De la misma forma que Catalunya tiene la manía de enaltecer a un poeta, a un tertuliano o incluso a un enfermo nacional, nuestro país se obliga a incubar una desgracia oficial. Las autoridades de la nación saben que, con tal de aunar los anhelos del pueblo, no hay nada más efectivo que acojonarlo. En el último lustro, la palma en cuestión se la llevó la Covid, un bichito que nos amedrentó el alma con consecuencias psicológicas extra-respiratorias que ahora –atascados en nuestra burbuja particular– justo empezamos a intuir. Como todo en la vida, la desdicha por la peste de Wuhan ha caducado (aunque haya muchos ciudadanos que se han quedado con los pulmones hechos mierda y con una fatiga crónica insoportable) y así hemos pasado directamente al canguelo provocado por la sequía. También lo promueve la televisión nacional, con un marcador perpetuo en forma de reloj cuya flechita se aproxima muy peligrosamente al rojo de la extinción acuífera.
Pero los catalanes somos gente inventiva y la administración ha empezado a trabajar en todo aquello que los ecólogos ya habían advertido como necesario y urgente durante la crisis de agua del 2008. Ahora, ya veréis, la Generalitat implementará (ecs) toda cuanta desalinizadora posible y, si hace falta viajar al Ártico para traernos agua ahijada del hielo más puro del mundo, así se hará. Se agradece el esfuerzo, pero sería más lógico empezar aquello que los cursis denominan la transición ecológica, no despilfarrando el agua que ya tenemos. La periodista especializada Montse Poblet nos advertía a principios de año (citando informes de la empresa Aqualia, suministradora de cerca de un millón de abonados), que una cuarta parte de las grandes tuberías de agua del país necesitan reparaciones profundas. En lugar de ayudar a los ayuntamientos catalanes a paliar un derroche delirante, la Generalitat tuvo la brillante idea de empezar a multarlos.
Afortunadamente, y visto que las demandas de ayuda en reparación de fugas en las tuberías se acercaba al millar de peticiones, el Govern reaccionó y la Agència Catalana de l’Aigua ha invertido 322 millones de euros en ayudas (entre las cuales se incluyen las reparaciones en los sistemas de tuberías municipales). Servidora ha hablado con compañeros doctos en la materia y con algún ambientólogo de la tribu, pero nadie me ha sabido concretar la cifra exacta que se destina a la reparación de fugas y, sobre todo, al futuro mantenimiento de nuestra red de aguas (ayuda poquísimo que la ACA, como la mayoría de entidades gubernamentales, tenga una web digna del cuarto mundo pensada justamente para que acabes abandonando cualquier esperanza humana de encontrar información exacta y/o transparente). Éste es un dato clave, pues reparar es curar la herida, pero sin un mantenimiento adecuado toda esta inversión resultará totalmente inservible.
El lector tendrá que perdonar que hoy La Punyalada sea demasiado técnica, pero toda esta tabarra nos lleva a sospechar que durante lustros hemos desperdiciado –y todavía seguimos tirando– hectómetros cúbicos (si añadís nueve ceros, equivalen a litros) de agua que se pierden lastimosamente, de los que todavía no conocemos el número exacto. Todo esto empieza a esclarecerse de forma lenta y ardua en lugares afectados por la sequía: como os podéis imaginar, en otras regiones del Estado donde llueve con creces ni siquiera se monitoriza la salud de las tuberías (siguiendo una tradición de la administración española según la que, si hay una infraestructura que no se ve, porque sobrevive bajo tierra, pues no hace falta que te preocupes demasiado por el asunto). Antes de planificar infraestructuras que se construirán en lustros o de importar agua a toda prisa, insisto hasta la saciedad, quizá deberíamos insistir más en el seguimiento preventivo de lo ya construido.
Como ocurre en tantos otros ámbitos, Catalunya puede disponer de los elementos de mantenimiento de su sistema distributivo de agua para cuidar las tuberías, depósitos, estaciones de bombeo, telecontrol y etcétera por medio de las técnicas que ya establecen asociaciones como la Agrupació de Serveis d’Aigua de Catalunya. Pero para todo esto, mire usted por dónde, se necesitan más recursos; mucha más pasta, en definitiva. En cualquier caso, la burocracia administrativa (que acostumbra a ser hermana gemela de la opacidad política) todavía no nos informa adecuadamente del nivel de implicación de las administraciones en este sentido. Lo que significa que, mientras tecleo el final de este artículo, todavía hay tuberías con escapes que van expulsando miles de piscinas olímpicas de agua mientras tú hoy te estás duchado con una palangana entre las piernas para guardar unos cuantos litritos y así aprovecharlos para cuando laves el salón de casa.