La joven compositora Marta Knight durante su actuación en una azotea. ©Guillem Pacheco

La cultura sólo la salvarás tú

La Covid-19 ha afectado especialmente al universo de la cultura pero nos ha regalado pistas para conducirnos a un tipo de gestión y consumo que puede ser mucho más ágil y creativo

En la anterior Punyalada de antes de Navidad escribí que una de las gracias que nos ha regalado esta espantosa Covid-19 ha sido la obligación de replantearnos forzosamente la relación con lo que, de una manera muy nebulosa y poco científica, llamamos cultura. Si algo han demostrado las mil y una forma de confinamientos y limitaciones que ha sufrido el sector cultural, que han provocado una nueva anormalidad (ecs) ajustada a un raquítico 50% de ocupación en teatros y salas de concierto, es que nuestro ecosistema cultural ya no podrá sobrevivir con los recursos inyectados por la financiación pública. Ello se demuestra no sólo porque será difícil que los presupuestos dedicados a cultura lleguen al 2% que anhela el sector (el regalo de reyes no sucederá nunca, por el simple hecho de que nuestra clase política es profundamente iletrada), sino porque el nuevo mundo que se vislumbra pide formas de consumo y relación con la cultura tan ágiles que la administración pública ya no podrá manejar.

 

Con esto no quiero decir que Catalunya no deba ostentar un tejido cultural público competente como el de los países a imitar del civilizado norte. Durante la pandemia, he podido ver compañeros gestores, músicos y técnicos del Liceu y del TNC haciendo auténticas piruetas y sudando la gota gorda para levantar una función de La Traviata o de L’Héroe para una sala medio vacía sólo para que unos pocos conciudadanos se reconciliasen con la música de Verdi y las palabras de Santiago Rusiñol. Este esfuerzo simbólico para que la cultura pública flotase durante la pandemia debe constar en acta, faltaría más, pero tiene un límite y los grandes equipamientos del país ya no podrán resistirlo ni una temporada más. Pero esto no es necesariamente una mala noticia, pues la Covid-19 debería acelerar nuevos paradigmas que no sólo pidan auditorios y teatros mucho más ágiles sino un consumidor que también esté dispuesto a tener un papel mucho más activo (y por tanto selectivo) en lo que acaba comprando.

Concierto del ciclo Terrats en Cultura, organizado por Coincidències.

Cuando contemplaba a muchos compañeros músicos, actores y bailarines manifestándose durante la pandemia recordando a los ciudadanos que ninguno de ellos vive del aire, salté de alegría viendo cómo, finalmente, el sector cultural se reivindicaba como un factor más de la economía sin ningún tipo de complejo. Es fantástico que los compañeros no sólo exijan vivir de su trabajo, sino que se acabe de una vez con ese tópico progre según el cual un escritor o un titiritero no deben ganarse bien la vida y, si es necesario, hacer toda la pasta que sea el caso. La tendencia enfermiza de los catalanes por imponer una filosofía arte povera al sector cultural sí ha sido y es una auténtica pandemia. Digámoslo sin tapujos: la cultura debe generar dinero y vale dinero, lo que no sólo implica que nuestros poetas tengan que sufragar el alquiler y la sopa, sino que tú, querido lector, también tengas que acostumbrarte a pagar un musical en Barcelona con la misma alegría y naturalidad que cuando llegas a Londres.

El nuevo mundo que se vislumbra pide formas de consumo y relación con la cultura tan ágiles que la administración pública ya no podrá manejar

Muchos recordaréis el guirigay que se produjo el pasado mayo cuando la alcaldesa Colau intentó parir un proyecto de concierto nonato (Barcelona, ens en sortirem) para simbolizar el compromiso de la administración para con el sector musical de la ciudad y de toda Catalunya. El embrión no sólo se suspendió por su elevado coste y porque el evento no representaba la maravillosa riqueza del panorama musical barcelonés y catalán actual, sino porque la profesión reaccionó con mucho raciocinio contra el paradigma del enésimo evento fastuoso que ha sido la pauta de la gestión musical del Ayuntamiento durante tantos años. Los compañeros entendieron que no basta con fiestas mayores para remontar un sector complejo como el musical, sino que se necesitan nuevas formas más ágiles y creativas (¡y menos faraónicas!) para darle una vuelta al sistema. Hacen falta festivales y música de baile a mansalva, faltaría más, pero no esta idea socialista-colauista según la cual una crisis sistémica se arregla con una noche de jolgorio en los balcones.

