Hay un gag en la serie Friends donde Joey instruye a su amigo Ross sobre cómo contar una historia seductora a una chica. Se trata de un recurso infalible: “hace unos años estaba visitando Europa con mi mochila, concretamente Barcelona, haciendo una excursión por el monte Tibidabo, donde al final de un camino me encontré a una chica bañándose en un lago, llorando…”. Desconozco si esta escena provocó un alud de turistas a los pies del templo expiatorio, pero sí sé que el Tibidabo es uno de los lugares que muchos turistas quieren visitar sin necesidad de guía: sí o sí quieren subir, por la originalidad de su ubicación y por la presencia de un parque de atracciones en una cima con vistas. Sin embargo, como no pretenden ver ninguna puesta de sol en concreto y el espacio es suficientemente amplio, las aglomeraciones no se producen. Sin embargo, hoy el problema lo tenemos en las baterías del Carmel.
Menciono el tema del Tibidabo por el hecho de que no es un lugar destacado en las guías, más bien tiene un carácter secundario en el orden de visitas, pero aun así, el impulso turístico hacia la montaña acontece de forma casi natural. En el caso del búnker parece que el boca-oreja ha marcado que se pueden contemplar unas puestas de sol fantásticas y se subraya, sobre todo, que no es un destino turístico. Como no es un destino “turístico”, sería lo contrario de lo que se encuentra un turista nada más aterrizar en el Aeropuerto del Prat, es decir, aquellos carteles fucsia el Moco Museum donde ni siquiera saben acentuar Dalí.
El Carmel sería un destino “alternativo”, “underground”, fuera del “mainstream”, con todo lo que esto supone a menudo cuando nos encontramos con música que hace saber en todas partes que es “alternativa”: que acaba transformándolo en una simple etiqueta mientras se convierte paradójicamente en la música más comercial del mundo. De tal forma que nos encontramos un destino no turístico, transformado en el más turístico de los destinos, y todo por una foto que no tiene nada (pero nada) que envidiar a la que te puedas hacer en el mismo Tibidabo, en Montjuïc o en la torre de las Glòries (en este caso, eso sí, pagando). Porque no se trata de la foto: se trata de la experiencia. Y, si se trata de la experiencia, el hecho de que haya mucha gente no molesta. Al contrario: somos un buen grupo de gente que nos encontramos, como en Ibiza, celebrando que el sol se va delante de un paisaje mediterráneo que nos gusta. No creo que esto se pueda evitar. No creo que deba evitarse. No creo que sea malo. No ese hecho en concreto.
Si me dicen que hay una colina a las afueras de Venecia desde donde puedes contemplar la ciudad, lejos de la centralidad turística, donde puedes sentirte no controlado ni dirigido ni aconsejado, sino simplemente intentando experimentar una relación más íntima y directa entre tú y la ciudad, es decir precisamente sin filtros (#nofilters), créanme que lo haré y créanme que ustedes también. Si resulta que el invento se pone de moda y esto crea inconvenientes a los vecinos, aquí es donde el Ayuntamiento puede intervenir con presencia de los urbanos en las calles contiguas, vigilando el incumplimiento de cualquier ordenanza. E incluso podemos hacer una campaña rogando a los turistas un respeto, y hacerles recodar que esto es una ciudad y no un escaparate, “pretend it’s a city”. Pero de ninguna manera esto debe hacernos cobrar entrada o limitar el acceso al Carmel, ni mucho menos invitarnos a pensar sobre si tenemos un turismo de mala calidad, sólo porque el búnker sea gratis. Nos estamos equivocando.
Me parece obvio que, si pretendemos un “turismo de calidad”, no podemos basar los parámetros de esta “calidad” en conceptos cuantitativos: que cuántos son, que cuánto gastan, que si vienen en crucero o no, que cuánto gastan, que qué edad tienen, que cuánto gastan, que si vienen solos o en familia, que cuánto gastan. Nada de esto tiene nada que ver con la calidad. Si salimos de estos parámetros economicistas y de powerpoint, que puede ser trabajo de algunos hoteleros y restauradores (sólo un tipo de hoteleros y restauradores) pero no la de los políticos ni mucho menos la de los ciudadanos o vecinos y vecinas, veremos que la calidad es otra cosa y que tiene más que ver con ser mencionado en una serie o ser objeto de un boca-oreja de rutas alternativas. No sé qué más queremos. El éxito es esto, y todo lo demás es gestión… o mala gestión, por supuesto.