Julio Manrique, nuevo director del Teatre Lliure.
Julio Manrique, nuevo director del Teatre Lliure.

El nuevo Lliure de Manrique

El director del teatro ha hecho pública su propuesta artística: es interesante y ambiciosa, pero es necesario hacerle una enmienda

En casa somos enemigos recalcitrantes de la tiranía metafórica tan propia de la catalanor y, quizás por dicho motivo, servidora ha sufrido casi un ataque cardíaco cuando –apenas iniciada la lectura del proyecto de Julio Manrique para el Teatre Lliure– su capataz resumía el espíritu de sus futuribles con la frase “a veces hay que lanzar la piedra a la Luna para tocar, aunque sea, la farola”. A pesar de los pesares, entiendo la sentencia (quizá sea culpa mía y del país, demasiado saturado de Ítacas) y aplaudo la ambición general de su propuesta y la santa continuidad con la doctrina de Fabià Puigserver. En este sentido, celebro que Manrique haya resucitado una palabra maldita que debería estar en la Biblia de cualquier equipamiento público: arte. Cito textualmente: “Un teatro de arte debe poner el arte y los artistas en el centro. Debe servir al arte y debe servir para hacer arte. Por encima de todo”. Yo habría añadido, por cosas de estilo: el resto, mandangas.

El teatre Lliure de Montjuïc.
La sede del teatro Lliure en Montjuïc.

El segundo acierto del proyecto radica en una palabra que a menudo deviene invisible entre los entes de la ciudad… y tiene su coña: a saber, Barcelona. Vuelvo a la cita textual: “El Teatre Lliure debe definir su compromiso con el espacio que ocupa. Con los barrios en los que se ubica, con la ciudad de Barcelona. Definir su lugar dentro del ecosistema teatral al que pertenece, tanto en Catalunya como en el resto del Estado, así como en el ámbito internacional”. Yo lo habría dicho de una forma algo menos convencional; el Teatre Lliure es un teatro público que tiene, desde sus orígenes fundacionales, una relación consustancial con nuestra ciudad y, más en concreto, con la tradición dramatúrgica, de actores y escenográfica que nace de ésta, una forma de arte –escrita en catalán y hecha con una voluntad barcelonesa de capitalidad europea, by the way– que es necesario repensar en términos contemporáneos a fin de competir con los mejores teatros del planeta.

Si la cosa va en esta dirección, sí a todo y adelante. Pero no sería yo sin expresar algunas enmiendas. En una entrevista reciente con el colega Magí Camps, el cronista preguntaba a Manrique sobre la presencia de teatro clásico catalán en el Lliure. La respuesta: “Tengo que confesar que no. Evidentemente, existe la posibilidad de que se haga un Guimerà, pero no es uno de mis focos de interés (…) Pero sí siento el deseo y un poco la responsabilidad de cuidar la autoría catalana, que a veces se puede basar en los textos clásicos”. Aquí está el centro del meollo, amados lectores, porque si uno quiere “definir el compromiso que ocupa” un teatro público barcelonés (por tanto, tener presente la historia de la ciudad que se ha escrito en forma de teatro) no puede hacerse sin apelar a los clásicos del país. Aplaudo que el nuevo director cuide la autoría contemporánea, faltaría más; pero los barceloneses deben saber que ésta tiene una genealogía literaria ancestral.

Aplaudo que el nuevo director cuide la autoría contemporánea, faltaría más; pero los barceloneses deben saber que ésta tiene una genealogía literaria ancestral

Manrique me dirá que esto debería hacerlo el TNC (así fue durante la etapa de Xavier Albertí; ahora tiramos más bien hacia textos españoles… y malos), pero en este aspecto del juego cultural el Lliure tiene exactamente el mismo nivel de responsabilidad en lo que atañe al patrimonio. Los teatreros barceloneses debemos saber que existe una forma uniquísima de ver el mundo, de escribirlo y de imaginarlo, que brota directamente de nuestra obra ciudadana. El problema, ay, es que la tradición dramatúrgica y teatral-musical barcelonesa no siempre se ofrece a sus espectadores naturales. Yo estoy con el director que debemos montar clásicos contemporáneos revisándolos ad nauseam (le compro a saco la teoría de Jan Kott). Pero de la misma forma que el Auditori tiene la obligación de programar el núcleo del repertorio catalán que se ha hecho desde la ciudad, el Teatre Lliure debe religar la obra de los contemporáneos con la de sus maestros antiguos.

Esto, estimado director, no es un tema menor; porque el Lliure no podrá ser un teatro popular y de altos vuelos artísticos (aparte de la tontería progre de accesible, inclusivo, neurodiverso, transversal, de trabajo en equipo familiar y blablablá) si no recupera la tradición teatral barcelonesa, empezando por la de la propia casa, que la tiene y a raudales. Aparte de esto: ¿hay que hacer Xécspirs, Xéjovs, Handkes, Pinters y la madre que los parió? ¡Faltaría más y viva el teatro que hemos leído y releído hasta quemarnos los ojos! Pero recordémoslo de nuevo: todos estos autores se han convertido en universales… porque sus respectivas naciones (¡y capitales!) los han reivindicado como banderas, si era necesario a golpe de espada. Yo compro el proyecto de Manrique para el Lliure con entusiasmo, pero dejo constancia de una metáfora: el teatro hecho en Barcelona durante siglos no es una mano, ni una piedra o una farola: es la fucking Luna, nen.

Putas metáforas…