Barcelona inmersiva

No hace falta ser un experto para darse cuenta que la tecnología inmersiva está revolucionando la museografía. En Barcelona, como en muchas otras ciudades, cada vez se programan más exposiciones que se conciben y publicitan como experiencias inmersivas y transitables o directamente se inauguran equipamientos, a caballo del museo y el parque de atracciones, basados esta tecnología.

Los museos tradicionales, que llevan años incorporando los audiovisuales como complemento, también están sucumbiendo a la tentación inmersiva. Hace un par de años que la Casa Batlló ofrece una visita inmersiva a pesar de que la joya modernista ya es inmersiva y transitable per se. “La nueva visita de Casa Batlló presenta una experiencia inmersiva fascinante. La Inteligencia Artificial o la Realidad Aumentada son algunos de los ingredientes de esta creativa propuesta cultural. Proyecciones volumétricas imposibles, sonido binaural, sensores de movimiento, espacios inmersivos únicos en el mundo y delicadas propuestas que apelan a sentidos como el olfato dotan a esta experiencia de sensaciones nunca antes vividas”, prometen sus impulsores.

Desde hace unas semanas, se le ha sumado la vecina Casa Amatller, en lo que podría parecer una versión 2.0 de la tradicional rivalidad modernista en la Manzana de la Discordia. “El Centre d’Art Amatller es un nuevo formato de espacio expositivo que combina museografía y tecnología de última generación, como proyecciones audiovisuales inmersivas y realidad virtual, para poner en valor de manera experimental contenidos artísticos, históricos y culturales”, cuentan sus responsables. Hasta el 15 de septiembre, presenta una exposición inmersiva a partir de la pintura de Sorolla.

Que incluso los grandes coleccionistas están sucumbiendo a los cantos de sirena de las nuevas tecnologías lo confirma otro hecho reciente. La semana pasada, Carmen Thyssen confirmó que abrirá un museo en Barcelona, en el antiguo emplazamiento del Comedia, en el que expondrá parte de su espléndida colección de arte catalán de los últimos tres siglos. Cuando la baronesa catalana explicó que este nuevo equipamiento incorporará “nuevas tecnologías aplicadas al mundo del arte” y prometió que habrá “sorpresas”, seguro que provocó escalofríos a más de un amante del arte y guardián de la ortodoxia ante el temor que el Thyssen barcelonés se oriente al turismo masivo de selfies e imanes de nevera y, por lo tanto, que se acabe pareciendo más a una tienda de H&M que al MNAC.

Personalmente, me gustaría pensar que la tecnología inmersiva no será la muerte de los museos digamos tradicionales, sino que, paradójicamente, puede hacer posible su salvación. Imaginémonos que el Louvre, por poner el ejemplo de un gran museo internacional, construyera una réplica inmersiva en un edificio anexo en el que se exhibieran reproducciones de sus piezas más instagrameables. Imagino enormes salas dotadas de tecnología punta en las que el público pudiera transitar por La Gioconda, Venus de Milo o, mejor aún, sentirse todo un revolucionario de Delacroix y seguir la Libertad, entonando Allons enfant de la patrie, Le jour de gloire est arrivé!. Menuda fantasía, ¿verdad? Quizás sería la forma que los museos tradicionales siguieran haciendo caja sin que una masa enardecida y gritona colapsara absurdamente sus salas únicamente con el objetivo de conseguir una fotografía de las piezas más famosas para colgar en sus redes sociales.

Sería maravilloso poder construir una Barcelona inmersiva, una réplica de la ciudad más luminosa, cosmopolita y sin los molestos barceloneses, para que la disfrutase el turismo en exclusiva

La tecnología inmersiva intenta imitar una experiencia real a través de una réplica digital o simulada. Paseando por el Eixample, uno de estos días de primavera, tratando de no acabar aplastado por los grupos de turistas, se me ocurrió que también sería maravilloso poder construir una Barcelona inmersiva, una réplica de la ciudad más luminosa, cosmopolita y sin los molestos barceloneses, para que la disfrutase el turismo en exclusiva y, de este modo, puestos a imaginar, podernos quedar, para nosotros, la auténtica, la de verdad, si es que todavía queda algún rastro de ella.