Los Anillos de Saturno Sebald
Una de las fotos del libro Los Anillos de Saturno, de W.G. Sebald, editado por Flâneur. ©Flâneur

Los libros difíciles de Flâneur

La editorial Flâneur es uno de los oasis culturales del país, con un catálogo de obras incómodas y a menudo hirientes, pero de un interés literario que convierte cada nuevo volumen en una orgía lectora inigualable

Que se adjetive un libro como “difícil” en un artículo o en una reseña puede ser la pesadilla de la mayoría de editores de la catalana tribu y, por desgracia, de una gran parte de sus acomodaticios lectores. No es de extrañar si pensamos que en nuestras librerías conviven la tarea editorial de iniciativas magníficas como Adesiara, Club, Fragmenta, laBreu, Viena y tantos otros catálogos de literatura marcada por la voluntad de dirigirse a un lector inquieto y poco complaciente, con la espantosa parsimonia de otras empresas fast-book sobre el procés independentista y de un tipo de narrativa que ya hace demasiado tiempo que confunde la prosa comercial con la basura. Para los editores de la barcelonesa Flâneur la dificultad es un elogio y así lo certifica un camino que se inició en 2017 con El Paseo de Robert Walser y que hace poco acaba de añadir a su canon la enorme novela Los anillos de Saturno de W.G. Sebald.

Sería muy sencillo catalogar de contracorriente o anacrónica la filosofía de los editores David Cuscó, Enric Rebordosa y Albert Aixalà, pero diría que el catálogo de Flâneur va más allá de un canon literario espinoso y provocador: editando Bernhard, Blanchot, Jabès o al mismo Sebald, los flâneuristas nos han arrojado a enfrentarnos a la lectura de libros incómodos que piden una relectura casi inmediata al girar la última hoja, resistiendo a su vez cualquier definición de género. Así ocurre en los Anillos (que, como la anterior novela del autor, Austerlitz, ha traducido impecablemente Anna Soler Huerta), un libro desconcertante por la naturaleza de un narrador escapista y sombrío, por la inexistencia de cualquier cosa parecida a un argumento narrativo, y por el hecho de configurarse en un continuo de paisajes derribados y ruinosos, receptáculos de antiguas batallas desde donde Sebald obliga a hablar a la estentórea voz de los muertos.

Algunos de los títulos del catálogo de Flâneur.

Ahora que pasear de noche por nuestra ciudad ha devenido una experiencia casi fantasmagórica y que las paredes de algunos edificios de Barcelona, libres de las miradas del turismo masificado y de los insufribles flashes de los japoneses, vuelven a escupirnos algún secreto, vale la pena asomarse a estos Anillos y los paseos de su protagonista alrededor de Suffolk, caminatas sin rumbo donde la curiosidad infinita del autor puede religar el recoveco de un río o de un pueblo semiabandonado con la historia de la pesca del arenque, la poesía de Hölderlin, la historia colonial del Congo explicada a través de la mirada de Joseph Conrad y del caballero irlandés Roger Casement, las intrigas maquiavélicas de la Emperatriz Tzu-shi para presidir China durante 47 años desde la sombra del poder… y otras historias que el lector nunca termina sabiendo si corresponden a los hechos o brotan de la fantasía de su cronista.

Los Anillos de Saturno está ilustrado con fotos tomadas por el propio autor en sus paseos por el condado inglés de Suffolk. ©Flâneur

Pero Sebald no sería un grandísimo autor si sólo fuera un coleccionista de mariposas que cura su herida (la misma cicatriz de autores como Handke o Fassbiner, hijos de una civilización de padres asesinos que agitaron Europa durante la Segunda Guerra Mundial) recolectando postales. La gracia de Sebald, su difícil estrategia literaria, consiste en extraer las voces del pasado de los prados por donde uno se pasea en aparente calma de la misma forma que lo hacía Benjamin (otros de los autores predilectos de los flâneuristas): “He aquí, piensa uno caminando en círculo, el arte de la representación de la historia. Se basa en una falsificación de la perspectiva. Nosotros, los supervivientes, lo vemos todo desde arriba, lo vemos todo a la vez, y sin embargo no sabemos cómo fue. A nuestro alrededor se extiende la llanura yerma donde un día cincuenta mil soldados y diez mil caballos perdieron la vida en pocas horas”.

La portada de la edición en catalán.