Concierto de Carla Serrat. ©Guillem Pacheco

En el caso de Barcelona y la música, hay muchos gestores que ya habían avistado este cambio de rasante hace mucho tiempo, como los cerebros desvelados del grupo Coincidències. Fundado en 2013 por los gestores culturales Lola Armadàs, Isaias Fanlo y Anna Piferrer a raíz de la anterior crisis de principios de siglo, Coincidències ha parido proyectos interesantísimos en Barcelona y el Área Metropolitana como Terrats en Cultura, un ciclo que no sólo ha recuperado proyectos musicales y de otras disciplinas que los equipamientos habían dejado en el cajón durante la crisis, sino que ha redimensionado el uso de las azoteas como espacio democratizador de las propuestas culturales para un público reducido y a un precio de entradas extraordinariamente asequible. Las administraciones deberían tomar ejemplo de proyectos similares que no sólo son atractivos por su formato exclusivo y cercano, sino también por la oportunidad que nos regalan de poder interactuar con sus protagonistas de una forma más que familiar.

Terrats en Cultura ha redimensionado el uso de las azoteas como espacio democratizador de las propuestas culturales para un público reducido

El grupo Coincidències ha ido sumando a gestores de muchas disciplinas que consideran el arte potencialmente ubicable en cualquier espacio urbano. La pandemia ha dado una fuerza muy grande a proyectos de esta factura y diría que en Barcelona es el momento óptimo para que nazcan muchos más e, insistiré hasta quedarme sin tinta por el artículo, para esculpir un consumidor cultural más atento a la hora de buscar nuevos espacios de disfrute. Esto que ha hecho Coincidències con los proyectos culturales lo podemos hacer nosotros mismos en la azotea de nuestra casa de una forma muy simple. Si deseas ayudar al sector de la cultura, la próxima cena que prepares con los amigos o cuando pienses qué regalo de cumpleaños le harás al cuñado, olvídate de comprar objetos absurdos que acabarán en un armario y haz el jodido favor de imaginar un regalo único e intransferible como es un concierto, un recital poético o un monólogo. Reúne los euros que pueda entre los colegas, porque eso también es hacer política cultural.

Asistentes a uno de los conciertos del ciclo Terrats en Cultura.

Lo que propongo os puede parecer una parida monumental, pero con este simple gesto podemos empezar a salvar el ecosistema artístico. Es un ejercicio bien fácil y práctico: organiza una cena pandémica de seis personas en casa (que en un restaurante te podría costar 30 o 40 euros por barba), reduce gasto del jalar y reserva la misma cantidad o un precio algo superior para regalarte media hora de música o un recital de poesía. Pensaréis que estoy loco, pero os aseguro que muchos de los compañeros músicos, poetas y actores del país estarán encantados de venir a currar a vuestra casa o  azotea (una comunidad aumenta el número de personas y por lo tanto puede implicar más dinero ). Piensa en tu cantante o actor favorito y no pienses que se me va la bola, porque te digo que si puede hacer tres o cuatro actuaciones de este tipo al mes y lo complementa con su trabajo habitual en auditorios o teatros, el experimento le pagará el alquiler y le permitirá trabajar.

Porque eso es lo que quiere la gente de cultura: trabajar, disfrutar y hacer disfrutar, y traducir todo ello en billetes. No pasa nada por aceptarlo y tejer nuevas formas de complicidad económica con la cultura no nos convierte en buitres capitalistas. Por el contrario, el nuevo paradigma nos permite ser programadores, inventar nuevas formas creativas de hacer cultura en Barcelona que promuevan una relación mucho más directa entre el consumidor-programador y el artista. Este presente post-pandémico, repito de nuevo, me parece un instante histórico privilegiado para intentarlo de nuevo y, cuanto más actividad haya, mejor vivirán los artistas y gestores magníficos y valientes como la gente de Coincidències podrá ejercer su trabajo superando el voluntariado. Si el modelo se amplifica, a su vez, puede revertir en un nuevo universo de startupsy formas de contratación que den un empuje aún más vivo a la gestión del sector. Debemos acabar con el modelo de cultura pública y de voluntariado: es una pauta caduca y pobre.

El proyecto de creación colectiva Roges, dirigido por Miquel Barcelona, se estrenó en una azotea. ©Guillem Pacheco

El título de este artículo no es un simple ejercicio de clickbait: la cultura sólo la puedes salvar tú y, de hecho, tú eres también quien la puede enriquecer a base de regalarle nuevas formas de interacción y de consumo mucho más atractivas para el espectador y sus protagonistas. La oportunidad es única. Barcelona es el lugar para hacerlo. Ya tardamos. Ya tardas. Ya tardo. Movamos el culo, movamos la cabeza. Y paguemos, que en casa nos encanta pagar y que la gente cobre. Y cuánto más mejor.