'La Materia', de la bailadora Olga Pericet, ha podido verse este mes de enero en El Mercat de les Flors.

La mujer guitarra

La bailaora Olga Pericet encarna a la guitarra flamenca en un espectáculo de danza colosal

A la hora de justificar la manía de tocar la guitarra y haciendo gala de una poesía ciertamente barata, todos los instrumentistas del mundo hemos equiparado nuestro querido pedazo de madera al cuerpo de una mujer. Cualquier tópico, por manoseado que pueda ser, esconde cierta verdad; en dicho caso, y de forma más obvia, el parecido que guardan la caja y la tapa armónica de una guitarra a la cintura y las caderas de una hembra, pero también –siguiendo lo heteropatriarcal– a la imposibilidad de domar la sonoridad de una ingeniería instrumental complejísima que, de ser abandonada sólo unos días, te responde con desdén, mala cara y un timbre dolorosamente gris. Reconozco que asistí a La materia (la segunda parte de la trilogía sobre la guitarra flamenca de la bailadora Olga Pericet) con toda esta paja mental en la cabeza, intrigado por cómo una bailaora se aproximaría a un instrumento que el imaginario masculino ha hecho tan suyo.

Cuando todo acabó, devine pensamiento y entusiasmo. Desde hace bastante tiempo, quién sabe si por cosas de la edad, salgo de los teatros, cines y espectáculos en general de mi aburrida Barcelona absolutamente indiferente, sin ninguna idea nueva para traficar. Por fortuna, cuando piro del Mercat de les Flors la experiencia resulta radicalmente opuesta y, desde esta Punyalada, envío por ello un sonoro aplauso a su directora, Àngels Margarit, porque ha logrado conseguir que vuelva a tener muchas ganas de agarrarme a un sillón (y también porque dirige un equipamiento centrado en acompañar a los artistas, desplegar al máximo su creatividad y tener la delicadeza de explicar sus espectáculos a los profanos en danza sin pedantería). Éste La Materia de Pericet sigue este mismo camino, porque puede no tenerse ni reputa idea del arte del movimiento y, sin embargo, pasar más de una hora rezando para que el espectáculo no se acabe nunca.

Sobre danza, lo admito, no tengo ni folla. Pero sí la suerte de haber pasado miles de horas en compañía de una guitarra (y su materia) y también de haber escuchado en directo a los mejores tocadores del mundo, con lo que me autorizo ​​a decir que la obra de la señora Pericet es una aventura colosal. Hija cultural del tablao, pero formada en el clasicismo, la bailaora consigue urdir un espectáculo donde su cuerpo se transforma de forma paulatina en el propio medio. Acompañada por el también excelente bailador Daniel Abreu, Pericet fabrica una genealogía del instrumento; inicia la aventura desde la madera misma, entrando tímidamente en contacto con los cortes de madera, que acaricia primero con los pies, para después empotrar el cuello del instrumento en la espalda y modular la propia cintura con la curvatura de sus aros; a esto se le llama reapropiación y el resto son mandangas.

Tengo que ir mucho más al Mercat de les Flors, hay que ir mucho más, porque, hoy por hoy, es de los pocos lugares de la ciudad donde ocurren fenómenos serios

Desde esta física primordial, la bailadora nos dispara a cotas altísimas de pensamiento. Con dos guitarras en sus brazos, Abreu rompe el juego de la guitarra desde la pura intimidad a la empresa imposible de llenar un escenario. Luego está, sólo faltaría, la seducción de la sonoridad: la bailaora –quién sabe si inspirada por los colores de la roseta– se acerca al reto de la totalidad sonora envolviéndose una mantilla en la cabeza, para recordarnos que la victoria de nuestro instrumento radica sobre todo en la tirantez tortuosa de las cuerdas. Todo esto la tía se lo casca mezclando sin pudor la tradición flamenca con la samba, el jazz, el rock (incluso la cosa cabaretera) sin ningún tipo de complejos. Hay que tener un buen par de todo, porque Pericet debe hacerse reina del escenario acompañada de un grupo de músicos importantes donde destaca un bajista, Juanfe Pérez, que es de otro mundo.

De hecho, a riesgo de parecer grosero, lo sorprendente es como el cuerpo de apariencia pequeña y frágil de la protagonista se hace ama de la sinfonía musical de su grupo de hombres, dirigiendo la orquesta de los sonidos a voluntad (me hizo mucha ilusión volver a escuchar el Capricho Árabe de nuestro querido Francesc Tàrrega, que tantas veces había tocado de adolescente, en un arreglo precioso). Vamos, que todo fue algo muy bestia y espero que la tercera parte de esta trilogía llegue en breve. Tengo que ir mucho más al Mercat, hay que ir mucho más, porque, hoy por hoy, es de los pocos lugares de la ciudad donde ocurren fenómenos serios (este fin de semana estará Núria Guiu con su Supermedium, que también pinta de maravilla). Si puedo volveré a sus cómodas butacas, todavía cautivado por el privilegio de haber podido admirar a una bailadora convertida en mujer guitarra.