Turistas Rambla
Turistas en la Rambla. © Laura Guerrero

Tasa turística: hablemos de valor, precio y gobernanza

Barcelona tendrá la tasa turística más alta de Europa. Así informaban algunos medios de comunicación sobre la decisión del Govern de la Generalitat de duplicar la tasa turística. Según lo acordado, Barcelona pasará a cobrar a los viajeros que pernoctan en la ciudad 12,1 euros por persona y día en un hotel de cinco estrellas; 8,14 euros por persona y día en un hotel de 4 estrellas, y 6,6 euros por persona y día en el resto de las categorías hoteleras. Algunos avanzan incluso que Barcelona podría llegar a cobrar hasta 15 euros en el caso de los hoteles de cinco estrellas, algo que el alcalde Jaume Collboni ha descartado en el corto plazo.

El debate sobre la tasa turística es un debate más emocional que económico, a pesar de que algunos colectivos del sector anuncian una oposición frontal, porque restaría competitividad al sector. Otros, por su parte, le dan la bienvenida ante aumento de la masificación turística y la obligación de dedicar una cuarta parte de todos los recursos recaudados a las políticas de vivienda y no solo a promoción turística. Todas las posiciones son legítimas, pero ninguna de ellas entra en el fondo de la cuestión. La tasa turística, tal y como está diseñada, no es una herramienta para reducir la afluencia de turistas ni sirve para reducir la masificación. Quizás el debate debería centrarse, como en otros instrumentos fiscales, en pensar el valor que genera y cuál es el precio adecuado.

El valor de un bien o de un servicio está determinado por cuánto se estima que vale en términos de satisfacción de necesidades, deseos o expectativas, es decir, su cálculo y evaluación debe hacerse en base a su utilidad, en este caso, si sirve al interés general de la ciudad. Por otro lado, el precio se refiere a la cantidad de dinero que se paga por un bien o por un servicio en un mercado determinado. En el caso de la tasa turística, no hemos analizado seriamente el valor que genera o que potencialmente puede generar, sino que nos centramos en el coste, esto es, en el precio que pagará un visitante.

El debate no debería ser el precio de la tasa turística, sino el valor que genera para conciliar y equilibrar la vida económica, social y ambiental de la ciudad

El Observatorio del Turismo en Barcelona estima que la ciudad recibió un total de 15,6 millones de turistas en 2024 y, sumados a los 10,3 millones de visitantes de la Barcelona metropolitana, alcanzan una afluencia de 26 millones de turistas. Una cifra considerable que se refleja en un impacto económico del gasto directo de la actividad turística alrededor de 12.750 millones de euros, unos 9.676 millones de euros en la ciudad de Barcelona ciudad y unos 3.074 millones en la región metropolitana. El turismo representa así un pilar indispensable de la economía local, y global, y es una fuente de empleo y motor para muchas economías locales.

Sin embargo, arrecian los debates sobre el riesgo de saturación turística de muchos destinos, y en especial sobre los impactos negativos, tanto desde el punto de vista ambiental como social. Emergen actos y manifestaciones de turismofobia como síntoma del cansancio de las ciudades y del creciente malestar en amplios colectivos de la sociedad ante una excesiva presión turística. Una realidad que muestra que no estamos ante un debate económico, sino que tiene que ver con problemas más complejos, que incluyen la movilidad, el ruido, la suciedad, la gentrificación de ciertos barrios, el aumento de los precios de la vivienda e incluso la convivencia entre los diferentes actores que interactúan en la ciudad. Es por ello que el debate no debería ser el precio de la tasa turística, sino el valor que genera para conciliar y equilibrar la vida económica, social y ambiental de la ciudad.

Turistes Sagrada Família
Turistas en una visita a la Sagrada Família. © V. Z. González

Este es un debate complejo que no se puede enfrentar desde el buenismo ni el simplismo. Hay que atender las señales antes de que se desborde la conflictividad, y para ello, necesitamos espacios de reflexión, nuevas ideas, nuevas narrativas, una oferta renovada y nuevas formas de gobernanza en un sector imprescindible. Nos enfrentamos a una verdad incómoda y nadie tiene la receta de la solución a la masificación turística. En un mundo en el que prima la economía de la movilidad, en los próximos años vamos a ver cómo las clases medias mundiales pasan de 3.500 millones de personas en la actualidad a 5.000 millones de personas en 2050. ¿Y qué hace la clase media? Viajar, y lo hace a lugares bonitos, bien conectados y con buenos servicios. Y eso se llama Europa y, particularmente, ciudades icónicas como París, Roma, Londres, Lisboa, Florencia, Madrid o Barcelona. La economía de la movilidad, y el turismo con sus diferentes palancas, como shopping, conciertos, ferias y congresos, eventos deportivos, gastronomía y cultura, ha propiciado un auge exponencial de los viajes, especialmente hacia destinos urbanos de moda generando una excesiva concentración de visitantes en ciertos lugares. ¿Es posible entonces diseñar un turismo urbano más equilibrado y sostenible, y cuál es el papel de la tasa turística?

