Avenida Montserrat Caballé
La Plaça dels Països Catalans delante de la estación de Sants. ©Vicente Zambrano

Avenida Montserrat Caballé

La soprano más importante de todos los tiempos no puede asociarse a un lugar tan repulsivo como la Estación de Sants

Cada vez que se acercan unas elecciones al Parlament, los socialistas —que son una panda de cachondos— simulan un mínimo interés por la tribu asociando un catalán universal a una de las infraestructuras que ellos mismos se dedican a no financiar como Dios manda. Ya ocurrió con el Aeropuerto del Prat (que ni puto Dios llama Josep Tarradellas), ahora ha sucedido con la Estación de Sants y Montserrat Caballé y, si Salvador Illa obtiene la presidencia de la Generalitat, también podrá pasar que el proyecto Hard Rock acabe adoptando el añadido Joan Manuel Serrat. El caso de Montserrat Caballé ha indignado a muchos conciudadanos pero, como ocurre siempre, por los motivos més erróneos; a saber, los problemas fiscales de nuestra soprano y su exilio andorrano. Minucias de resentidos, porque aquí lo importante es cabrearse porque el nombre de Caballé acabe asociado a un lugar tan repulsivo como dicha estación.

He escuchado la voz de la señora Caballé casi todos los días de mi vida adulta. Me resbala tres pueblos si pagó todos los impuestos que debía (porque considero una obligación moral esquivar como se pueda el robo sistemático al que nos somete el Estado) y el tema de Andorra sólo me duele profundamente porque el cambio residencial debió obligarla a vivir, pobrecita mía, en uno de los lugares más aburridos y sobrevalorados del planeta. Lo que sé a ciencia cierta, en cuanto este tema menor, es que Montse no sólo regaló a la administración mucho más dinero que todos nosotros juntos, sino también que ha exportado el nombre de Catalunya, nuestra cultura y nuestra lengua cien mil veces más que los patanes que quieren enmendarle toda una vida. Porque aquí lo importante es recordar a toda esta peña, perversamente ignorante, que la dimensión artística de la Caballé supera cualquier homenaje, pasacalle y monumento.

Para los indocumentados (y los sordos) de nuestro país, un simple recordatorio: Montserrat Caballé es, sin duda, la soprano más importante del siglo XX y una de las intérpretes esenciales de la historia de la música. Cuando el lector acabe de asumir estas palabras, expulsará de la boca referentes como Callas, Sutherland, Flagstad o de los Ángeles: os aseguro que todas ellas, de poder resucitar, cambiarían sus respectivas (¡y excelsas!) carreras musicales por la de Montserrat. Es por este motivo que resulta un insulto religar el nombre de nuestra artista a un asqueroso recoveco como es Sants, que no sólo es una de las estaciones más feas y absurdas de toda Europa, sino que también vive fatalmente enganchada a una de las plazas duras, más antiestética y vomitiva de nuestra ciudad, que para más inri también tiene los sants collons de escarnecer un concepto tan importante de nuestro imaginario como es el sacro concepto de los Països Catalans.

Pediría permiso al espíritu de mi querido Ildefons Cerdà para cambiar la denominación meramente técnica de la Avinguda Diagonal para, en lo sucesivo, llamarla Avinguda Montserrat Caballé

No se puede religar la pérfida estación de Sants a la voz más importante de la historia del país. No podemos permitir que el nombre de Montse esté asociado, aunque sea post mortem, a un ridículo tren de Cercanías que avanza parsimoniosamente hacia Sant Vicenç de Calders. Ni uno de los diputados del Congreso que ha insultado al país de esta forma habrá escuchado nunca el agudo de la preghiera de María Stuarda de 1978 en el Liceu, una nota que Montse aguanta durante veintiún putos segundos llevándola de un excelso pianissimo hasta una apertura lírica en forte de proporciones catedralicias; tampoco sabrán de qué hablo cuando recuerdo el Deh! No volerli vittime del final de la Norma de Orange del 74, donde la intérprete toca directamente el cielo con hilo de voz sobrehumano por el que Callas hubiera vendido a su madre y todas sus joyas. ¡Qué van a saber, pobrecitos míos, si ni el ministro de cultura actual debe de entender ninguna frase de este párrafo que acabo de escribir!

Puestos a copiar la (sabia) costumbre yanqui de religar nombres a lugares monumentales, yo pediría permiso al espíritu de mi querido Ildefons Cerdà para cambiar la denominación meramente técnica de la Avinguda Diagonal para, en lo sucesivo, llamarla Avinguda Montserrat Caballé. Para todos los autóctonos del barrio del Eixample sería algo maravilloso acostumbrarnos a quedar para tomar algo en Aribau con Montserrat Caballé o para comer en los espantosamente pretenciosos restaurantes del Passatge de Marimon con Montserrat Caballé. El día santo en que consigamos la liberación nacional, y cerremos esta repartidora llamada Diputació de Barcelona, ​​podremos decir que lo hemos celebrado como Dios manda en la Rambla de Catalunya con Avinguda Montserrat Caballé. ¡Sería algo tan bonito, en el mismo contexto fabuloso, montar el primer desfile del ejército catalán con los tanques irrumpiendo en la calle de nuestra Montse!

Montserrat Caballé es, sin duda, la soprano más importante del siglo XX y una de las intérpretes esenciales de la historia de la música

Pero todo esto queda lejos… porque la estulticia de la política hará que la Caballé se nos aparezca en el imaginario cuando nos desesperemos perdiendo minutos al pretender llegar a Sants mediante la entrada de automóviles peor urdida de todas las estaciones de Occidente o cuando esperamos fatigados de la vida un tren en dirección a Portbou que, as usual, llega tarde y nos echa a perder la noche del viernes. Qué pandilla de chapuceros, afirmo.