Enric Granados, la calle que podría ser perfecta

No hay ninguna calle perfecta en una ciudad, pero algunas se acercan. Es lo que le pasa a Enric Granados. Es una de esas calles que ha sido víctima de su belleza y de su tranquilidad. Es un oasis. Ya era una superilla o un eje verde hace más de 20 años, mucho antes de que estas vías sin coches se extendieran y se popularizaran en Barcelona. Está rodeada de las calles con más tráfico del Eixample. La Avenida Diagonal en un extremo, Balmes y Aribau que la flanquean y Aragó que la atraviesa. Y en medio del gris de estas calles, una vía de escape, llena de árboles, donde el peatón tiene preferencia y la bici puede circular sin peligro.

En Enric Granados no se trabaja; se descansa, se queda, se pasea, se camina. Parece un lugar para respirar y escaparse, aunque sea durante un rato, del ritmo frenético que hay en las calles que la rodean. Quizá por eso ha tenido que pagar el peaje que ha pagado. El de las terrazas. Se ha convertido en un ejemplo del monocultivo de la restauración y en un símbolo de los problemas de ruido.

Es la calle del Eixample que tiene más terrazas: el 60% de los locales tienen una, de hecho, hay más terrazas que bloques de pisos de vecinos, 115 a 114, según datos del Ayuntamiento de Barcelona. Porque Enric Granados es la calle de los encuentros, de las conversaciones animadas, de la cena antes de la copa, de las quedadas después del trabajo, es la calle de los camareros que saludan con un hola, ¡chicos! o que se toman todo el tiempo del mundo para hacerte un té de diseño o servirte unos pancakes. Es la calle de los primeros locales más hipsters de la ciudad, como la hamburguesería El filete Ruso o AutoRossellon, de los locales de brunch rodeados de otros mucho más tradicionales. El de la restauración, sin embargo, no es el único peaje que ha tenido que pagar esta calle. Como está pasando en toda la ciudad, aquí cada vez cuesta más encontrar vecinos. Según uno de los principales portales inmobiliarios, todos los pisos que ahora mismo se anuncian en esta calle son de alquiler de temporada. Y no especialmente baratos.

El de la restauración no es el único peaje que ha tenido que pagar esta calle; como está pasando en toda la ciudad, aquí cada vez cuesta más encontrar vecinos

Pero su condición de calle casi perfecta nos deja imágenes buenas. Nos deja la imagen de dos vecinos, dos hombres maduros, con gafas de pasta modernísimas y gabardina anticipando el otoño, con su perro, que se encuentran, se saludan y charlan. La imagen de un chico con ropa de deporte, descansando en un banco, comiéndose un helado con cara de felicidad, la imagen de la zona de juegos infantiles justo por debajo de la calle Aragó llena de niños. La de las pequeñas tiendas de ropa, de objetos de coleccionismo, una frutería, una carnicería, una mercería y galerías de arte que conviven y sobreviven en una calle que tiene también en su ADN la modernidad barcelonesa.

La modernidad y lo que no lo es tanto. La calle también tiene una comisaría de la Policía Nacional y un bar justo delante que se llama DNI y que su propietario podría ser precisamente un exagente retirado, también hay un local de manicuras que se llama Hola, guapa y una de aquellas tiendas con las estanterías llenísimas con mil cosas y que responde al nombre de Abundante 2.

Pero lo que ahora más me llama la atención son dos vecinos que no tienen casa. Un chico y una chica que viven a la intemperie en la confluencia con la Avenida Diagonal. Siempre están de pie, no piden nada, sonríen y hablan con los repartidores de Glovo y los vecinos que les ayudan y les bajan comida. Nadie sabe demasiado por qué están ahí ni cuánto tiempo se quedarán. Son como los guardianes de la calle de Barcelona que casi podría ser perfecta.