La mayoría de las ciudades turísticas del mundo han asumido en buena parte los costes y servicios asociados a la receptividad del viajero tales como la seguridad, la limpieza o las facilidades para la movilidad. Todo era poco para atraer al turista y generar una buena experiencia que permitiera generar actividad económica y empleos locales. Hoy, la masificación tensiona la convivencia entre vecinos y turistas y genera un creciente malestar en muchos territorios o ciudades. Una de las reacciones más fáciles y menos sofisticada es atribuir a los turistas la responsabilidad de nuestras propias carencias en la gobernanza turística. La solución no es fácil, pero podemos apuntar algunas pistas que quizás sean útiles.

La tasa turística debe ser una herramienta de cambio cultural, de modernización del sector y de su gobernanza

Debemos transitar de pensar el turismo como un sector para tratarlo como un ecosistema complejo, dinámico e integrado en la vida del conjunto de la ciudad, actuando tanto en el terreno de la demanda como en el de la oferta. Eso que llamamos la economía del visitante debe equilibrar la jerarquía de los intereses —y las responsabilidades— entre turistas y residentes. El turista, en tanto que ciudadano accidental, debe tener derechos y deberes. Tiene el derecho a disfrutar la ciudad, pero no es ajeno a la responsabilidad de contribuir a su sostenibilidad, tanto económica, social, cultural como medioambiental. Un cambio cultural que exigirá mucha pedagogía y romper con algunos patrones del mundo de ayer en el que la tasa turística juega un papel central.

Esta tasa turística no puede ser ya únicamente un instrumento para la promoción turística, tampoco una estrategia fiscal finalista que se aplica al visitante que pernocta en un establecimiento legal de la ciudad y que permite redistribuir su impacto económico. La tasa turística puede generar mucho más valor. Debe ser una herramienta de cambio cultural, de modernización del sector y de su gobernanza. Por un lado, debe concentrar sus recursos en una promoción del destino segmentado e incluso microsegmentado para atraer a un visitante que entiende, respeta, disfruta y protege el destino. Por otro, debe contribuir a activar una nueva oferta en el territorio para descentralizar y diversificar los usos turísticos de la ciudad. Igualmente, debe ser una herramienta para mejorar las condiciones de vida materiales de la ciudad y de sus residentes a través de la mejora de la financiación de los gobiernos locales para ofrecer mejores servicios públicos.

El visitante al que debemos aspirar atraer es aquel que disfruta y cuida el destino independientemente de su renta

Sin embargo, si bien la tasa turística es necesaria, tiene todavía algunas lagunas, porque no es un instrumento eficiente para reducir el número de turistas o de visitantes. Pagar cinco, diez o quince euros por pernoctar en las ciudades más icónicas del planeta no parece que sea una disuasión importante en el conjunto del presupuesto de un viaje. La solución no es fácil ni evidente, y deberá ser fruto del trabajo de reflexión y síntesis de esa nueva gobernanza más amplia y sofisticada que requiere el sector y la ciudad. Una reflexión que desborda a los actores del propio sector turístico, ya que tiene que ver con la capacidad de carga física, la capacidad de carga ambiental y la capacidad de carga social de una ciudad turística, que es mucho más que cuántos hoteles o apartamentos podemos tener.

Se trata de generar una gran conversación entre oferta y demanda para reorientar la actividad turística hacia parámetros de calidad y huir de esa carrera absurda por estar en lo más alto de los rankings por el número de visitantes. Cuanta más implicación del visitante con los valores que queremos promover del destino, más eficaces serán nuestras acciones de promoción y de gestión del turismo. Existe, sin embargo, un error importante al vincular la sostenibilidad del turismo a lo que se denomina priorizar la atracción del visitante de alto valor añadido. O lo que es lo mismo, el turismo de los ricos o de aquellos que más gastan en el destino. Una trampa conceptual que es además injusta e incoherente desde el punto de vista de la ciudad abierta, inclusiva y de la sostenibilidad ambiental. Hay que decirlo alto y claro: los datos muestran que mayoritariamente los visitantes que más gastan también son los que más contaminan. Los ricos no pueden comprar el derecho a visitar una ciudad de moda excluyendo a los viajeros de menos recursos. El visitante al que debemos aspirar atraer es aquel que disfruta y cuida el destino independientemente de su nivel de renta. Cuanto más gaste, mucho mejor, pero el objetivo debe ser atraer un turismo que aprecia y respeta la identidad, el patrimonio material e inmaterial y el medio natural del destino, convirtiéndose en ese ciudadano accidental con derechos y responsabilidades.

En definitiva, necesitamos una nueva gobernanza del turismo con una mirada renovada sobre la sostenibilidad económica, social, cultural y medioambiental de la ciudad. El turismo no es únicamente una actividad económica, es un proceso social que requiere una gobernanza mucho más inclusiva y sofisticada y que requiere de la participación y concertación de amplios sectores políticos, económicos y sociales para renovar su licencia social para operar ofreciendo respuestas a sus impactos negativos. Un debate complejo y profundo en el que hay que desconfiar de los que ofrecen soluciones rápidas y milagrosas que polarizan los debates, o de aquellos que los simplifican reduciéndolo a una única problemática. En ese debate, la tasa turística juega un papel relevante, porque puede generar mucho valor, en el que el precio no es la variable más importante. El turismo es un potente factor de transformación socioeconómica y un agregador de singularidades creativas. Demostremos que en Barcelona tenemos la capacidad de innovar y de construir nuevas coherencias y síntesis con audacia, diálogo, creatividad y eficiencia. Nos jugamos mucho en ello.