos que quedan en la memoria afectiva de muchos barceloneses. Seguramente el más famoso es el que hicieron los Beatles el 3 de julio de 1965, pero también podríamos destacar los de Rolling Stones, Bob Marley, Tina Turner o Bruce Springsteen.

Y sin embargo es como si La Monumental fuera una herencia incómoda porque nos recuerda que Barcelona un día fue taurina. Diez años después de la abolición de las corridas, ¿no ha llegado la hora de decidir qué hacemos con La Monumental?