La ciudad es el terreno natural de la espontaneidad y el espacio idóneo para poner la ley entre paréntesis. Cuando apuesto por una forma netamente urbana de poner la legalidad en una cierta epokhé no me refiero a matarnos a navajazos en la calle o a cruzar el semáforo en rojo. Debemos intentar cumplir con las normas de convivencia, faltaría más, pero ciudades de referencia como Londres, París, Nueva York (¡y Barcelona!) también se han urdido a base de una cierta tradición anarquista. Toda esta metafísica de andar por casa viene a cuento por el noticiable caso de unos vecinos de la calle Meridional -del barrio del Clot- que han estado a punto de ser multados con más de 700 euros por haber cometido el terrible crimen de situar algunas plantas en la calle. Un vecino (el clásico conciudadano un tanto cretino, ciertamente) les había denunciado por dificultar la circulación y la movilidad reducida; pero, finalmente, los responsables del distrito de Sant Martí les han levantado el expediente y dicha barbaridad descabellada de multa.
Cabe decir que la calle Meridional es un callejón sin salida, que los vecinos en cuestión no tenían ninguna intención de entorpecer el paso de los automóviles (¡ni de los tetrapléjicos!!!) y que, además, las plantas favorecían estéticamente una vía más bien desangelada. A menudo, el lenguaje de la administración es prácticamente estalinista, y el Ayuntamiento había acusado a estos pobres conciudadanos de algo que suena tan grave como “ocupación de la vía pública con elementos no autorizados”. A ver, fillets meus: cualquier barcelonés entiende que no podemos ensuciar la calle con los objetos que nos plazcan. Pero ubicar unas plantas para embellecer una determinada zona o sacar una mesita y unas cuantas sillas para tomar un poco el aire y charlar con los convecinos delante de tu casa… diría yo que son cosas que no sólo no representan ningún crimen contra la humanidad, sino que hacen la ciudad más civil, fortifican la sensación de barrio, y nos regalan estampas que admiramos (y envidiamos) de otras ciudades.
En una Barcelona donde, por poner un ejemplo candente y lo suficientemente polémico, se han impulsado beneficios fiscales especiales (no tributación del IRPF, del impuesto de sociedades, del impuesto de sucesiones y de una parte importante del IVA) para los participantes de la Copa América, resulta bastante surrealista que unas pobres ancianas de un barrio más bien precario tengan que aflojar 700 euracos por haber situado cuatro macetas en una calle para hacerla más agradable a la vista. Cuando viajamos por Italia, a menudo nos quedamos embobados con las calles de Siena o Nápoles, donde la vecindad aprovecha el placer de vivir en el país más bello del mundo para organizar cenas improvisadas al aire libre. Son gatherings que pueden dificultar el paso de un automóvil, limitar las horas de sueño de un vecino o incluso tocar la moral de la gente que circula por las calles. Pero son actos que se realizan en nombre de la estética, que es precisamente el rasgo diferencial (y superior) de nuestra raza, la mediterránea.
Resulta bastante surrealista que unas pobres ancianas de un barrio más bien precario tengan que aflojar 700 euracos por haber situado cuatro macetas en una calle para hacerla más agradable a la vista.
Celebro que los funcionarios de Sant Martí hayan retirado las multas y, en lo sucesivo, sería oportuno no sólo mirarse las normativas municipales bajo el telón de fondo de la cordura, sino (previamente a multar a los vecinos) hablar con ellos para entender su comportamiento y, ya que estamos en ello, mover el culo para visitar una calle determinada y así comprobar que un grupo de macetas y plantas no son motivo de alerta terrorista. La calle Meridional tiene más gracia con estas plantas, y no sólo por un motivo estrictamente botánico, sino porque la presencia de tiestos implicará que los vecinos salgan cada día (o cuando les plazca) a regarlos y hablen entre ellos, chismorreen y comenten la jugada; así, al menos, conseguiremos el milagro de hacer que los barceloneses tengan aún ánimo de cruzar cuatro palabras al día entre ellos. En casa optamos por el cumplimiento de la ley, pero siempre en vistas a la civilidad. Y queremos a Barcelona por su espíritu noucentista, pero también porque es La Rosa de Foc. Así es como la amamos.
Rectificar es de sabios. Ahora habría que no caer de nuevo al deshumanizar (aún más) la vida de nuestros barrios