Esta es la incomodidad sebaldiana, la imposibilidad de caminar por un paisaje sin historia, el espíritu de quien se obliga a dar vueltas por unos márgenes donde aún se siente el griterío de hombres ensañándose entre sí y el griterío de caballos desbocados. Ahora que podemos volver a hacer de arqueólogos en nuestra ciudad, insisto, deberíamos tener la obligación de disfrazarnos con la mirada sebaldiana y acariciar las piedras del Gótico o los portales del Eixample con el mismo espíritu de nostalgia y igual extrañeza: “Pero cuanto más me acercaba a las ruinas, más desvanecía la imagen de una isla misteriosa de los muertos y más convencido estaba de que lo eran los restos de nuestra propia civilización, devastada por una catástrofe futura”. Pasead así por los rincones de la ciudad, os lo lo ruego, y no caigáis en la tentación de imitar la prosa de Sebald: no hay nada más plasta y cursi que los hijos bastardos catalanes y españoles del autor.

Imagen del escritor y profesor alemán W.G. Sebald, establecido en Inglaterra desde los 21 años. ©Flâneur

Dicen los creadores de Flâneur que su catálogo lo forman libros atemporales, porque su lectura resulta eterna. Es así, pero también es cierto que cada autor es hijo de su tiempo, y Sebald es un hombre culto y atormentado que intenta huir continuamente de su condición de hijo de la Alemania nazi. En este sentido, y tal vez en contraposición al resto de autores de Flâneur, Sebald es un conservacionista antimoderno que lucha contra la pulsión destructiva de los humanos. Lo explica, disfrazado a su manera, en uno de los fragmentos más bellos y enigmáticos del libro: “Las máquinas que hemos ideado, como nuestro cuerpo y nuestros anhelos tienen un corazón que se ahoga poco a poco. Desde el principio, toda la civilización humana no ha sido más que una brasa incandescente que cada hora quema con más intensidad y de la que nadie sabe si todavía flameará, ni cuándo comenzará a extinguirse”.

Sebald es un hombre culto y atormentado que intenta huir continuamente de su condición de hijo de la Alemania nazi; es un conservacionista antimoderno que lucha contra la pulsión destructiva de los humanos

Nada sería más doloroso que convertir Sebald y la mayoría de autores de Flâneur en un catálogo de libros de aquello que por desidia llamamos “de culto”. En efecto, decía antes, la ambición de la obra sebaldiana ha derivado en una secta de autores de tesis doctorales ilegibles, de congresos abstrusos que se adentran en cada uno de los paisajes que visitó y de imitadores torpes que confunden la evocación con el copy-paste de la Wikipedia en la pantalla del ordenador. Lo mejor que podemos hacer después de leer Los anillos de Saturno no es copiar la prosa del autor, que como todos los grandes es inimitable, sino esforzarnos en el arte de volver a los paisajes abandonados y afinar el tímpano para de ver si los objetos muertos consiguen contarnos algo. Para caminar de esta guisa primero hay que acostumbrarse a leer, a releer Sebald y hacer que la incomodidad del libro difícil nos obligue a pensar y caminar de otra forma.

Sebald extrae las voces del pasado de los prados por donde uno se pasea en aparente calma.

Los autores siempre escriben desde su ahora, decía, y la herida de Sebald es la de un autor que quiere curarse los traumas resucitando el pasado a través del excavar, pero nosotros lo leemos desde este tiempo abyecto de confinamientos y Covid en el que el poder y sus mecanismos nos  pretenden hacer creer que después de la vacuna volveremos al sueño de una sociedad perfecta. En Los anillos de Saturno también se encuentra una advertencia premonitoria sobre todos aquellos que sueñan con un devenir inmaculado en el que se olvide el pasado y la inmediatez. Lo dice el autor, en una cita que habría que tatuarse en los ojos en este inicio de año en que el cientifismo y el optimismo ya vuelven a hacernos creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles: “Siempre que uno se imagina un futuro perfecto, el desastre ya está cerca“. Esta advertencia de Sebald, también difícil, nos obliga a mantenernos siempre en guardia.

Os recomendaría que leáis Los anillos de Saturno y todo el maravilloso catálogo de Flâneur, pero si me lo permitís haré algo mejor: pediros que lo releáis, que os preparéis para abordar estos deliciosos libros tan difíciles y que abracéis la incomodidad del afrontar una página incómoda como uno de los actos más revolucionarios que nos exige un presente donde todo el mundo quiere jugar siempre a la banal facilidad. Sebald va por otros caminos: nos exige la dificultad, el aturdimiento, y yo agradezco a los temerarios de Flâneur que me hayan regalado su lectura. No convirtamos este libro y esta iniciativa editorial en un asunto de cuatro literatos. Intentemos que la dificultad, por una vez, sea también parte de la norma. Inténtalo. Es difícil. Pero cuando te abandonas al paseo, el disfrute de este dolor resulta algo orgiástico.