Hará casi dos años, servidora publicaba una Punyalada en este mismo digital (¿Barcelona habla catalán?, 12-02-2020) a raíz del imparable proceso de sustitución lingüística de nuestra lengua en el Área Metropolitana. Temps era temps, en el escrito recordaba unos datos en aquel momento ya vetustos de la Enquesta d’Usos Lingüístics de la Població (Idescat), muestra que analizaba el período 2013-2018 certificando que, aunque los barceloneses entienden, leen, hablan y escriben nuestra lengua en porcentajes muy altos (93,4%, 85,3%, 78,7% y 60,6%, respectivamente) el catalán era la lengua habitual de un escaso 27,5% de barceloneses y sólo un 16,5% de los conciudadanos lo empleaba siempre a la hora de iniciar conversación. El estudio añadía un panorama ciertamente oscuro en cuanto al uso frecuente de la lengua en ámbitos tradicionalmente catalanohablantes como el pequeño comercio (13,1%), bancos y cajas (24,4%) y hospitales (20,6%). El artículo concluía: “el catalán, en Barcelona, es una lengua conocida, pero que vive un proceso de desaparición.”
El debate sobre la salud de nuestra lengua ha vuelto a los noticiarios de la tribu al publicitarse un montón de encuestas recientes donde se certifica que el uso del catalán entre los jóvenes no llega al 25% en ningún distrito, situándose en porcentajes de práctica desaparición en lugares como Nou Barris (5%). Me ha provocado cierta risa, por no decir llorera, que a la mayoría de autoridades municipales y nacionales les haya cogido un repentino ataque para dotar de mejor salud a nuestra lengua; como he dicho al inicio, estos porcentajes se sabían al menos de hace un lustro sin que nadie haya movido el culo para mitigarlos.
Los catalanes, es bien conocido, tenemos una tendencia natural a currar sólo cuando tocan campanades a morts, pero hago constar en acta los datos (¡recogidos por la propia administración!) para que quien imponga cara de sorpresa quede también como un cínico. Las autoridades del país, especialmente las de ámbito cultural, sabían perfectamente lo que ocurría y han optado por sestear o reaccionar sólo cuando la pobre bestia ya ha perdido litros de sangre.
La Encuesta de la Juventud 2020, recientemente resucitada por muchos medios, certifica que el uso habitual del catalán entre la gente de 15 y 34 años (¡pronto, dicho sea de paso, la juventud llegará a los 40!) ha caído del 35,6% al 28,4%. En efecto, no existe un solo distrito barcelonés donde el catalán predomine entre los jóvenes y aparte del porcentaje llamativo de Nou Barris encontramos otros especialmente preocupantes como el de Ciutat Vella (16%), Sants (23%) o el Eixample (35,9%). A mucha gente le ha sorprendido que la mejor puntuación de nuestros barrios se la lleve Sarrià-Sant Gervas, y con un 44,9%, pero yerran el tiro completamente, porque Sarrià fue uno de los últimos pueblos que se unieron a Barcelona alrededor de 1921 y resulta muy normal que sus habitantes tuvieran cuidado de la lengua como un valor patrimonial; este punto, como ocurría en 2020 y sucede ahora, resume el meollo como ningún otro. La lengua sobrevive y se enriquece cuando administraciones y ciudadanía la conservan y cuidan de ella como clave fundamental de su vínculo cultural, económico y político.
Resulta curioso que Ada Colau y compañía hayan reaccionando a las cifras citadas afirmando que promoverán el acercamiento de influencers a las escuelas y mediante un aumento de la formación lingüística en ámbitos como la sanidad. Todo esto está muy bien, y celebraré que la alcaldesa consiga hacer interpretar El Cant de la Senyera en boca de Coldplay; pero toda medida será un simple pegote si no se promueve antes que el catalán sea necesario e imprescindible para vivir en la ciudad, lo que no sólo significa que tenga idéntica protección que el inglés en Londres o el francés en París, sino que la lengua sea un vehículo lo suficientemente prestigiado como para hacerla requisito insalvable a nivel económico y laboral. Las lenguas, contra lo que dicen los cursis, no son formas de comunicarse, sino los vehículos de coacción y poder mediante los cuales se impone una cultura. Olvidemos la poesía y hablemos claro: el catalán sobrevivirá en Barcelona (y de rebote, en todo el país) si tiene suficiente fuerza como para sustituir al español y luchar de tú a tú con las escasas lenguas globalizadas del mundo.
Las lenguas, contra lo que dicen los cursis, no son formas de comunicarse, sino los vehículos de coacción y poder mediante los cuales se impone una cultura
O te impones o haces retórica. Por lo demás, estamos peor que hace un lustro y nuestras autoridades se han mostrado incompetentes al revertir las cifras. Sigo siendo optimista; el catalán no lo destruyó ni Franco, ha tenido la fuerza suficiente como para ser la lengua minoritaria con más salud de Europa y tiene una literatura y una industria editorial de primer mundo. Le faltan, sin embargo, menos panegíricos y más recursos y ambición política. En Barcelona todavía se habla catalán y así será por muchos años. Pero en este sentido, y como ocurre en tantos otros ámbitos, necesita unos valedores mucho más competentes que los actuales.