Barcelona y las librerías bonitas

¿Cómo puede ser que una ciudad tan literaria como la nuestra no aparezca prácticamente nunca en los listados de las librerías más bonitas del mundo? Buena pregunta, ¿verdad? Digo prácticamente porque, en alguno de estos ránkings que se encuentran por Internet, hay al menos una librería barcelonesa: Altaïr. Si Indiana Jones viniera a Barcelona y tuviera que preparar una nueva aventura, seguro que lo encontraríamos en Altaïr, la librería de viajes más grande de Europa donde, además de comprar una guía, un mapa o las memorias de Alí Bey puedes contactar con otros viajeros por medio de un tablón de anuncios muy concurrido. Altaïr es como una especie de campamento base donde también se pueden comprar complementos de viaje —cantimploras, toallas de microfibra, navajas multiuso…— y pequeñas piezas de artesanía, traídas de los cinco continentes y expuestas en elegantes vitrinas que hacen pensar en un bazar oriental. Para el amante de los libros y los viajes, Altaïr es siempre una promesa de aventura y, ahora que la covid-19 nos obliga a quedarnos quietos, metadona para los yonquis de los viajes.

Pero volvamos a las librerías más bonitas del mundo. ¿Cuáles son las que aparecen en todos los listados? Para empezar, la Shakespeare and Company de París, la mítica librería anglosajona junto a Notre Dame que frecuentaban Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald o James Joyce y, más tarde, algunos beats como Allen Ginsberg o William Burroughs. El Ateneo Grand Splendid de Buenos Aires, ubicada en un antiguo teatro del barrio de la Recoleta y considerada por National Geographic la más bonita del mundo, también es un clásico de los ránkings. Por supuesto, la maravillosa Livraria Lello de Oporto a la que Harry Potter, por arte de magia, ha convertido en atracción turística de primer orden, aunque muchos sólo entren para fotografiarse en su impresionante escalera modernista. ¿Seguimos? La Selexyz Dominicana de Maastricht, una iglesia de más de 700 años reconvertida en templo de la literatura, te deja con la boca abierta. Entre las más bellas también encontramos librerías pequeñas, caóticas o decadentes como la Acqua Alta de Venecia, una librería de segunda mano con montañas de libros por todas partes donde los gatos hacen la siesta. O la Atlantis Books de Santorini, una librería griega muy particular que abrió sus puertas en 2004 en esta isla del Egeo tan pintoresca. La regentan un grupo de amigos internacional que han sabido convertirla en un centro de cultura y una visita obligada para literatos.

Altaïr es siempre una promesa de aventura y, ahora que la covid-19 nos obliga a quedarnos quietos, metadona para los yonquis de los viajes

Lo admito: me da un poco de rabia que Barcelona no sea conocida también como una ciudad de librerías bonitas. Especialmente porque el amor que sentimos por los libros los barceloneses está fuera de duda. En Sant Jordi nos lanzamos literalmente o literariamente a las calles para hojear y elegir libros en uno de los actos de amor a la literatura más masivos y bonitos que debe haber en el mundo. Barcelona ostenta también el título de capital de la edición en lengua castellana y sin ella no se explicaría, por ejemplo, el boom latinoamericano. Por lo tanto, repito, ¿cómo puede ser que Barcelona no tenga, de forma permanente, varias librerías en los listados de las más bonitas del mundo?

El interior de Altaïr, ubicada en la Gran Via, en el centro de Barcelona.

Sinceramente, no lo sé a ciencia cierta, pero sospecho que no ha ayudado el hecho de que algunas de nuestras librerías históricas hayan cerrado o, en el mejor de los casos, hayan tenido que trasladarse a barrios con menos presión turística y, por lo tanto, con alquileres más razonables. En este sentido, una de las pérdidas más sentidas es la de la librería Canuda —El Cementerio de los Libros Olvidados de Carlos Ruiz Zafón en La Sombra del viento—, que cerró sus puertas en 2013. Para quien tenga interés, en La Canuda i el comerç del llibre de vell (Comanegra, 2020), el filólogo Manuel Llanas repasa de forma amena la historia de esta popular librería. También podríamos citar la desaparición de Ancora y Delfín o el traslado de la Jaimes o la Documenta. Una pena.

Prefiero vivir en una ciudad donde las librerías no son reliquias del pasado convertidas en atracciones turísticas, sino faros que nos iluminan entre tanta oscuridad

¡Eh! Pero esto no quiere decir que Barcelona se esté quedando sin librerías. Al contrario. Creo que tenemos un ecosistema rico y saludable formado por grandes librerías muy consolidadas como La Central, Laie o La Casa del Libro y por pequeñas librerías de barrio o especializadas que, quizá sin hacer mucho ruido ni salir en Instagram, cuentan con una clientela fija y entusiasta. Pienso, por ejemplo, en Antinous o On the Road. La Calders y La Nollegiu se han convertido en dos potentes centros de promoción de la lectura en estos últimos años. ¡Ni siquiera la covid-19 ha frenado la apertura de nuevas librerías! Si, antes del verano, levantaba la persiana la nueva Ona Llibres, este otoño lo han hecho o lo harán la Fahrenheit 451 de la Barceloneta, Byron o Finestres.

Por lo tanto, a pesar de que me gustaría que Barcelona fuera conocida mundialmente por sus librerías bonitas, prefiero vivir en una ciudad donde las librerías no son reliquias del pasado convertidas en atracciones turísticas —de eso, los barceloneses, ya vamos bastante servidos—, sino faros que nos iluminan entre tanta oscuridad.