El Feminismo cotidiano

“Las mujeres de antes sí que eran fuertes y tuvieron que luchar por la igualdad. Mi madre tuvo 9 hijos y solo pedía encontrar un ginecólogo que la entendiera que no podía tener más hijos y quería disfrutar de una vida sexual sin traer una vida más a este mundo”. Esto me lo decía Rosa, una atractiva mujer de mediana edad en los vestuarios del gimnasio esta mañana. Con Rosa siempre ha habido una química especial. Ella es también hija de pescaderos, y eso nos da cierta complicidad de haber vivido la dureza del mercado, de familias emprendedoras, de trabajos muy duros y casas con disciplinas y autoridades muy masculinas. Hoy me habló de su madre y de su abuela, por ese pequeño homenaje que hacemos al hablar de las mujeres que nos educaron, que con su silencio, soledad y generosidad han hecho que nosotras eduquemos y pisemos desde la asertividad. Cuando me contaba que su madre no quería más embarazos y encontrar pastillas o preservativos era algo clandestino y mal visto, y veo donde hemos llegado, me siento afortunada de haber nacido en los 70 y de ser protagonista de mi propia sexualidad.

Salgo de la piscina (al gym solo voy a nadar) y  miro el Whatsapp, que ardía. Veo y leo la noticia de que un 44% de hombres piensa que la promoción de la igualdad les discrimina a ellos, el titular es polémico. Podemos interpretar de la misma manera que más de la mayoría, un 56% no se sienten discriminados por el feminismo. Pero este titular sería demasiado positivo y no encendería las tertulias radiofónicas ni sería portada de los principales periódicos.

Al leer la noticia y contrastarla la he compartido con hombres y mujeres de mi vida cuya opinión respeto mucho. No piensan como yo, por eso genero el debate, para cuestionarme, siempre.  Mi amiga catedrática en derecho me dice que lo más preocupante es que los adolescentes sean parte de este alto porcentaje; mi amigo publicitario me dice que se nos ha ido la pinza y ahora la balanza está del otro lado, que nuestro discurso ha generado enemigos; mi amiga socióloga me dice que esto no está contrastado, que es pura polémica y que está hecho para despistar a la opinión pública, y me habla de la navaja de Ockham para sintetizar y entenderlo mejor.

Mi amigo ingeniero y feminista me lo compara con el apartheid y argumenta que los que han nacido con una ventaja dada nunca la van a dejar ni la van a admitir; mi amiga periodista me dice que los machistas pasan de verdugos a víctimas; mi amiga directiva de multinacional resalta lo alarmante de cómo piensan los adolescentes; mi amiga emprendedora y madre de tres adolescentes pone el acento en las nuevas generaciones también, y mi amigo experto en nuevas  masculinidades y género me resalta que un 56% de hombres no se sienten discriminados.

En un par de horas he pasado de nadar y hablar con la hija de pescaderos que recordaba a su madre que quería anticonceptivos ilegales, a interactuar con ocho profesionales educados y viajados que ven el feminismo y la noticia del día desde distintos prismas. 

Lo que está claro, es que no podemos obviar lo que las mujeres de la posguerra sufrieron para que nosotras estemos donde estamos, y que nuestros hijos e hijas, los adolescentes machistas del estudio, entiendan que las mujeres no debemos nada a los hombres y que las ventajas adquiridas deben dejar de ser ventajas y adquiridas.

Es necesario repensar el feminismo y no podemos cargarnos lo que tantas mujeres y algunos hombres han perdido para estar donde estamos

En el último estudio que hemos realizado he constatado que vincular productos al feminismo es incómodo y que es necesaria una redefinición del concepto. Es necesario repensar el feminismo y no podemos cargarnos lo que tantas mujeres y algunos hombres han perdido para estar donde estamos. Reivindico el feminismo cotidiano, el feminismo que nos iguala a todos, que nos hace ser mejores personas, mejores madres y padres y que invita al magno esfuerzo de desaprender y de eliminar los sesgos y los privilegios adquiridos.