Pessebre Plaça Sant Jaume Navidad 2023
El pesebre del Ayuntamiento de Barcelona y la decoración navideña del Palau de la Generalitat. ©TheNBP

Barcelona, ​​¡no te pongas tan fea!

¿Dónde queda el lema 'Barcelona, posa’t guapa!'? Hay que hacer algo de forma urgente para que los visitantes de la ciudad no crean que compartimos el mal gusto de nuestros líderes.

Cuando un extranjero le pregunta a uno cómo definiría Barcelona, ​​enseguida –algo que ocurre con cualquier interlocutor del mundo que glose su ciudad– emerge el adjetivo “bonita” de tus labios. Después, justamente porque sabes que todo el mundo ama el lugar donde ha nacido (aunque sea tan feo como Zaragoza u Omaha), aclaras que Barcelona es bella de una forma muy particular, ordenada y modesta. Inmovilizas verbalmente al interlocutor en cuestión, hablándole de la sintaxis del Eixample, mixtura perfecta entre el ideal griego del noucentisme y el trencadís modernista, y este pastiche de cerámica un poco cursi te sirve para explicar cómo, incluso cuando inundamos los objetos de color, lo urdimos con la geometría en la cabeza. Afirmas que Barcelona es bella, sobre todo porque es tranquila, pues paseando siempre te topas con una tienda, un árbol y un conciudadano interesantes. También porque, por lo general, ésta es una ciudad libre, donde la gente no se mete en tus asuntos y deja hacer al otro lo que quiera.

Todo esto está cambiando. Nuestra ciudad era, en efecto, una suma perfecta de prosperidad y confortabilidad. Nunca teníamos ni tendremos el poder cultural de Nueva York o de Londres, pero podíamos acercarnos a estas ciudades momentáneamente y, a su vez, jugar la carta de vivir en un paisaje mucho más humano que dichas metrópolis enloquecidas de crecimiento. Pero ahora, Barcelona se está encareciendo de una forma exponencial (lo cual no se ajusta a los sueldos del vecindario) y, por si fuera poco, ha dejado de ser un lugar para pasear de forma calmosa. Por si fuera poco, últimamente la ciudad parece disfrutar con la fealdad: así se ha visto en mi cercana Plaça de Sant Jaume, donde las administraciones del país han jugado a ver quién embadurna más el lugar en una competición desaforadamente chabacana. Primero, está la horterada esta del pesebre que Jaume Collboni ha decidido seguir perpetrando y después la idea genial del Govern de manchar la portalada de la Generalitat con etiquetas navideñas.

 A mí me encantaría haber presenciado las reuniones en las que alguno de nuestros políticos tuvo la brillante idea de montar un pesebre a base de horripilantes postalitas o de convertir una de las sedes de poder más antiguas de Europa en la puerta de una nevera rebosante de colgantes navideños. Me apasionaría, en serio, saber quién o cómo se puede llegar a la conclusión de que ensuciar nuestras plazas y nuestros edificios más señoriales con estas monas de pascua resulta una buena idea. Porque si la inteligencia política de nuestros líderes es igual a su sensibilidad estética, deberíamos ir rezando para que nos transfieran laboralmente a un pueblecito de Alaska como le pasó a nuestro admirado Doctor Joel Fleischman. Servidor nunca ha sido un amante de la decoración lumínica, pero en los pueblos se suele tener la decencia de hacer coincidir las retahílas de luz con el contorno de los edificios más emblemáticos; no como en mi calle, donde el alumbrado se ha instalado urdiendo unos triángulos que destrozan su figura de una forma delictiva.

Me apasionaría, en serio, saber quién o cómo se puede llegar a la conclusión de que ensuciar nuestras plazas y nuestros edificios más señoriales con estas monas de pascua resulta una buena idea

Contraviniendo mi carácter liberal y antipunitivo, propongo a la conciudadanía que nos unamos para instaurar un delito que debería ser mucho más ejemplarizante que las sanciones de hacienda, contra el medio ambiente o incluso de sedición. Habría que instaurar un delito de fealdad estética, porque ensuciar el paisaje de una ciudad de una forma tan cursi debería comportar, al menos, algunos días en el trullo. De hecho, tendríamos que ir ampliando nuestras ya suficientemente embutidas cárceles, para albergar a los autores de la mayoría de escaparates, carteles promocionales y otras mandangas que ensucian las fachadas de Barcelona. Si estas faltas se cometieran en nombre de la autoridad competente, como es el caso del espantoso display de la Plaça de Sant Jaume, a lo penitenciario habría que sumar una multa compensatoria: porque los trastos horripilantes en cuestión nos cuestan mucha pasta. Hay que hacer algo de forma urgente para que los visitantes de la ciudad no crean que compartimos el mal gusto de nuestros líderes.

Hace lustros, cantamos aquello de “Barcelona, posa’t guapa!”; ahora deberíamos ser algo más modestos y, en consonancia con la crisis estética de nuestro tiempo, repetir compulsivamente “Barcelona, ​​¡no te pongas tan fea!”.

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El pesebre del Ayuntamiento de Barcelona, en la Plaça Sant Jaume. ©TheNBP