Del ‘Monopoly’ a la fotosíntesis

Las ciudades tienen tiempos diversos: los ciclos electorales, los cursos escolares, las vacaciones de los europeos, el consumismo navideño, las rebajas, la Semana Santa… Antes, estas temporadas estaban muy marcadas por los ciclos naturales (estaciones, crianzas de animales, cosechas, cultos a las deidades), pero cada vez tienen más que ver con la productividad y el consumo. Es la hegemonía cultural anglosajona, que nos hace celebrar Halloween en lugar de la castanyada.

Incluso los parques, cuando se diseñan, terminan generando programas muy artificiales, con abundantes juegos infantiles y mobiliario urbano, como si los espacios verdes y plantados fueran un aburrimiento potencial para evitarlos. En las ciudades densas como Barcelona, ​​todavía pasa más, y cualquier espacio libre se llena de chiringuitos (qué horror no poder consumir durante unas horas) o de artefactos plásticos y metálicos con escaleras y pendientes para que los niños jueguen con seguridad.

Caminar por un espacio ajardinado permite desconectar del ruido diario y observar el tiempo lento de la naturaleza, que sigue la ley ancestral del sol, la tierra y el agua. Los grandes parques, las colinas ajardinadas o la Carretera de les Aigües permiten encontrarse con gente diversa que busca la distancia necesaria para alejarse mentalmente de las leyes impecables que rigen la economía urbana.

Estos días, en casa, hemos jugado al Monopoly y, después de un par de partidas, las niñas han entendido los principios básicos de la inversión inmobiliaria: los alquileres enriquecen a los propietarios y empobrecen a los arrendatarios. Es un fenómeno contraintuitivo, porque la inversión inicial al comprar una determinada parcela descapitaliza al jugador, pero a medida que pasa el tiempo, las criaturas entienden que era rentable comprar, sobre todo las parcelas más caras. Si a la ubicación se le añade usos lucrativos (hoteles, ocio, lujo), la combinación es perfecta para explicarles cómo funciona la economía urbana: los lugares donde pasa mucha gente acaban siendo siempre buenas inversiones.

Como juego, es trepidante si se entra en la fiebre inversora, pero bastante aburrido si la mentalidad de los jugadores es desigual. Si el jugador decide no invertir, no tiene ninguna opción de ganar, porque siempre perderá, obligado a pagar el alquiler que marcan las cartas del juego.

Y, sin embargo, las ciudades son mucho más que los negocios inmobiliarios. Por eso, a pesar de que los jugadores de la economía urbana nunca lo promoverán (promotores, agencias de compraventa, hoteleros, etc…), debe haber contrapoderes que detengan la locura inmobiliaria. Hay parcelas que se cultivan como huertos urbanos que nunca serán rentables desde el punto de vista de la agricultura urbana. Pero son importantes porque la gente va a cuidar de las plantas y, sobre todo, a distanciarse de la lógica rutinaria.

Caminar por un espacio ajardinado permite desconectar del ruido diario y observar el tiempo lento de la naturaleza

Es cuando te detienes un rato, cuando te das cuenta de que hay mucha gente que no se beneficia ni entiende las reglas del Monopoly planetario que se ha articulado en torno a las ciudades atractivas. Las barracas que proliferan en las inmediaciones de Collserola, el Garraf o los ríos de Barcelona, ​​son oasis llenos de gente que disfruta del espectáculo de la fotosíntesis. Emparran trepadoras, cultivan semillas, guardan el agua de lluvia, hacen crecer pérgolas vegetales que hacen sombra, convierten la tierra árida en caminos de rosales llenos de olor…

No hay nada más bonito que ver los terrenos sembrados o los árboles podados por alguien que se ha pasado algunas horas haciéndolo. En el barrio de la Clota, en Barcelona, ​​hay un invernadero histórico en el que he pasado horas mirando plantas. Es una tienda, lejos de las calles urbanas, que no cuesta dinero al erario, porque es un negocio familiar. Vende plantas, flores, semillas, arbustivas, plantel… Género muy especial para un tipo de barcelonés aficionado a los jardines y a la calma. Caminar observando los balcones floridos y los jardines privados sirve para darse cuenta de que la gente cuida mucho más el espacio verde que las piedras. Hay muchas manos que plantan los rincones de la ciudad de forma espontánea y sin normas u obligaciones escritas. Quizás no son las casillas más preciadas del Monopoly, pero sin duda son muy valoradas por la gente que no lo cuenta todo en euros.