El periodista Manel Pérez acaba de publicar un libro muy recomendable para conocer las élites económicas del país que esencialmente son también las de Barcelona. La burguesía catalana. Retrato de la élite que perdió la partida (Península), es la crónica implacable de la decadencia de una clase social en caída libre.
Uno, especialmente si peca de cupaire o podemita, puede pensar que tampoco es ningún drama que unos señores barrigudos y podridos de dinero que se pasaban el día bebiendo whisky y fumando puros en sus clubs privados mientras aplastaban a la clase trabajadora pierdan poder e influencia —ya me perdonaréis la caricatura vidaprivadesca—. Nada que objetar si no fuera porque, en gran medida, los beneficiarios de esta pérdida de poder de las élites económicas patrias no han sido las sufridas clases populares sino, más bien, las multinacionales (globalización) y una serie de empresarios asiduos al palco del Bernabeu (centralización del poder económico y financiero en Madrid).
Que, en este contexto político y económico claramente adverso, Barcelona haya sido capaz de retener al Mobile World Congress, al menos, hasta el 2030 es, realmente, un milagro. El consejo de administración de la GSMA ha decidido prorrogar otros 6 años el contrato con Barcelona, según se ha explicado, tras intensas negociaciones con la Generalitat, el Ayuntamiento, el Ministerio de Economía, Turismo de Barcelona y Fira de Barcelona. Por lo tanto, en este tema y aunque cueste creerlo, nuestras queridas administraciones han remado a la vez y, lo que es más excepcional, en la misma dirección, aunque había sobradas razones para convertir esta negociación en un nuevo escenario de enfrentamientos cainitas.
Celebro que no haya sido necesario hacer un referéndum para decidir si nos interesaba seguir siendo la capital mundial del móvil. Que las coaliciones de partidos que gobiernan a ambos lados de la Plaza Sant Jaume no hayan hecho de la renovación del Mobile un nuevo campo de batalla para escenificar divergencias ni una competición para colgarse la medalla. Que la alcaldesa Ada Colau aplauda como un éxito barcelonés un proyecto que no casa, precisamente, con su ideario político. O, por supuesto, que John Hoffman sea mucho más elegante que los impulsores del Primavera Sound y no amenace, al menos en público, con llevarse el chiringuito a Madrid.
Seamos serios, tampoco es que nos haya tocado la lotería ni que los señores de los teléfonos nos estén haciendo un favor. Por muchas y varias razones, la GSMA difícilmente encontraría una ciudad mejor que Barcelona en la que celebrar su congreso anual. Uno de estos argumentos de peso es, sin lugar a dudas, Fira de Barcelona, organización líder a nivel estatal y una de las más importantes de Europa. Se estima que su aportación anual a la economía de la ciudad y su entorno ronda los 4.700 millones de euros y tiene un impacto de más de 35.000 empleos. La Fira es indiscutiblemente uno de los grandes motores de la economía barcelonesa y del país. Lo es con el Mobile, pero también con Alimentaria o el Automobile, por citar sólo algunos de los salones de mayor impacto económico.
La renovación del Mobile debe ayudar a Pau Relat, eficaz presidente de la Fira desde 2018 y una auténtica rara avis en estos tiempos de grandes proclamas y gestualidad estéril, a llevar a buen puerto la necesaria modernización del recinto ferial de Montjuïc y la ampliación del de Gran Via. Ojalá en esto cuente también con la complicidad total de las instituciones o, como mínimo, que estas no le pongan palos en las ruedas.