Rodríguez

No es lo mismo la (supuesta) moda del Staycation, consistente en quedarse en casa durante el período de descanso y hacer “de turista en tu ciudad” mientras ahorras (es decir, la jaula de oro del pobre) que la tristísima, sórdida y siempre sorprendente experiencia del Rodríguez. “Aka”, las furtivas vueltas a Barcelona mientras se deja a la parienta o a los parientes en el paraje de veraneo, y uno aprovecha para cumplir con alguna obligación laboral o con algún otro compromiso (no siempre confesable). Cuando por A o por B toca volver a casa, aunque sea por una noche, se tiene la oportunidad de descubrir directamente el culo de la ciudad y su versión más lúgubre, más descomida y abandonada: no abandonada por el exilio vacacional de buena parte de la población, sino abandonada de dejada, de quien se abandona, de quien se pierde. Barcelona el mes de agosto es una yonqui perdida en un after que todavía no sabe si se ha hecho de día y que sólo puede pretender aparecer todavía un poco guapa y caminar un poco de pie. Pero no, a ti te conozco de antaño. Te conozco de antes de marcharte hace sólo un par de semanas, y ésta no eres tú. Va, que te pido un taxi. Sí, tranquila. Sí, yo también a ti. Sí, todavía.

Rodríguez significa noche. Básicamente. De día Barcelona es sólo el escaparate que todos conocemos durante el año pero más entregado a la invasión de los forasteros, al “turismo de calidad” que de tanta calidad sólo sabemos cuantificarlos según los cuartos en el bolsillo. Pero el terreno Rodríguez es de noche, cuando oscurece y la fiesta se va concentrando exclusivamente en antros del Gòtic o en pubs irlandeses, y las calles de la ciudad expulsan a pasear a sus habitantes con más comportamiento de cucaracha o de rata. El asfalto está vacío, el silencio es de pandemia del coronavirus en el que se puede escuchar un estornudo a cuatro calles, y el suelo está tan sobrecalentado de nada, tan quemado de soledad, que tanto los árboles como las farolas como los bancos y las sillas parecen tener que enganchársete con una especie de coca-cola con ron omnipresente.

La gente camina despacio y con desgana, a veces con un quinto en la mano, a veces sólo conversando de las más ínfimas pequeñeces, podría ser un tópico decir que parecen zombies pero es que parece realmente que hayan perdido el alma y sólo actúen o hablen por un mecanismo de inercia diabólica. Cuatro americanas enfilan sus modelitos hacia el hotel, los camareros de la pizzería hacen el cigarrillo sobre la mesa de los antiguos clientes y un gato nos recuerda a todos juntos nuestra condición de huérfanos. Un Rodríguez es, aunque sea por unas horas, un niño perdido de los del cuento de Peter Pan o un gamberro transformado en asno de los del cuento de Pinocho, una especie de alma en pena con billete para las islas griegas, o una especie de sin hogar con segunda residencia.

Un Rodríguez es un una especie de alma en pena con billete para las islas griegas, o una especie de sin hogar con segunda residencia

El culo de Barcelona, ​​mientras no lo vemos porque nos giramos hacia el Upper Empordà o hacia el resto del mundo, resulta que es sucio y mortecino y pegajoso, y que tiene tan poca gracia que podría ser tanto el culo de Nápoles como el culo de Martorell. Ya está muerta la noche en Barcelona durante el año, que ahora que ya no es nuestra aparece como la verdadera reina del cementerio. Un inmenso parque temático que ha quebrado, un desierto con luz roja de neón y una interminable barra donde poder hacer media broma con medio barman que cerraría ahora mismo si no fuera porque te estás bebiendo la cerveza más absurda del planeta. Rodríguez es pedir una pizza y sentarte en el sofá en calzoncillos, no exactamente porque te apetezca sino porque Barcelona está haciendo lo mismo y tú sólo puedes mimetizarte.

Casi te quedarías, a hacer el vago sin oficio ni beneficio ni lugar al que ir, creyéndote que la ciudad es tuya o que se está mucho mejor cuando todos se marchan. A la ciudad se le ha puesto el culo gordo mientras a ti crece la barriga a toda velocidad, y así vas creyendo que has encontrado la pareja perfecta con la que envejecer mientras hay quienes, ilusos, prefieren encontrar lugares perfectos para sentirse jóvenes. Ya pueden hablar de amores de verano, que tú eres una serpiente de verano y sabes que Instagram tiene trampa. Tú no tienes filtros, tú no tienes edulcorantes, tú eres amargo como las piedras de la ciudad y sabes que tener ilusión no sirve de mucho. Y en ese abstencionismo militante descubres el largo recorrido del mal humor, de la mala leche y de nuestro inevitable destino bajo tierra con los gusanos. Y te comportas así sin duda porque Barcelona, ​​por primera vez en todo el año, no te ofrece ningún síntoma de querer parecerse a una casa. A tu casa.

¿Turista en tu ciudad? Perdedor del bingo en una ciudad desconocida y mediocre. Por eso, con permiso, yo me voy. Ya nos llamaremos, pero ambos necesitamos un poco que corra el aire.