‘Señoros’, bajen del escenario

Mañana habrá pasado el 8 de marzo. Ya volverá a ser un día normal, podremos despintar el morado de todos los logos y dejar que los señoros vuelvan a ocupar todos los espacios de poder que por los siglos de los siglos les han sido concedidos. ¿Y por qué deben cambiar, si el coste es renuncia?

El 8 de marzo no me empodera. El 8 de marzo me provoca bajón, porque me recuerda que el resto del año, los otros 364 días, las mujeres seguimos yendo a remolque, reivindicando unos derechos que da vergüenza que, en 2023, tengamos que seguir reivindicando.

La teoría nos la sabemos. Somos el 50% de la población y es de justicia que tengamos igualdad de acceso y de representatividad y de poder, en casa, en la sociedad, en la empresa, en la universidad, o donde sea necesario. Claro que no me gusta que haya que imponer cuotas, porque yo también creo que debe ser la meritocracia la que nos lleve a las mujeres a ocupar la mitad de todo. Pero en nombre de la meritocracia, los hombres acaban aún eligiendo siempre a hombres, qué misterio.

Ni imponiéndolo por ley hemos logrado garantizar la presencia femenina en los puestos de poder, en los órganos de gobierno o en los consejos de administración de las empresas… el Ibex cumple justito. ¡Pero miremos los consejos de las startups o scaleups, por ejemplo! Las mujeres son tan invisibles como los unicornios en el reino animal. Si incluso ha sido necesario hacer una ley para que haya mujeres en los jurados de premios, porque hasta ahora a nadie le ha caído suficientemente la cara de vergüenza todas las veces que los señoros, solos, hacen y deshacen.

Empoderar, qué trampa. ¿Quién debe empoderarnos? No necesito que nadie me empodere. No soy parte de ninguna minoría ni grupo en peligro de extinción. Y me he cansado (¡muchas nos hemos cansado!) de tener que reclamar obviedades (a estas alturas seguimos luchando por la igualdad de oportunidades o por la igualdad salarial). Me da vergüenza que todavía tengamos que seguir combatiendo estereotipos, sobre todo, porque quienes los perpetúan quizás hoy habrán pintado su logo de morado, pensándose que así ya estamos contentas.

Empoderar, qué trampa. ¿Quién debe empoderarnos? No necesito que nadie me empodere. No soy parte de ninguna minoría ni grupo en peligro de extinción. Y me he cansado (¡muchas nos hemos cansado!) de tener que reclamar obviedades

Pero yo me he cansado y hoy no quiero participar en ningún acto pensado para mujeres (poner mujer en un título es excluyente. Es de risa ir a una charla sobre el día del hombre trabajador). Las mujeres podemos hablar de la menopausia, de cómo organizarnos para trabajar y criar a los hijos, de eso sabemos. Pero también podemos saber de física nuclear, de inteligencia artificial, de movilidad, de fútbol, de heavy metal, de literatura, de software o de lo que haga falta. Hay mujeres expertas en todas las disciplinas del mundo mundial. Lo que hace falta es pensar en ellas y darles voz. Hacernos referentes, también para los hombres. No es tan difícil.

Por eso no quiero ir a clubs de mujeres, ni a reuniones de mujeres, a networkings para mujeres, o a charlas para mujeres. Ahora no quiero ningún safe space más. Ningún guetto más. Ya no.

Yo ahora lo que quiero es estar en los mismos lugares donde casi sólo hay hombres, allí donde cortan el bacalao y toman las decisiones en nombre de todos y para todos. Quiero estar por el qué y por el cómo soy. Sin tener que impostar masculinidades, ni disfrazarme con trajes masculinos o escotes exagerados. No quiero ser la nota de color. No quiero estar sólo porque tengo ovarios.

Quiero estar ahí por lo que sé y por lo que puedo aportar, que debe ser tanto –o más, ¿por qué no?— como pueda aportar cualquier señor. Al que, por cierto, nadie le habrá pedido una prueba extra demostrando su capacitación: se da por sentado.

Quiero estar ahí, vistiéndome del modo que a mí me haga sentir bien, pensando y sintiendo cómo siento, actuando como soy. Quiero estar ahí porque si no estamos, el mundo se está perdiendo la mitad del talento disponible, y una sensibilidad y una mirada diferente e igual de valiosa. Quiero estar sin tener que pedir permiso ni perdón. Estar ahí, porque somos.