El aclamado cuarteto de saxofón Kebyart.

De lo nuevo a lo viejo

Tradición y modernidad se suman en dos conciertos antagónicos en el Palau de la Música protagonizados por el pianista Sokolov y el cuarteto de saxofones Kebyart con el Cor Cererols

Esta misma semana, la feliz contingencia de la programación musical barcelonesa ha hecho coincidir dos conciertos trascendentes en el Palau de la Música donde he disfrutado por igual de lo nuevo y de lo viejo. Primero fue el estreno de la feliz conjunción entre el cuarteto de saxos Kebyart y el Cor Cererols, dos formaciones con mucho camino por recorrer –del 2014 y del 2018, respectivamente– conformadas por artistas ya maduros de la generación millennial (con alguna voz más veterana). Hay que celebrar este feliz encuentro entre unos músicos a los que haríamos bien en ya no etiquetar nunca más como “jóvenes” (la pulsión de infantilizar es uno de los tics más crueles de esta tribu), pues su relación con el material sonoro ya tiene mucha sabiduría a sus espaldas. Siguiendo la estela de la familia Hilliard/Garbarek, esta nueva tropa feliz ha doblado la apuesta en un concierto magnífico que podría derivar en discos de antología.

Conocí a Marc Díaz hace tiempo y en los ojos de aquel joven cantante, ya se podían intuir las chispas de un futuro director notabilísimo. El polvo entre los Kebyart y los Cererols tiene gracia porque, al gesto más canalla de escuela ESMUC, se suma el rigor montserratino de siempre. Tremendamente a favor. Del concierto me quedo con las versiones de Mendelssohn (Trauergesang Op. 116) y Reger (Nachtlied Op. 138, núm. 3), unas interpretaciones de primer mundo que podrían competir con cualquier formación teutona. Para disparar a Bach como dios manda todavía queda mucho trabajo y, visto que el experimento funciona, las dos formaciones harían santamente encargando más obra original a nuestros compositores (así, de paso, nos ahorraríamos turras  insufribles como la efectista Amao Omi de Giya Kancheli). Pero todo esto son mandangas, porque aquí la santa noticia es que el experimento funciona y encaja muy bien.

De hecho, si me leen programadores musicales o algún señor con pasta que quiera hacer algo para el país (más allá de ver cómo sus herederos dilapidan absurdamente su patrimonio), les pido formalmente que contraten este concierto magnífico de los Kebyart/Cererols y que les den algún dinero para que puedan aumentar repertorio. Contra aquello que dicen los nostálgicos, las generaciones nacidas a partir de los 90 y también las más tiernas (ojo y tímpano en el ciclo Música  Z que ha iniciado el Ayuntamiento de Barcelona en una de sus inauditas apuestas culturales mínimamente inteligentes) nos están regalando proyectos artísticos que pintan la mar de bien. Quien piense que todo lo pasado fue mejor, en el aspecto musical catalán, se equivoca. Ahora sólo faltaría que los equipamientos públicos se pongan las pilas y hagan honor a nuestros músicos. Que esto ocurra más en el Palau que otros lugares nos hace pensar mucho.

El polvo entre los Kebyart y los Cererols tiene gracia porque, al gesto más canalla de escuela ESMUC, se suma el rigor montserratino de siempre

“M’exalta el nou però també m’enamora el vell” (había jurado no citar la frase, qué le vamos a hacer), y es así como al día siguiente de este concierto me precipité a la cita habitual del Palau con el pianista Sokolov. Por mucho que previsible, el éxtasis es algo que debemos celebrar. Muchos melómanos se extrañaron del programa, con una primera parte íntegramente dedicada a un repertorio de apariencia menor como es el de Purcell. Pero conocen poco a la bestia, porque el pianista ruso aprovechó el tejido musical de las suites y melodías del genio de Westminster para cascarse una sola divagación en un continuo de placer. Podemos haber escuchado mil veces el sonido vidrioso de este genio (que aún sorprende por su efigie de camarero de balneario absolutamente indiferente al orgasmo del público), pero todavía nos quedamos boquiabiertos pensando de dónde sale esa magia percutidora del teclado con unas bordaduras de auténtico acero.

Lo de Purcell fue muy bonito (Sokolov incluso se perdió un poco durante el Round 0, en Re menor, Z. T. 684), pero lo que hizo con el Andante cantabile de la K. 333/315c de Mozart fue de otro planeta. El Commendatore de Don Giovanni compareció en escena más de una vez en un registro bajo rebosante de unos armónicos simplemente delirantes. Ni una mandanga. Ni una mariconada. Por el contrario, cuando el pianista presentía que podíamos disfrutar demasiado de una melodía ya transitaba sin freno a la siguiente. ¡Viva Rusia a pesar de las embestidas del pesao de Putin! ¿Cómo se puede tocar Mozart de esta manera? Qué bestia. Y sí, como os podéis imaginar, terminado el programa comenzó una nueva edición de “las terceras partes de Sokolov”. Y venga “fot-li” Brahms, y tráigame un poquito de Rach, y “tomba que gira”. Setenta y dos tacos y con la energía del primer día.

El Palau haría bien en reservar un espacio insonorizado para los músicos como servidor que, en conciertos como este, sufrimos horrores para permanecer educadament sentados en el sillón. Porque lo del otro día requiere una gradería futbolística, donde se pueda saltar de alegría, retorcerse de dolor e incluso insultar la providencia ante un músico que hace cosas inexplicables. Espero que nos la pongan pronto, porque a mí “m’exalta el vell i m’enamora el nou”.

El pianista Grigory Sokolov.