Ha cerrado la Metro. Me he enterado de casualidad porque, hace unos días, un internauta que pasaba por la calle Sepúlveda se fijó que un portal inmobiliario ha colocado un cartel SE ALQUILA en la entrada de esta mítica discoteca de ambiente. Me parece una noticia doblemente triste. Primero, porque ha desaparecido un local de referencia de las noches del Gayxample y, segundo, porque lo ha hecho sin que prácticamente nadie se haya dado cuenta de ello.
Si la Metro debía cerrar, porque el negocio ya no funcionaba, habría estado bien que lo hubiera podido hacer con una fiesta sonada de aquellas que hacen historia y no de esta manera tan miserable y triste. Mirad hasta qué punto es malvada esta pandemia que ni siquiera nos permite despedirnos de sus víctimas como es debido. Por esta razón, esta semana he decidido escribir esta necrológica, para despedirme de la Metro de una manera un poco más digna.
La Metro Disco o la Metro, como la llamaba todo el mundo, abrió sus puertas en 1989 en la calle Sepúlveda 185 convirtiéndose en uno de los primeros locales de ambiente del Eixample, ya que, hasta entonces, la mayoría de negocios nocturnos dirigidos a la comunidad LGBT se concentraban en Ciutat Vella y en las calles de Gràcia.
La Metro era bastante grande. Según he leído en el portal inmobiliario que ofrece el local, disponía de 240 metros cuadrados que ahora se alquilan por 1.800 euros al mes. Su lema era Bajo tierra está el cielo y, efectivamente, había que bajar unas cuantas escaleras para acceder al local. Si acababas encontrando el cielo o el infierno dependía de cómo te fuera la noche y también de cuáles fueran tus estándares, supongo.
Como muchas discotecas, la Metro tenía dos salas. Una con música petarda —música pop, éxitos comerciales de hoy y de ayer— y otra en la que sonaba exclusivamente house y dance y en donde si querías hablar con alguien tenías que hacerlo a gritos y al oído. También tenía una concurrida dark room donde más de uno se perdía un rato con la excusa de ir a hacer un pis o a pedir una cerveza en la barra.
La Metro abría todos los días de la semana. O sea que era el típico antro donde podías terminar una noche tonta de aquellas que salías a cenar con unos cuantos amigos y la cosa se alargaba. También era ideal si un lunes desangelado de invierno aterrizaba en tu casa un amigo venido del extranjero con ganas de juerga y te dolía decirle que, de noche, Barcelona entre semana es una ciudad excesivamente europea, por no decir que está muy muerta. Siempre podías llevártelo a la Metro donde, además, había espectáculos a diario. Era un poco como una discoteca de guardia, si tenías una urgencia sabías que siempre te encontrarías sus puertas abiertas.
Si la Metro debía cerrar, porque el negocio ya no funcionaba, habría estado bien que lo hubiera podido hacer con una fiesta sonada de aquellas que hacen historia y no de esta manera tan miserable y triste
La Metro no es la primera ni la última discoteca mítica que se ve obligada a cerrar porque el propietario del local ha subido el alquiler o sencillamente porque el público se ha cansado de ella y ya no salen las cuentas. Este declive, evidentemente, viene de mucho antes de la pandemia. De hecho, si hago un poco de memoria, la mayoría de locales por los que acostumbraba a salir no hace ni veinte años han desaparecido ya. Hablé de este fenómeno, semanas atrás, en un artículo titulado El ambiente y el colectivo LGTBI tras la pandemia.
Sinceramente, no sé quién debería hacer qué, pero sería una lástima que Barcelona siguiera perdiendo locales que han hecho míticas sus noches. Para la Metro ya es demasiado tarde, pero quedan unos cuantos locales que todavía no han bajado la persiana.