Un buen día, el dramaturgo Iván Morales se topó con una misa evangélica. Estaba dirigiendo La partida d’escacs de Stefan Zweig en el Romea. Los domingos tenían que hacerla más tarde porque el teatro estaba ocupado en su horario habitual. Un día, llegó antes y vio la platea llena a rebosar. Sonaban guitarras eléctricas como si fuera un concierto, con el público completamente entregado, vibrando, mucho más animado que el que asistía a su función. “Me dio mucha envidia, ellos sí que llenaban el teatro”, cuenta. Fue esa la chispa que encontró para encarar la mastodóntica adaptación de El día del Watusi (Anagrama), la aclamada novela sobre la Barcelona de los sin nombre de la transición de Franscisco Casavella. Un título de referencia para “todos aquellos a los que les faltaba una novela generacional que les explicase de donde venía su ciudad”, que ha hecho nacer a grandes watusianos como Enrique Vila-Matas o Carlos Zanón, todos ellos, con cada 15 de agosto marcado en rojo en el calendario.
Así que Morales quiso convertir la complicada función en casi un acto religioso, como todas aquellas misas que empezó a frecuentar desde que vio la primera en el Romea, asistiendo como infiltrado, aunque nadie le dijo nada porque “es la casa de Dios”. En su caso, la Biblia fue sustituida por la novela de Casavella, con un ejemplar paseándose por el escenario del Lliure de Gràcia durante las casi cuatro horas que dura la obra. No es otro que el que ha acompañado a Morales durante los seis años que ha dedicado a levantar el proyecto, completamente manoseado y marcado como se puede ver desde el asiento, pasando por las diferentes manos de un elenco coral formado por Enric Auquer, Guillem Balart, David Climent, Bruna Cusí, Raquel Ferri, Vicenta Ndongo y Xavi Sáez. Mención especial para Enric Auquer y Guillem Balart en el primer acto, donde Auquer muestra una de sus muchas caras, como ya ha hecho en títulos tan diferentes como Vida perfecta y El maestro que prometió el mar. También para el maquiavélico Xavi Saéz del segundo acto y la intensa y decisiva Raquel Ferri del tercero.
Al dramaturgo le atrapó la historia de Fernando Atienza, un chaval que crece y subsiste entre quinquis en las barracas de Montjuïc, desterrado con la promesa del ascenso social de los antiguos dirigentes franquistas que tuvieron que encontrar nuevas máscaras para seguir mandando, un engaño como cualquier otro de la ciudad preolímpica al que siguió la frustración colectiva de los sueños de revista. “Cuando llegué a El día del Watusi se me acabó contagiando la ambición de Francis de querer articular el relato de una Barcelona que no se había casi representado, la de aquellos que no habían podido escribir la historia pero habían formado parte de ella, aunque se les hubiera tratado como figurantes, nunca como protagonistas”, recuerda Morales, quien había descubierto al autor con El secreto de las fiestas (Anagrama) y, cuando era actor, leyendo algunos de sus guiones para los que se presentó a cástings.
Como un acto de militancia con el que “hacer el relato colectivo más diverso”, el director empezó el largo camino de llevar una novela de casi 900 páginas al escenario y ser el primero en hacerlo. La mitad del tiempo se le fue a la adaptación, en la que ha tenido que perder el miedo a traicionar a Casavella para poder armar un texto teatral, fusionando aquellos personajes que se lo permitían, descartando aquello que no era necesario, así como leyendo el texto con los actores, especialmente con el protagonista, Enric Auquer, y alargando los ensayos para acabar de pulirlo. Además, la música en directo se convierte en una pieza fundamental para hacer que fluya mejor el texto, recordando a aquella pastora que Morales escuchó una vez que decía “aquí venimos a rezar con las manos, los pies, la cabeza y todo el cuerpo” y queriendo hacer que los espectadores bailaran mentalmente aunque se mantuvieran en sus asientos. Para ello, algunos actores han aprendido a tocar instrumentos, como Cusí el teclado y Climent el cajón.
Todo “para evitar hacer una obra de dos días” que se ha acabado quedando en las casi cuatro horas, con dos pausas incluidas, algo poco habitual en la cartelera que inquieta a los espectadores cuando se sientan por primera vez en sus butacas, pensando si aguantarán tanto rato, calculando si les dará tiempo para ir al baño, tomar algo o salir a que les de el aire, pero que acaban mimetizándose con el elenco, puede que porque no les queda más opción, pero, eso sí, luego les acaban quedando fuerzas para levantarse y aplaudir. “Hay un punto de locura”, reconoce Morales, sabiendo que eso ha implicado ser muy exigente en los ensayos, midiendo cada palabra y movimiento, pensando también en que los actores tenían que aguantar de pie mucho rato.
Ahora que quedan pocos días para ver El día del Watusi, hasta el próximo domingo 5 de mayo, Morales no sabe si se irán de gira o repetirán la próxima temporada, teniendo en cuenta que agotaron todas las entradas antes de que subiese el telón por primera vez. “Si encontramos una manera fácil de hacerlo, yo estaré encantado”, remarca el director, quien ya está satisfecho por “haber cazado la ballena blanca” y haber llegado hasta donde han llegado, encontrándose con muchas dificultades y reticencias a lo largo de los años que batalló por sacar adelante su adaptación. Lo que sí se contempla con más facilidad es convertirla en una serie, con el mundo audiovisual siendo un campo que ya ha tocado como guionista en Heavies tendres de Juanjo Sáez.