Fotograma del nuevo anuncio de Estrella Damm.

Aquí, ahora y así

El nuevo anuncio de Estrella es un resumen perfecto del aburrimiento existencial de los catalanes y un ejemplo ideal de escapismo prefabricado

Durante el último lustro, el advenimiento del verano no lo marcaba el posado de Ana Obregón en las playas mallorquinas (boomer), la espantosa petardera de San Juan (X-er) o la apertura de puertas del Primavera Sound y pasarelas similares (millenials y etcétera). En Catalunya, hoy por hoy, el verano es oficial cuando los publicistas de Estrella Damm disparan un largometraje que ha traducido en imágenes los motivos y justificaciones por los cuales –a pesar de la crisis económica y la depresión posterior al procés– a los catalanes todavía podía motivarnos hacer maletas, viajar a Formentera y pimplarnos unas birras rodeados de carne fresca y de algún grupo espantoso de nórdicos con el solfeo suficiente como para crear una canción del verano digna. El anuncio de Estrella era un idílico refugio que todo el mundo sabía falso, edulcorado y cursi, pero que todavía tenía la gracia de urdir el sueño hipotético y factible de una buena farra sin resaca.

Me ha sorprendido mucho que el nuevo anuncio de la cerveza nostrada (un producto, dicho sea de paso, aguado como la mayoría de birras que se fabrican en este país) haya acaparado tantas críticas, porque es un retrato exactísimo del zeitgeist tribal. En la actualidad, es decir, aquí, ahora y así, Catalunya es un chaval semipijo que roza la cuarentena, fatigado de su vida insustancial, y lo suficientemente imbécil como para creer que un viaje improvisado en bicicleta le arreglará los problemas existenciales first world. Nos guste o no, ya no tenemos ánimo suficiente como para salir de fiesta y la xerinola nos aburre; somos esto, un individuo que se dirige un audio de voz a sí mismo porque no hay nadie que se le escuche. Somos esa bicicleta, ese salir de la ciudad impostado y de postín, esta tienda de campaña absurda y ese oso que emerge de los árboles simplemente para convertirse en materia de anécdota simpática en cenas futuras.

Nuestro país ha elegido tener como héroes a los alpinistas, nuestra aspiración es la de emular a Kilian Jornet y disponerse a hacer el ganso en la montaña. La única posibilidad de liberación que podemos permitirnos es una escapadita campesina con el salvoconducto de conservar el piso en Gràcia por si la aventura falla. Nuestra radicalidad es el pedal, la posibilidad de encontrarnos con dos colegas en un caminito y terminar echando un polvo a trío en una caravana; somos esta mística de comer espagueti hervidos con agua de río y sin salsa, nuestra esperanza es hacer autostop y que nos pare una viuda de sesenta años que ha recuperado el tiempo perdido leyendo Kierkegaard en la montaña y rejuveneciendo existencia y piel mediante chavales que podrían ser su hijo. Esta huida absolutamente prefabricada, la posturita de enseñar las nalgas en el bosque, es el retrato más doloroso de una gente a la que ya no queda ni glamour auto-destructivo.

Catalunya es un chaval semipijo que roza la cuarentena, fatigado de su vida insustancial, y lo suficientemente imbécil como para creer que un viaje improvisado en bicicleta le arreglará los problemas existenciales first world

Es normal que el anuncio de Estrella acabe en una calita del Empordà, porque las crisis existenciales siempre tienes que intentar cerrarlas con un pie cerca de la segunda residencia de los papis, que seguramente te esperen ahí con un platillo de sopa y el cargador del móvil para que puedas seguir escuchando tus lágrimas. Yo comparto ese estado existencial, y bien que me gustaría disfrazarme de explorador, pero, por fortuna, he podido evitar el ridículo; no sé pedalear y ya casi no recuerdo ni cómo se abre una cerveza. El mío es un aburrimiento sin bicicleta, recalcitrantemente barcelonés, que se cura con mala literatura y artículos mediocres de supuesta crítica cultural.