Confieso que, cuando leí que el espectáculo inaugural del Grec consistía en una fusión de circo, danza y canto coral, pensé como un imbécil que sería una cosa tras otra: ahora bailarán, ahora harán malabares, ahora cantarán. Pero la obra dirigida por Darcy Grant, con música de Ekrem Eli Phoenix interpretada por el Coro de Chicas del Orfeó Català, funciona como un organismo unicelular con una carga poética poderosísima. Amenazaba lluvia, y la lluvia cumplió su amenaza, pero pudimos ver el grosor del espectáculo con el corazón encogido y con una creciente sensación de maravilla ya no acrobática, sino estética. Un espectáculo que debería girar a todos los puntos cardinales del mundo.
Los australianos, vestidos de blanco, se mezclaban con las cantoras vestidas de negro en un comienzo de monodia recitativa sobre números que no acaban de pronunciar el cuatro y vuelven a empezar. Y es que el incabado, el error, el coitus interruptus, es una constante magistral durante toda la obra: caer, levantarse y volver a ello. A veces crees que aquella torre humana ha hecho llenya pero en verdad te ha tomado el pelo y te ha dicho que estos jovencísimos cuerpos caerán y se equivocarán tantas veces como ellos decidan. Una obra sobre el desmayo, el levantarse y tumbarse en el suelo, el contar hasta cua y no querer continuar, rodeado de una pieza musical enigmática e inquietante que acompaña al vértigo escénico. Con alguna licencia hacia el Cant de la Senyera, evidentemente, porque el espíritu del Orfeó también ronda por encima de sus cantos y por encima de las cuerdas que de repente atraviesan todo el anfiteatro.
Este tipo de castellers australianos crean un clímax de tensión que parecía inimaginable sólo con los cuerpos, sin objetos accesorios, sin artificios, somos nosotros y con nosotros les haremos estallar los ojos. De repente dos torres humanas conectadas por un enxaneta que hace el puente puede evocar las torres de la Sagrada Família, o ahora se intercambian con un salto las copas de cuatro torres, o ahora un pilar se conforma con un simple salto desde el suelo, o ahora uno de ellos camina por encima de tres enxanetes como si fueran una escalera. O ahora, también, los cuerpos son teclas de un órgano que gimen cuando se pisa descalzo sobre las barrigas.
El espectáculo, que ya ha ganado varios premios internacionales, parece hecho más a la catalana que a la australiana. No sabías si la acción se desarrollaba más cirquedusoleilmente o más furadelsbausmente, es decir más mediterráneamente, pero conseguía una constante belleza escénica. Sobriedad pero calidez, abstracción musical pero ternura, contundencia acrobática pero relato comprensible y coherente. Incluso el famoso escenario de piedra de Montjuïc proyectaba las sombras de los virtuosos primitivamente, casi altimíricamente. La obra es un constante y descarado homenaje a la Humanidad y las posibilidades del cuerpo, no sólo en hazañas acrobáticas sino también en capacidad conmovedora y estética.
En el público, toda Barcelona y los flamantes representantes municipales. Colau todavía tiene mucho más favor popular que el alcalde Collboni, si debemos hacer caso de los aplausos. Y la lluvia nos robó la última parte del espectáculo, pero nos dejó pensando si todavía era posible mejorarlo o subir su dificultad. Pero sólo había que repasar un poco la política reciente, sentados todos ellos en sus sitios, para convencerse de que siempre es posible realizar las acrobacias más inverosímiles.