Nuestra alma mediterránea

El domingo se celebró, por primera vez, el Día Internacional del Mediterráneo y el Ayuntamiento de Barcelona iluminó su fachada con una rama de olivo para conmemorar una jornada que tiene por objetivo el fomento de la identidad mediterránea y el fortalecimiento de los lazos entre las dos orillas del Mare Nostrum. El Día Internacional del Mediterráneo nace de una declaración aprobada hace un año por los cuarenta y dos estados miembros de la Unión por el Mediterráneo (UpM), coincidiendo con el vigésimo quinto aniversario del Proceso de Barcelona. No sé vosotros, pero a mí me da que este primer Día Internacional del Mediterráneo ha pasado muy desapercibido a la ciudadanía y es una pena.

Digo que es una pena porque los objetivos de la UpM son más necesarios que nunca y también porque Barcelona tiene un alma profundamente mediterránea. Hemos invertido muchos esfuerzos en ser modernos y europeos —creyendo, equivocadamente, que para ser modernos y europeos debíamos volvernos nórdicos o, como mínimo germánicos— y, por el camino, me da la impresión que hemos renunciado a buena parte de la nuestra identidad mediterránea o la hemos sustituido por una mediterraneidad de anuncio de cerveza.

Soy uno de los muchos barceloneses que tiene la sensación de que esta Barcelona propulsada hacia el éxito internacional por los Juegos Olímpicos del 92 ha ido perdiendo un poco lo que la hace única en el mundo. Es decir, su alma. Pues bien, para recuperar parte de su esencia puede que no sea necesario encargar costosas auditorías sino, sencillamente, mirar menos hacia el otro lado del Atlántico y más hacia Italia, Grecia, Turquía y, por supuesto, hacia la orilla sur del Mediterráneo.

Hemos invertido muchos esfuerzos en ser modernos y europeos y, por el camino, me da la impresión que hemos renunciado a buena parte de la nuestra identidad mediterránea 

Es en esta línea que, ayer, el Museo Marítimo de Barcelona acogió la ceremonia de entrega de premios de Un Mar de Palabras, un concurso literario euromediterráneo que organizan anualmente el IEMed (Instituto Europeo del Mediterráneo) y la Fundación Anna Lindh. Hala Kabalan, una joven activista siria residente en Beirut, ganó el primer premio con su relato Out of tune que explora los sentimientos de rechazo y empatía hacia los refugiados.

Este fin de semana, pensaba en todo esto, después de comprar entradas para el concierto que dará Lluís Llach en el Palau Sant Jordi el próximo 18 de diciembre, porque justamente me convertí en fan del cantautor de Verges en 1993 a raíz de Un pont de mar blava, un canto al respeto y al entendimiento entre las culturas mediterráneas.

Vuelvo a escuchar, después de muchos años, las voces de Llach, Amina Alaoui —en árabe— y Nena Venetsanou —en griego—, y acabo de convencerme de que sería fantástico que Barcelona supiera aprovechar este nuevo Día Internacional del Mediterráneo para recuperar y reivindicar su mediterraneidad: “Un pont de mar blava per sentir-nos frec a frec, un pont que agermani pells i vides diferents, diferents”.