Hay cada vez más jóvenes que, habiéndose formado en Barcelona, ​​no ven ningún incentivo para quedarse en sus barrios. ©V. Zambrano

¿Por qué abandonan Barcelona?

Barcelona va perdiendo población año tras año y su juventud, a pesar de haberse formado y amar la ciudad, ha empezado a abrazar la causa rural porque encuentra más sentido y calidad de vida fuera de la urbe

El clima bélico que sobrevuela la vida informativa y anímica de Europa ha mitigado noticias locales aparentemente menores como el hecho que, según cuenta el último informe de población Idescat 2020, Barcelona haya perdido un total de 28.000 vecinos en un solo año. La noticia no es sorprendente (la capital del país ha despedido a 120.000 almas en los últimos ocho lustros), pero no es necesario ser un genio de la estadística para ver que nuestra ciudad se desangra lentamente en términos de población. La misma fuente informativa dice que en Catalunya los nacimientos cayeron un 20% debido a la pandemia (de las defunciones no hablo, que hoy es sábado y no quiero amargaros el día), pero muy a menudo las intuiciones resultan más ciertas que los datos; los lectores sabrán de muchos amigos, conocidos y saludados que, por motivos diversos, habrán huido de los altísimos alquileres, el estrés o la polución del aire de nuestra ciudad.

Hace pocos días, me topé con un antiguo alumno de Relaciones Internacionales (24 años) que había cursado una carrera académica prototípica como para acabar trabajando en cualquier multinacional o empresa del mundo y que, oh sorpresa, me contó que ejercía de campesino en un pueblo situado a una horita de Barcelona. La anécdota es categórica; los medios de la tribu emiten recurrentemente noticias de jóvenes que huyen del precariado barcelonés abrazando una especie de neoruralismo que les permite habitar pequeñas comunas autosuficientes, disfrutar de una gran calidad de vida y teletrabajar desde una masía donde cultivan su huerto. Por mucho que las encuestas lo reflejen a medias (el propio Idescat afirma que los barceloneses de 15 a 24 años sólo bajaron de 142.803 a 142.223 en el último año) hay cada vez más jóvenes que, habiéndose formado en Barcelona, ​​no ven ningún incentivo para quedarse en sus barrios.

Servidor es más barcelonés que las baldosas del Eixample, pero entiende perfectamente a los chavales que piran de la ciudad, fenómeno al que debemos añadir la mayoría de mis coetáneos (especialmente los que carretean niños), exiliados de Barcelona porque en las afueras la vida les sale un 40% más barata. Partamos de una idea de base; la mayoría de urbanitas naturalizamos las incomodidades de vivir en un entorno ciudadano porque lugares como Barcelona nos regalan más estímulos, cultura… y dinero que Palafolls o Flix. El problema ocurre cuando, aparte de un estancamiento parsimonioso de las infraestructuras culturales, los estímulos económicos van desapareciendo. Así se da en el caso de mi antiguo alumno, quien me explicaba cómo, lógicamente, prefería vivir como un rey de la selva en su casa rural, ingresando poco más de un millar de euros, que matándose a currar para una empresa en Barcelona por 1.200 con horarios cercanos al esclavismo y un estatuto permanente de becario.

Este neoruralismo de la gente criada en Barcelona, ​​insisto, no es una postura de adolescentes ni un efecto psiquiátrico de la pandemia. Lógicamente, nuestros jóvenes huyen de una ciudad que, por ahora, les resulta casi agresiva. Esta posición es aún más preocupante si, como ocurre con el caso de mi antiguo alumno, hablamos de chicos que conocen de primera mano la mayoría de ciudades de Europa, puesto que se han beneficiado de los bajísimos precios de los vuelos continentales. Entiendo que, para muchos de nuestros actuales representantes políticos en el Ayuntamiento, entender las dinámicas vitales de estos exiliados barceloneses les sea más difícil que ponerse en la piel de un tigre de Bengala. Pero lo que cuento hoy va más allá de lo que los cursis llaman políticas de juventud y de incentivos laborales. Lo repito para sordos y ciegos: la gente huye de Barcelona porque la capital ya hace tiempo que no les regala estímulo alguno.

Este neoruralismo de la gente criada en Barcelona, ​​insisto, no es una postura de adolescentes ni un efecto psiquiátrico de la pandemia. Lógicamente, nuestros jóvenes huyen de una ciudad que, por ahora, les resulta casi agresiva

Aparte de la cultura y la prosperidad, las ciudades nos estimulan por el hecho de que aportan una visión del mundo y unos valores sólidos que nos estructuran el esqueleto del alma. Hay que vivir bastante engañado para pensar que, por ahora, Barcelona represente un proyecto estimulante para las futuras generaciones. Quien firma el artículo, repito, es un hijo de la Cuadrícula que debe ingerir antialérgicos cuando sale de la Meridiana en dirección a la AP-7 (no exagero), y las escasas veces que abandono la ciudad experimento una sensación entre náuseas y aburrimiento difícilmente explicable. Pero hoy os escribo desde un paraje que se encuentra a una hora de mi adorada ciudad, desde una casa que, sin contar con ningún lujo, podría casi comprar por el mismo precio del alquiler de mi piso en el Call, y hoy el tique del mercado no llegaba a la mitad de lo que pago (muy a gusto) a mis queridos paradistas de Santa Caterina.

Ya lo veis. Si incluso yo, la cosa más pomposamente barcelonesa que te puedas imaginar, empiezo a sentirme a gusto lejos de la ciudad… pues diría que tenemos un problema.

PS.- Alcaldes de los pueblos (despoblados) de las afueras de Barcelona; yo de vosotros iría regalando masías deshabitadas y parcelas de tierra a los jóvenes exiliados barceloneses. De ellos, y quien nos lo iba a decir, puede depender el futuro de vuestra villa chica. Hacedme caso, que este pequeño exilio presente pinta a futura desbandada. Desgraciadamente.