“Venid, abrid los ojos, extended las manos, contemplad y tocad lo que no fuisteis capaces de soñar”. Son las palabras de Joaquim Cabot, presidente del Orfeó Català, el 9 de febrero de 1908 en la inauguración del Palau de la Música. Unas palabras dirigidas a tantos escépticos, cínicos, desconfiados, pesimistas y mediocres de alma senil que ponían en duda que el ilustre joyero barcelonés sacara adelante su obsesión. Pero el Palau se construyó, pese a los obstáculos burocráticos y urbanísticos, a pesar de las dificultades económicas, a pesar de los incumplimientos con Domènech y Montaner, a pesar de haber tenido que recurrir a pequeñas donaciones personales y sobre todo al aval de todo su patrimonio: Cabot consiguió un palacio para los cantores y para la gente, no elitista pero igualmente lujoso, señorial y plebeyo a la vez, abierto y sofisticado a partes iguales, universal y barcelonés de forma simultánea. Sin un solo real de dinero público. Sin más garantía que la fe y el tesón.
El jueves 10 de noviembre presentamos su biografía en el Palau, una iniciativa que no se me habría ocurrido completar si no se me hubiera estropeado hace unos años el reloj. Hoy la joyería Soler Cabot se encuentra en la plaza Sant Gregori Taumaturgo de Barcelona y allí, en las mesas de atención al cliente, hay algunos libros viejos cerrados que contienen no sólo la larga estirpe de los orfebres barceloneses y mataronenses, sino también el poema que Verdaguer dedicó a uno de nuestros prohombres más completos de principios del XX (y que, más tarde, promoverá la construcción del monumento a Mossèn Cinto). De ahí salió la idea, no sólo para hablar de él sino sobre todo para hablar de nosotros y de cómo ha cambiado todo.
No hablamos sólo del artífice de la construcción del Palau: también de alguien que presidió la Cámara de Comercio, la Fira, el Banco Comercial o el Centre Excursionista, colaboró en el “tancament de caixes”, fue diputado provincial , escritor, poeta, crítico de arte, director de La Veu, traductor, ganador de un premio de los Jocs Florals… Hay una parte del mérito en su carácter, sin duda, pero el tema central no es éste: el tema es que hay veces en las que cultura, empresa, política y sociedad pedalean en la misma dirección. Esto es imposible sin personas con autoridad para empujar, claro, pero también es imposible cuando el marco mental que nos rodea se convierte en pequeño, egoísta, escéptico y cínico: demasiado lleno de gente que, como él decía, no es capaz “ni de soñar” proyectos ambiciosos y ya no digamos de materializarlos. Hoy en Barcelona no sólo faltan grandes ideas colectivas, sino también grandes ejecutores. Lo que sobran, eso sí, son excusas y postureos.
Hoy en Barcelona no sólo faltan grandes ideas colectivas, sino también grandes ejecutores. Lo que sobran, eso sí, son excusas y postureos
Luego vienen los destructores, claro: quince años más tarde el Palau sería clausurado por Primo de Rivera, al tiempo que el Barça, por culpa de un partido donde se pitó un himno y se aplaudió a otro (y por culpa, también, del éxito de la visita del Orfeó a Roma). A veces lo que parece universal es exactamente lo que te hace más provinciano, y viceversa: cerrar las dos entidades con más personalidad de la ciudad es, precisamente, cerrar la ciudad al mundo en lugar de abrirla. Todo el mundo sabe que en Barcelona siempre han construido el mismo tipo de personas y siempre han destruido el mismo tipo de personas, y ahora no me refiero a ideologías concretas sino a actitudes: hay gente que ensancha y hay gente que amuralla, hay gente que deja hacer y gente que obstaculiza. Luego están quienes buscan siempre culpables o simplemente ensucian.
Entre estos últimos tenemos otro presidente del Orfeó, Fèlix Millet, un ejemplo de cómo pervertir la intención inicial de un proyecto que no era para ricos, o para una élite, sino para todos. Pero si existe un caso Millet, que es la mala noticia de la ciudad, existe también el caso Cabot. Que, en el mismo discurso, remachó el clavo: “¿Y sabéis por qué ocupa lugar tan preeminente? Porque la acción del Orfeó, todo amor y generosidad, se ha dirigido no como otros a una clase determinada, ya de eruditos, de estudiosos, ya de intelectuales o artistas, sino a todo el pueblo; no ha tratado de conquistar inteligencias, sino sentimientos; no se ha dirigido a la cabeza, sino al corazón de la gente; y todos sabemos que las heridas del corazón son mortales de necesidad”. Y aquí estamos. Con la herida bien abierta.