Ahora que nos encontramos confinados en el municipio, sin poder salir al monte a ejercer de urbanitas (de “fangas”, como se le llama) dejadme decir que yo siempre he considerado (aunque llena de culpabilidad) que “la castañada” es una de las fiestas más aburridas de la tradición catalana. Cualquiera que tenga hijos entenderá que no se puede competir con Halloween, tan divertido, tan moderno, tan global.
Lo de “El tió”, por ejemplo, me parece un producto de márketing imbatible. Sobrevivirá, porque lo tiene todo para sobrevivir. Se trata de hacerle bullying a un tronco indefenso. Le pegas preventivamente para que defeque según tu criterio ( “no cagues arenques, que son muy salados” dice la canción) y, una vez ha obedecido, lo quemas.
Por si fuera poco, “la castañada” en una ciudad como Barcelona y en pleno cambio climático se entiende poco. Hace más calor, poca gente tiene chimenea en el piso y las abuelas barcelonesas (es decir, las castañeras) no se ponen pañuelo negro en la cabeza. Son tan guapas que cuando las observas en la puerta de la escuela, no sabes si van a buscar a los nietos o a los hijos de su tercer matrimonio. Además, “la castañada” tiene otro hándicap. Si te emborrachas (por puro aburrimiento) no será por causa de unos gintónics de esos tan creativos, con semilla de cardamomo y ensalada de tomate, sino por causa del moscatel. Tristísimo.
Pero este fin de semana que lo único que podemos hacer es ir al cementerio, porque no podemos salir del municipio en busca de la chimenea, añoro aquella fiesta de la que me reía. Añoro los panellets chamuscados de formas amorfas elaborados en la escuela por los hijos de los dueños de la casa con chimenea. Añoro quejarme del Halloween y añoro asustar (asustar de verdad) a los niños que osaban venir a mi puerta exigiendo caramelos.
Me parece que me voy a comprar castañas y boniatos y panellets y, de acuerdo, moscatel. Me voy a la pastelería a hacer la disciplinada cola, para salir con aquel paquetito de papel que produce tanta alegría. Pero me parece que también compraré queso y vino, algo que dé la sensación de fiesta, tal vez embutido, tostadas. Sí! Salgo a la tienda de comestibles para poder admirar, un año más, esas calabazas mal imitadas, que tienen los ojos y la boca de cinta aislante negra, a la que nunca me acostumbraré.