La ‘superilla’ que nos hace falta

Art Omi es una extensión de casi 50 hectáreas de esculturas contemporáneas que reposan entre prados, bosques, ríos, ardillas y ciervos, en Ghent, condado de Columbia, Nueva York. Se concibió originariamente como un espacio de creación de artes plásticas, y ahora combina esta actividad con la de residencia para escritores, danzantes, músicos o arquitectos (una parte de los prados naturales va dedicada justamente a proyectos arquitectónicos). La iniciativa es filantrópica y, evidentemente, privada, iniciada por Francis Greenburger, y es un ejemplo de comunión perfecta entre la supuesta frialdad del arte contemporáneo y la naturaleza orgánica del paisaje, hasta el punto de que acaba pareciendo que las irregularidades, las perspectivas, los rincones, las variedades vegetales, los desniveles e incluso los cielos fueron puestos allí expresamente para que se instalaran aquellas piezas de arte y no otras. Sí, se puede poner en valor el arte contemporáneo y el respeto por la naturaleza al mismo tiempo, simultáneamente, haciendo a la vez ambas cosas.

Voorlinden es un museo holandés destinado también a conectar el arte, la naturaleza y la arquitectura. Está destinado a coleccionar, exhibir, conservar y difundir piezas de arte contemporáneo y, al igual que Art Omi, la naturaleza rodea el edificio principal de forma que las obras pueden disponerse en el exterior y mostrar la su armónica convivencia con el paisaje de la localidad de Wassenaar. Lo mismo para el Yorkshire Sculpture Park, el más importante de Inglaterra (con 200 hectáreas), el museo al aire libre de Hakone en Japón, el Nikola-Lenivets, en Rusia, o el Laumeier Sculpture Park, en Missouri. La mayoría de ellos son iniciativa privada, pero algunos tienen también ayuda pública y, sí, la mayoría de ellos exponen grandes esculturas de Jaume Plensa (de las que no existen en Barcelona). No todos se encuentran en poblaciones alejadas de la gran ciudad, algunos de estos proyectos conviven precisamente en medio de los edificios porque, como hemos escrito tantas veces, hay ciudades que saben tener parques.

Hay dos asignaturas pendientes en Barcelona, ​​de las que van más allá de los dramas y necesidades del día a día: Montjuïc y el divorcio con el arte contemporáneo. La montaña de Montjuïc es el único potencial parque urbano de la ciudad, ya que Collserola no debería dejar de ser un bosque, y también porque ya fue intervenida de esta forma desde la Exposición Universal de 1929. Es una lástima comprobar cómo la ciudad es incapaz de hacerse suya la montaña salvo en eventos puntuales, algún concierto, algún evento deportivo, alguna escapada al MNAC oa la Fundació Miró oa los teleféricos, o al extravagante Poble Espanyol. Seguramente fue un error imperdonable cerrar el Parque de Atracciones, y sin duda la reconversión de los usos del castillo (hoy de gestión municipal) no acaba de funcionar del todo: los accesos a este gran parque desconocido deberían ser mucho más fluidos, mucho más visibles y fáciles desde cualquier lugar de la ciudad, de modo que escaparse no fuera una aventura puntual sino una rutina frecuente.

Es una lástima comprobar cómo la ciudad es incapaz de hacerse suya la montaña de Montjuïc salvo eventos puntuales

No se trata de poner más escaleras mecánicas sino de esparcir los tentáculos de la montaña lo más abajo posible, de manera que el Poble Sec y la avenida Maria Cristina, pero también el paseo Josep Carner en el puerto, sean todos ellos verdaderos vestíbulos en nuestro gran parque metropolitano. ¿Y cómo se hace esto sin hacer una demolición atroz y sin tener que recurrir sólo a la expansión del verde entre las casas y avenidas? Un ejemplo podría ser la High Line de Nueva York, viejas vías de ferrocarril abandonadas que han sido reconvertidas en un parque en forma de paseo donde se combina la botánica con las artes plásticas y escénicas: es decir, crear rutas (elevadas o no) que inviten a acceder a la montaña a través del arte contemporáneo dispuesto en armonía con la vegetación, y que lleven progresivamente, lo más orgánicamente posible, hasta el “nuevo” gran pulmón municipal.

Para crear espacios urbanos hay que obedecer a un relato que funcione y, si el relato olímpico de Montjuïc ya está obsoleto, el de la Fira es para feriantes y el de la famosa “explanada de los Museos” puede oxigenar el Paral·lel pero al precio de crear un relato sólo museístico, los proyectos similares a los que he apuntado permiten ofrecer un relato verdaderamente ciudadano: no se trata de hacer un favor a los museos, que también, sino sobre todo de hacer un favor a los barceloneses (y visitantes) que no encuentran por dónde acceder a ningún gran parque en toda la (palabra censurada) ciudad.

Pero, de paso, la introducción de piezas de arte contemporáneo al aire libre permitiría vencer otro muro desgraciado e incomprensible: el de Barcelona con el arte contemporáneo. Mientras el MNAC suplica visitantes en nombre del arte catalán y Miró suplica auxilio en nombre de la vieja vanguardia, Barcelona también se pierde las actuales grandes revoluciones plásticas ocultándose tras las particulares obras conceptuales del MACBA, llamando a visitar  los ilocalizables Espais Volart, enseñando la patita en el Moco o en alguna encomiable galería del Eixample, o bien confiando en que la gente se sepa el calendario de los eventos del Poble Nou Urban District. Es demasiado pedir. Es vivir de espaldas a la contemporaneidad, es tener un problema, es incluso querer que se sepa que tienes un problema.

Barcelona fue grande cuando no tuvo miedo a Miró ni a Picasso, sino todo lo contrario, es decir cuando no tuvo miedo a sus contemporáneos nacionales e internacionales. Gaudí, en su día: un contemporáneo.  Calatrava, otro, a pesar de Calatrava. No sé si es tan difícil ver que cuanto más supuestamente progresista es el gobierno de la ciudad, más conservadora es su deriva en términos de transgresión y vanguardia. Al progresismo hay que suponerle imaginación. Y, más allá de las ideologías, en Barcelona la imaginación y el atrevimiento se le suponían.

Parque, montaña, arte, contemporaneidad, apertura, ciudadanía, innovación, Montjuïc. Ésta es la verdadera Supermanzana que nos haría falta. El resto son juguetes de plastidecors para pasar el rato.