Parece una pregunta que haría Barbie, pero en realidad la entonamos a lo Sherlock Holmes: ¿Qué significa el nombre de tu restaurante? Si hacéis el ejercicio, veréis que las respuestas van desde lo apático hasta lo sentimental (“ya se llamaba así”, “Google prioriza que empiece por A”, “viene de mi abuela materna”). Hay tantas respuestas como apelativos, pero yo lo tengo claro: la calidad de un restaurante empieza por su nombre.
Y diréis: ¿Qué tiene que ver algo tan superfluo como el nombre con la habilidad culinaria de un chef? De entrada, un apelativo con historia implica que estamos ante un proyecto que tiene muchos números de ser personal y, por ello, de apostar por mejores ingredientes, menús más cuidados y un trato más cercano. También puede indicar que el equipo se considera una gran familia y que el local tiene más números de permanecer abierto durante más tiempo.
De un mal nombre, por lo contrario, se puede inferir que no hay una concepción global del proyecto, que éste no se plantea a largo plazo y que el equipo puede no sentirse vinculado al mismo. Aquí no solo entran respuestas como “no sé por qué se llama así” o “ya me vino dado” sino, también, otras más sibilinas como “pusimos un nombre japonés porque servimos ese tipo de comida, como baos y pad thai”. Una red flag en toda regla.
En realidad, lo importante no es tanto la denominación en sí como la historia que esconde. Un buen ejemplo es Kintsugi, el nuevo japonés de autor del Hotel Ohla Eixample. Pese a lo que pensara mi Holmes interior, este apelativo no es una moda pasajera. Resulta que, en un viaje en avión, al chef mozambiqueño Héctor Ribeiro se le rompieron varios platos. Como no podía asumir el coste, decidió estudiar la técnica nipona del kintsugi (reconstrucción de un objeto roto con una resina con oro) y reutilizarlos. Algunos de ellos se usan actualmente en su local, en el que también veréis imponentes cuchillos elaborados por él mismo (Còrsega, 289).
Otro de mis nombres favoritos es La Gormanda, un establecimiento capitaneado por la chef Carlota Claver y su pareja Ignasi Céspedes (Aribau, 160). Aquí se esconde un doble significado: por un lado, se trata del femenino de gourmand, que podríamos traducir por goloso, y, por otra, rinde homenaje a la mejor receta de la abuela de Claver, los caracoles a la gormanda. No es casualidad, de hecho, que los nombres ideados por parejas estén muy bien pensados.
Lo vemos con Alapar, el restaurante de Jaume Marambio y Victoria Maccarone. Con este nombre, el local emplazado en el antiguo Pakta no solo remarca que se trata de un proyecto de pareja, sino, también, que los platos de la minuta se sirven al mismo tiempo (Lleida, 5). Por otro lado, la historia de amor entre dos ciudades está presente en Baló, un juego de palabras entre la Barcelona de Lena Maria Grané y el Londres de Ricky Smith (Déu i Mata, 141).
Los nombres familiares son igualmente indicadores de un buen restaurante. En el caso de Raffaelli, el propio local cuenta con tres salas denominadas Gioia, Viola y Greta, las tres hermanas bajo este apellido italiano (Luis Antúnez, 11). El padre de familia Tao, por su lado, utiliza su apodo en mandarín, que se traduce por melocotón, para dar nombre al restaurante chino Melo-Jia, que vendría a significar “la casa de Melo” (Còrsega, 250). Y no hay que olvidar el popular Xemei, con el que Stefano i Max Colombo remarcan, con un vocablo del dialecto veneciano, que son gemelos (Paseo de la Exposició, 85).
Los nombres familiares son igualmente indicadores de un buen restaurante
Y es que los nombres extranjeros también sirven para anunciar la gastronomía que nos encontraremos en cada lugar. Como la Taberna Llamber, que toma prestada una palabra asturiana que se traduce por “pasar la lengua por algo o alguien o saborear algo dulce” para anticipar su fusión catalano-asturiana (Fusina, 5). Otro buen nombre, que nos lleva a México sin caer en obviedades, es Piñata Cantina, una coctelería perfecta para jugar con sabores ancestrales (Casanova, 19).
En la misma línea, La Doppietta evita banalidades vinculadas con Italia para dar todo el protagonismo al doble embrague que los pilotos italianos utilizaban en la carrera de la Mille Miglia (Pasaje de Pere Calders, 4). Y el restaurante asiático Boa-Bao, de origen portugués, no solo juega con el concepto bueno en ese idioma (boa) sino que también hace referencia al de tesoro en mandarín (bao).
Los nombres extranjeros también sirven para anunciar la gastronomía que nos encontraremos en cada lugar
En otras ocasiones, los nombres hacen referencia a la calle donde ha empezado el negocio. Así pasa con La Balmesina, la pizzería gourmet de la calle Balmes que apuesta por masas madre de larga fermentación (Balmes, 193) y con Syra Coffee, que abrió su primera cafetería en la calle Siracusa, en el número 13, y, como guiño a su fundador Yassir Raïs, cambió la i por la y. Otros topónimos que marcan el origen de un negocio previo incluyen locales tan imprescindibles como Xerta, Sagàs, Lasarte o Oria.
Por último, y como regla general, siempre hay que fijarse en lugares cuyos nombres no se pueden explicar en una sola frase. Así pasa con Virens, el restaurante ideado por Rodrigo de la Calle en el hotel Almanac Barcelona. Aquí, el chef propone una cocina mediterránea con productos ecológicos y honestos y, por ello, eligió un nombre que significa verde, en latín, y que asimismo hace referencia al efecto botánico por el que salen los primeros brotes de las plantas (Gran Via, 619). Unos brotes que, como los buenos nombres, están en el origen de grandes proyectos.