‘Diguem-ne amor’ (en Barcelona)

En 2010, Jordi Llovet publicó en Katz Editores un pequeño ensayo dedicado a la amistad. Lleva justamente por título La amistad + Conversación con un amigo (entrevista de Llàtzer Moix). Se trata de un elogio apasionado a la amistad a lo largo de los tiempos, lleno de referencias históricas, filosóficas y literarias. Explica, por ejemplo, que Aristóteles formuló la primera gran teoría política de la amistad que, en la práctica, se encuentra en la constitución de la ciudad ideal del noucentisme catalán. Para el filósofo, según cuenta el profesor Llovet, dos buenos amigos no son más que el primer modelo consecuente, inteligente y maduro para la constitución y fortalecimiento de la polis, la ciudad. Por decirlo de otro modo, la amistad es la base sobre la que se levanta la ciudad.

De ciudad y amistad, de amor y de sexo, también habla Andrew Holleran en Dancer from the dance, novela gay sobre el Nueva York salvaje y libertino de los setenta. Recuerdo, especialmente, un fragmento bonito en el que Holleran explica que Nueva York se convierte en el espacio donde, finalmente, jóvenes procedentes de todos los rincones del país pueden ser quienes son: “Eran en extremo atractivos muchos de aquellos jóvenes la misteriosa desaparición neoyorquina de los cuales sus familias (ignorantes de su condición de homosexuales) comprendían menos que si se les hubiera llevado un accidente de tráfico”. La semana pasada, comentábamos con el librero Josep Vitas de Antinous (Casanova, 72) que es una pena que un clásico como éste no se haya traducido nunca al catalán y que, en castellano (El danzarín y la danza. Odisea Editorial, 2006), ya sólo pueda encontrarse en librerías de viejo.

Un libro siempre convoca a otros libros y, a mí, la lectura de Diguem-ne amor (Ara Llibres, 2022), el debut literario de Marta Vives (Reus, 1976), me ha hecho pensar en el ensayo del profesor Llovet y en la novela de Holleran. Conozco desde hace más de veinte años a Marta porque tanto ella como yo hemos pasado, profesionalmente, media vida en Catalunya Ràdio. Para debutar como escritora —aunque ella piense que esta palabra, escritora, le viene grande estoy convencido de que es la que le corresponde—, Marta ha escrito una recopilación de doce historias de amor real con más wasabi que azúcar. A pesar de que el título nos pueda inducir a pensar que estamos ante un libro dulzón en exceso, me da la impresión de que sus historias tienen un sabor potente, porque pican, porque cuecen por dentro. Como el wasabi, vaya.

Un libro siempre convoca a otros libros y, a mí, la lectura de Diguem-ne amor (Ara Llibres, 2022), el debut literario de Marta Vives (Reus, 1976), me ha hecho pensar en el ensayo del profesor Llovet y en la novela de Holleran

Si Marta quiere que lo llamemos amor, lo llamaremos amor, pero, en la mayoría de los casos, también podríamos llamarlo amistad que, al fin y al cabo, no deja de ser una forma de amor. Aunque seguramente no lo ha hecho de forma premeditada, su libro es un canto a la amistad y también a la ciudad porque refleja a la perfección cómo una red de afectos entre amigos acaba vertebrando la urbe. Diguem-ne amor es un libro 100% barcelonés. Es por ello que pienso que bien podría llamarse también Diguem-ne amor (en Barcelona). La ciudad, la nuestra, no es sólo el escenario donde transcurren, principalmente, las doce historias que nos cuenta, sino que Barcelona tiene un papel tractor determinante. En muchas de estas historias, el agente provocador, por decirlo a la manera de Pere Gimferrer, es la ciudad. Barcelona es el punto de encuentro de personas venidas de Catalunya y del mundo. Mujeres y hombres que, a veces, dejan atrás a la familia para construir nuevos lazos con desconocidos. Que hacen red. Personas con las que comparten alegrías y tristezas. Unos lazos de amistad con vecinos, compañeros de clase y de trabajo e incluso con el sin techo de debajo de casa…

Me gusta mucho que Marta haya escrito un libro tan radicalmente urbano. De amor en la ciudad y quizás también a la ciudad. ¡Creo que ya tocaba que alguien lo hiciera! Es como si desde hace un tiempo todo el mundo quisiera bailar con las montañas. Pienso en todos aquellos urbanitas que, durante la pandemia, inspirados en Thoreau o Quim Masferrer se han ido de la ciudad para instalarse en pueblos en busca de una vida más auténtica y que después escriben libros sobre su experiencia. Como si en la ciudad todo fuera más falso: los tomates, el aire, las amistades o el amor. En Diguem-ne amor, la ciudad no es un escenario hostil sino, en la mayoría de casos, el espacio querido, el escenario que sus protagonistas han escogido para vivir y tratar de hacer realidad sus sueños. La ciudad, en definitiva, como escenario para quererse. Leedlo. Y que Cesc Gay haga pronto la película.