Ya ha pasado casi un año desde la última vez en que el mundo se nos pintó de lila, y toca de nuevo reivindicar en voz alta aquello de que no hay suficientes mujeres y blablabla. Me doy cuenta de que, en realidad, hubiera podido hacer un copy paste del artículo del año pasado, porque muchos señoros siguen bien instalados en el escenario. Pero no lo haré. Porque reivindicando, como reivindicamos siempre, resulta que vamos a peor. Porque mientras las mujeres nos estamos dando cabezazos contra el techo de cristal, la presencia de mujeres directivas ha retrocedido en los últimos años en Catalunya. Y, encima, los hombres jóvenes se están volviendo más conservadores y se alejan cada vez más de las mujeres y del feminismo. ¿Qué estamos haciendo mal?
Estamos atascados reivindicando y preguntándonos por qué no avanzamos, o incluso, por qué retrocedemos. Hay muchos porqués, y no son nuevos. Éste es un problema, es un drama, que en nuestra sociedad tiene muchos ángulos: el techo de cristal en el trabajo, la falta de vocaciones stem en la escuela, la falta de financiación para las emprendedoras, la violencia de género en la pareja, el acoso en la calle, la falta de respeto en todas partes. Los datos los han publicado esta semana todos los medios, no hay nada más que añadir.
Hace medio siglo que las mujeres empezamos a entrar masivamente en el mundo laboral, pero sin dejar de lado el peso de las responsabilidades y obligaciones de la esfera familiar. Haciendo los malabarismos de los que tanto hablamos y que son un timo. Pero los hombres no hicieron el mismo recorrido: mantienen su dominio en la esfera pública, y muy pocos han dado el paso para tener también un papel activo en las responsabilidades domésticas. Pensamos que para qué alguien entre, otro debe salir. A nadie le gusta perder privilegios.
Pero, ¿por qué hablamos de perder, si tenemos todos mucho que ganar?
Debemos cambiar muchos sesgos culturales y sociales. Hablar y sobre todo actuar. En la vida hay renuncias siempre. Algunas generaciones nos hemos acostumbrado a hablar de culpa, pero esto no va de lamentar que debe renunciarse a hacer carrera o hacer de madre… Cada decisión en la vida, por pequeña que sea, conlleva renuncias. Pero no hace falta que seamos siempre las mujeres, las mártires. El tema es que no sería necesario que nadie llegue a ser mártir, tampoco.
Escucho un anuncio que dice que las niñas de hoy pueden ser las jefas del mañana. ¿Por qué debemos esperar a mañana? ¡Ahora ya hay mujeres suficientemente preparadas y ambiciosas, y de sobra! ¿Por qué no vemos ya ahora a más mujeres en posiciones destacadas? ¿Más directivas, más jefas, más emprendedoras?
Debemos dejar de lado de una vez por todas la vergüenza: las mujeres debemos reivindicar abiertamente el acceso a los puestos de poder. Esto no significa ir en contra de nadie, sino a favor de todos. Debemos reivindicar y lucharlo, porque tener poder no es malo. El poder en sí no vale nada, pero lo queremos porque es la única forma de tener impacto cuando queremos hacer las cosas de otra forma.
“Las mujeres tenemos que reivindicar abiertamente el acceso a los puestos de poder. El poder en sí no vale nada, pero lo queremos porque es la única manera de tener impacto cuando queremos hacer las cosas de otra forma”
Aquí no hay buenos ni malos, pero sí formas de hacer diferentes. Y hay una manera de hacer, que durante muchos años han ejercido mayoritariamente los hombres, pero también algunas mujeres, que ahora está demostradamente caducada, pero nada enterrada. Ya han pasado 16 años desde que McKinsey publicó ese estudio que demostraba con cifras que las empresas con más mujeres en posiciones ejecutivas y de dirección obtienen mejores resultados. Se le llama diversidad, que rima con rentabilidad. Y quizás también con serenidad, con felicidad.
Mientras, para ver que no queremos, podemos poner muchos ejemplos que nos suenan familiares. Que sea aún normal que la mujer renuncie más a la carrera profesional que el hombre cuando se tienen hijos. ¿De verdad? Hace casi 15 años que en El timo de la superwoman (Ed.Planeta) escribimos: “¿pero de quién son los hijos? ¿sólo de la madre?”. A esto se le llama corresponsabilidad.
Que todavía funcione que los directivos hombres se rodeen de otros hombres para los cargos de confianza; o que los inversores confíen en los proyectos de emprendedores más que de emprendedoras. Priorizan la camaradería, ya que para ir a hacer unas birras o un partido de pádel, para salir con los amigos, es genial. También lo hacemos entre las amigas. ¿Pero para trabajar, para sacar el mejor rendimiento de las personas, de las empresas, para ser más rentables y para contribuir a la sociedad? Es de inconscientes.
Que sigamos haciendo reuniones de mujeres, paneles de mujeres, para hablar de por qué no hay mujeres en determinadas posiciones, o bien hacemos charlas sobre temas en los que las ponentes sólo son mujeres. Está bien, las mujeres debemos tener visibilidad, esto es clave. ¿Pero de qué debemos hablar las mujeres que sólo interese a mujeres?
Y de acuerdo, las mujeres entre nosotros debemos ayudarnos. A encontrar las vías para llegar allá donde queremos, para hacer oír nuestra voz. Las jóvenes necesitan el consejo de las mayores, para acelerar el cambio, para empoderarnos. Pero créanme, los que necesitan ayuda también son los hombres que todavía no se han dado cuenta de que solos no van a ninguna parte. Que esto no es una lucha de géneros. Que esto va de una nueva forma de hacer, que para simplificar se asocia con las mujeres, pero que necesitamos que se hagan suya los hombres, porque nos beneficia a todos.
Mientras tanto, deberemos seguir escribiendo artículos y pintando de lila todo lo que sea necesario, y más.