Escenas de ira vividas en Barcelona con quema de contenedores. ©Mireia Comas

Pensar la ira, controlar el miedo

El Festival Clàssics de este año reflexiona sobre el concepto de Ira a través de la literatura, el arte contemporáneo y la música. La elección del tema resulta más oportuna que nunca y nos obligará a repensar el concepto de violencia y rabia en esta nuestra contemporaneidad pospandémica.

La ira, y por tanto la violencia, es la emoción que funda el imaginario literario y político de Occidente. “La ira, canta, deessa, la ira funesta d’Aquil·les, fill de Peleu, que als aqueus va portar dolors sense nombre”. Así empieza la Ilíada, el texto fundacional de la rabia humana, del poder de la ofensa y del amor a la bronca, en la impresionante versión en catalán de Pau Sabaté publicada hace dos años por la Bernat Metge Universal en colaboración con La Casa dels Clàssics, un proyecto literario que ha mutado en un festival de arte contemporáneo y pensamiento.

El Clàssics de esta edición se dedica precisamente a la ira, y la elección no podría ser más oportuna, no sólo porque en los tiempos recientes la hayamos visto estallar en el norte de África, Urquinaona, Honk Kong y Wall Street, encarnada también en los rostros de la juventud que ha encontrado en el cambio climático la excusa para rebelarse contra sus padres, sino también porque la pospandemia nos obligará a pensar esta idea antigua en una versión enclaustrada y mucho más brumosa.

La contingencia de las efemérides ha provocado que este Festival Clàssics coincida con el 250 aniversario del nacimiento de Fiódor Dostoyevski. La propia editorial nos regaló el pasado año una nueva y enorme traducción de Crimen y Castigo parida por el embajador del escritor ruso en Catalunya, Miquel Cabal. Pensar la violencia individual y colectiva en la actualidad exige releer estos dos libros venerables y entenderlos de nuevo, radicalmente. Hagámoslo breve y vayamos al grano. La Ilíada representa una noción orgánica del sentimiento de rabia. Aquiles se enfada con Agamenón porque éste le ha robado a Briseida, una joven que havía ganado como botín de guerra y, a partir de esa ofensa que rompe las reglas del buen luchar, la mala leche resultante hace temblar todas las estructuras morales de la tribu. Por el contrario, en Crimen y Castigo, Dostoyevski intuye genialmente que la ira contemporánea recaerá en pordioseros como Raskólnikov, el asesino de una usurera y de su sobrina, a quienes mata sin un motivo trascendente.

Maratón de lectura de Crimen y Castigo, en el Festival Clàssics, en el CCCB. ©CC BY-NC-SA CCCB, Pere Virgili, 2021

Ésta no es sólo una paja mental surgida de dos grandes textos. El mundo de ayer, que va de la civilización griega a la Segunda Guerra Mundial, es el universo de una ira guerrera de fuerte contenido moral, de bandos que envían a hombres y mujeres al campo de batalla porque creen íntimamente que así harán el bien. Ahora no estamos en ese punto, y no sólo porque los conflictos a gran escala se hayan terminado y las batallas se parezcan a un videojuego donde no hay soldados sino drones que se dirigen desde una base militar de Nebraska, sino porque los estallidos de ira (con la excepción del yihadismo, que es una forma de guerra fracasada justamente porque ha pasado de moda), ya no son una enmienda a la totalidad de nada, transitan a través de la liquidez de las redes sociales, explotan porque sí y en lugares absolutamente random y con protagonistas sin mística. La ira del ahora son las víctimas de la violencia de género, los muertos invisibles del Mediterráneo y asesinos como Raskólnikov, paupérrimos y humillados.

La realidad pospandémica nos ha enseñado que no podemos pensar la ira sin entender y controlar el miedo, que es el mecanismo a partir del cual los estados controlan nuestra libertad. Descendamos de nuevo al asfalto y dejemos la metafísica. Vivimos en Catalunya, un curioso lugar del mundo donde hemos pasado de contemplar a chavales del Eixample quemando contenedores para protestar contra una sentencia del Tribunal Supremo Español a ver cómo la sociedad obedecía espartanamente y con una puntualidad ejemplar las constricciones y los límites a la libertad de movimientos que los gobiernos estatales y autonómicos nos imponían bajo la excusa del coronavirus. Hemos pasado, por tanto, de una ira en las calles aparentemente heroica y anárquica (pero finalmente inútil) a una netamente doméstica, que se expresa en la frustración de un hombre contemporáneo que debe luchar de nuevo por derechos como la libertad de movimiento, esencias que creía íntimas a su ser y que, una vez castradas por el poder, nos devuelven a una rabia que puede estallar de formas delirantes.

La realidad pospandémica nos ha enseñado que no podemos pensar la ira sin entender y controlar el miedo, que es el mecanismo a partir del cual los estados controlan nuestra libertad

Controlar el miedo y repensar la ira son prácticamente una sola cosa. Esto explica que los programadores del Clàssics, con mucha inteligencia, hayan programado una versión inédita d’El Cant de la Sibil·la (con Maria Arnal y Marcel Bagès en el MNAC y durante la noche más corta del año, el próximo 21 de diciembre; yo no me lo perdería), el evento litúrgico más antiguo en catalán que se refiere explícitamente al final de los tiempos y el inicio de un nuevo mundo.

Pensemos lo que pensemos, hemos asumido paulatinamente que la crisis de la Covid no sólo será un asunto sanitario, sino que afectará a la configuración de este nuevo mundo de una forma profunda de la que todavía no conocemos su alcance… ni sobre todo cómo vehicularemos la ira que resulte de todo ello. El Clàssics se ha exprimido el cerebro para pensarlo y pronto nuestra ciudad también será la sede del Barcelona Pensa, un magnífico festival de filosofía para todos los públicos. Barcelona tiene ganas de darle a la sesera, y ojalá de estos festivales nazcan muchos más.

Pensad la ira, controlad el miedo. Os lo pide, sin rabia alguna, el amo y señor de esta vuestra Punyalada.