En los portales inmobiliarios los ves anunciados. En Barcelona se venden hostales y también hoteles. Por un millón de euros o por veinticinco millones, según las estrellas. ¿Y qué pasará con los pisos que tenían licencia para Airbnb?
Que se vendan hoteles impresiona, porque imaginas que sólo los podrá comprar un fondo de inversión con mucho dinero y poca prisa, y que, por tanto, los comprará a un fondo de inversión con menos dinero y más prisa. Quien compra un hotel espera que lo del Covid pasará y que los rebaños de turistas volverán.
Mientras, en las tertulias todo el mundo se apresura a hablar del “modelo de turismo” que es “insostenible” y que hay que cambiar. Los turistas siempre son los otros, nosotros no, nosotros cuando vamos a los sitios nos interesamos por las costumbres locales y por la gastronomía y, sí, vamos a ver algún monumento, porque no podemos no ver la Acrópolis si vamos a Atenas, pero es que no es lo mismo, Antonia, ya me dirás tú, ellos van a la Boqueria y hacen fotos a los bogavantes ya las gambas, y sí, de acuerdo, nosotros le hacemos fotos a los escribientes del mercado si vamos a México DF, y si vamos a Estambul nos hace mucha gracia que nos saluden en catalán en el Gran Bazar y queremos regatear, porque es que es costumbre, oye, pero es que nosotros llevamos una libreta para apuntar cosas, porque nosotros somos más bien “viajeros”. Sí. Eso.
Vale. Nosotros quizá preferiríamos ir las minas de Siberia antes que alquilar un segway para pasear por la Ciutadella sin gastar ni una caloría, como hacen ellos. Nosotros no comprendemos cómo se pueden introducir por vía oral ese mazacote de arroz, con chorizo esparcido por ahí y a veces frankfurt, al que llaman (con un exceso de optimismo que raya el delito penal) “paella”. Pero es que nosotros, si vamos a Atenas, nos veremos obligados a comer, probablemente, la peor ensalada griega de la historia, y, si vamos a Estambul, también fumaremos en narguilé (respetando, claro, las medidas Covid).
Detesto a la turistada, a los que van en grupo escuchando a un señor que habla protegiéndose del sol con un paraguas, pero aún detesto más a los que afirman que han “descubierto” un restaurantito allí, en el lugar turístico, donde sólo van “ellos”, los “locales”, y, claro, no lo podemos decir, porque se llenará de turistas.