Asistí al World Urban Forum de Naciones Unidas en la ciudad polaca de Katoviche, a 752 kilómetros de Kiev (Ucrania). La última semana de junio de 2022 nos reunimos alcaldes y alcaldesas, personas expertas, personas de la academia, especialistas en diplomacia de ciudades, etc… para reflexionar sobre la mejora de los entornos urbanos y la calidad de vida. Estábamos situadas a pocos kilómetros de la frontera con Ucrania, pero trabajamos con toda normalidad. Según datos de ACNUR, Polonia ha acogido más de dos millones de personas de Ucrania que huyen de la guerra, la gran mayoría mujeres y niños. Es la oleada más grande de refugiados que acoge el país desde la Segunda Guerra Mundial.
Hablando con un alcalde de la población de Kielce, que, por cierto, hablaba catalán y castellano, puesto que fue jugador de balonmano del Barça, me decía que las ciudades y poblaciones polacas y su vecindario, organizado en entidades o asociaciones, están haciendo de salvaguardia de los Estados europeos para gestionar la situación. Los vecinos y vecinas proveen de techo, las organizaciones solidarias de alimento y los municipios proveen de escuela, sanidad y cuidados a aquellos que lo han tenido que dejar todo.
Las ciudades y pueblos que atienen desde la proximidad tienen límites para gestionar situaciones tan complejas y masivas como esta y los Estados, a veces, son demasiado lentos y poco próximos. Cuando hablamos de gobernanza multinivel, hablamos de responsabilidad compartida y de alineación en la aplicación de las políticas públicas, sobre todo, en las situaciones de emergencia. Ante la necesidad de acogida de ciudadanos ucranianos todas las administraciones tienen que estar alineadas, puesto que, en caso contrario, quien lo sufre es quien es más débil.
Lo vimos en Lampedusa, pero también en Lesbos, donde en 2017 pude visitar varios campos de refugiados. ACNUR gestionaba uno de los campos más importantes con el apoyo de muchas ONG para garantizar los servicios y la atención, principalmente, a familias. Una cuestión fundamental es la ingeniería y planificación que hay en un asentamiento de estas características (a pesar de que sea provisional, tiene que garantizar la dignidad de los que están). Tal y como planificamos una ciudad, hay que prever el abastecimiento de agua y energía, la evacuación de aguas sucias y los residuos. También es importante una estructura coherente que promueva una ordenación digna del entorno, aunque sea sencilla. Los espacios educativos o de ocio, o de reunión tienen que estar indicados y respetados por parte de todo el mundo. Esta planificación tan básica no la vimos en el campo de Moria, a pesar del gran trabajo de las ONG. El campo de Moria, controlado en este caso por el estado griego, parecía una cárcel, desestructurado y masificado. Denotaba cierta improvisación, pocos recursos y muchas dificultades para la prestación de servicios que comportaba una salubridad insuficiente.
El alcalde de Mitilene, la capital de Lesbos, con quién me entrevisté personalmente, tenía claro que la isla hacía de buffer o de escudo para retener la entrada en el continente europeo de las personas refugiadas. Ceuta y Melilla también son un buffer que nos debe preocupar.
Estaba en Katovice cuando acababa de pasar la tragedia de Nador que, en mi opinión, no podemos despachar sin más. Los Estados no pueden seguir utilizando de buffer a las ciudades y pueblos que están aislados del continente. Polonia es Europa y Europa con Ucrania no tiene buffer, hay continuidad territorial. Las ciudades han abierto las manos, ahora hace falta que los gobiernos las apoyen, puesto que la responsabilidad multinivel no es solo aprobar las sanciones económicas a Rusia sino también participar en el mantenimiento del estado del bienestar europeo y las ciudades solas no pueden hacerlo.