El ambiente y el colectivo LGTBI después de la pandemia

Hace poco más de un año que la pandemia llegó a Barcelona y desde entonces nos ha cambiado la vida poco o mucho a todos, aunque algunos hayamos tenido la suerte —toquemos madera y que sea por muchos años— de no contagiarnos. El coronavirus nos ha obligado a adoptar de un día para otro unos nuevos hábitos que, si bien poco a poco se iban acercando, apenas vislumbrábamos en el horizonte. Pienso en el teletrabajo, en la medicina a distancia, en las compras a domicilio y, por supuesto, también en los encuentros virtuales con amigos y familiares con quienes, antes de la covid-19, nos íbamos de bares o compartíamos mesa los domingos.

Hay quien dice que después de la pandemia el mundo ya no volverá a ser como lo conocíamos y que las reuniones vía Zoom y las clases en línea han venido para quedarse. En caso de que así sea, por fuerza esto tendrá un fuerte impacto en la economía y, de rebote, en la fisonomía de la ciudad. ¿Volveremos a las tiendas físicas después de habernos acostumbrado a la fuerza a comprar a golpe de clic y recibir el pedido en casa? En caso contrario, los miles de tiendas pequeñas y grandes que llenan de vida las calles de Barcelona estarían sentenciadas. Y el ocio nocturno y las relaciones sociales, ¿volverán a pasar por llenar hasta los topes bares, pubs y discotecas hasta las tantas de la madrugada?

Pertenezco a una generación para la que un sábado por la noche encerrado en casa era una derrota, pero me parece que, ya antes de la pandemia, personas mucho más jóvenes que yo se la podían pasar en pijama, tumbados al sofá viendo Sálvame y chateando con sus amigos sin un ápice de remordimiento. Hace unas semanas, un chico de poco más de veinte años para quien yo debo ser un boomer me confesaba que el confinamiento domiciliario no se le había hecho para nada pesado y que con una buena conexión a Internet prácticamente no necesita salir de casa. Tremendo.

Pertenezco a una generación para la que un sábado por la noche encerrado en casa era una derrota, pero me parece que, ya antes de la pandemia, personas mucho más jóvenes que yo se la podían pasar en pijama, tumbados al sofá viendo Sálvame y chateando con sus amigos sin un ápice de remordimiento

Esta tarde, paseando por las calles del Gaixample, me preguntaba, concretamente, cómo será, después de la pandemia, el ambiente —entendido como el conjunto de locales de ocio diurno y nocturno enfocados especialmente al público LGTBI—, puesto que las nuevas generaciones parece que cada vez tienen menos ganas o necesidad de salir y relacionarse presencialmente. Salir a ligar, de hecho, tal vez ya ha pasado a la historia porque es mucho más sencillo hacerlo a través de las redes sociales o las apps de citas. Esto, repito, no es un fenómeno nuevo, sino que hace ya años que va ganando terreno y podría explicar, en parte, la desaparición de muchos locales LGTBI míticos en Barcelona, ​​Londres o San Francisco.

Hay personas de la misma comunidad LGTBI que consideran que el ambiente ha dejado de tener razón de ser en la medida que la sociedad ha ido aceptando la diversidad. