Pisotear a los judíos

Un recuerdo de infancia: pasear por las afueras de mi pueblo natal y, al encontrar una determinada planta pequeña de flor morada en forma de uva, que me dijeran “son judíos, pisotéalos”. Y yo, dando por supuesto que aquellos judíos que crecían en los márgenes de los huertos debían de ser una mala hierba, aplastarlos con convicción, para evitar que pudieran dañar a alguien.

Para escribir este artículo he realizado una pequeña investigación para averiguar a qué especie pertenece esta planta de mi recuerdo y, sobre todo, qué origen tiene la práctica de pisotearla que, por alguna razón, ha quedado fijada en mi memoria.

Unos pocos clics me han sido suficientes para descubrir que se trata de una planta bulbosa que recibe el nombre científico de Muscari neglectum. No ha sido tan fácil saber por qué razón, cuando era niño, la llamábamos judíos. ¿Lo hacíamos sólo en mi pueblo? ¿Por qué motivo? En ninguna de las webs sobre botánica que iba consultando encontraba respuesta alguna, llegando a pensar que quizás me lo había inventado todo. Entonces he dado con el blog de un excursionista que reproduce una foto de la planta en cuestión y escribe: “La llamábamos judíos”. ¡Eureka! He navegado un rato más por la red y después he descubierto que también se la conoce, popularmente, con otros nombres como nazareno o clavos de Dios. También un par de detalles igualmente reveladores: se trata de una planta venenosa y florece durante la Cuaresma cristiana. Por tanto, aunque no he encontrado manera de confirmarlo (si algún amable lector me puede ayudar a recabar más información sobre esta tradición que me escriba y le estaré agradecido), estoy bastante convencido de que la práctica popular de pisotear una planta venenosa que florece antes de la Semana Santa y relacionarla con los judíos es, como sospechaba, un claro ejemplo de antijudaísmo atávico.

Hace unos años, saliendo del Yad Vashem, con lágrimas en los ojos y totalmente conmocionado por este impresionante museo dedicado a las víctimas del Holocausto y ubicado en una colina cercana a Jerusalén, me vino a la cabeza precisamente este recuerdo de mi infancia y, de repente, sentí una profunda vergüenza. Tomar conciencia de la carga simbólica negativa de una tradición pretendidamente inocente que, de niño, reproducía sin ser consciente de ello, así como del odio subyacente en ese pisotear a los judíos tiene estas cosas.

La estigmatización de los judíos en nuestro país viene de lejos. Lo explica espléndidamente la exposición El espejo perdido. Judíos y conversos en la edad media, recién inaugurada en el Museu Nacional d’Art de Catalunya. Una muestra organizada conjuntamente con el Museo del Prado para dar a conocer, a través de una serie de obras de arte de primer nivel, la mirada de los cristianos de la España del período 1285-1492 sobre sus vecinos judíos y conversos. Por su enorme poder adoctrinador sobre las clases populares, podríamos decir que esos retablos fastuosos y terribles eran el TikTok o el Twitter de la época, puesto que, al igual que hoy en día estas redes sociales, también servían para viralizar mensajes de odio y fake news. El arte era la herramienta y el reflejo de un antijudaísmo rampante que desembocaría en 1492 en la expulsión de los judíos ibéricos. Os recomiendo que visitéis la exposición y que lo hagáis detenidamente, puesto que hay mucho que ver, leer y reflexionar. 

Como también os recomiendo Stefan Zweig. Autor universal, muestra dedicada al gran escritor austríaco que puede verse en la Entrada de carruatges del Ateneu Barcelonès. Para quienes no lo hayáis leído, debéis saber que Zweig era judío y que, como tantos otros, tuvo que abandonar su casa para huir del horror nazi. La muestra sigue los viajes de este hombre culto, libre y cosmopolita a través de manuscritos originales, cartas, fotografías, fragmentos de películas y grabaciones de sonido y reivindica la vigencia de su mensaje: la utopía de un mundo pacífico sin fronteras.

La casualidad ha hecho que coincidan en Barcelona estas dos magníficas exposiciones que abordan, directa o tangencialmente, el odio hacia los judíos. Dos exhibiciones que, en el tiempo, también coinciden con un nuevo baño de sangre en Oriente Próximo. El ataque de Hamás del 7 de octubre contra Israel y la posterior invasión de la Franja de Gaza por parte de los israelíes ha vuelto a hundir a la región en una espiral de violencia. De nuevo, el odio, el mal, el sufrimiento y la muerte, los crímenes más execrables, el nosotros contra ellos. Y, por tanto, también la aspiración intacta de un mundo en paz en el que nadie quiera matar y nadie tenga que morir para defender fronteras. También por esta razón se trata de dos exposiciones muy oportunas y de rabiosa actualidad.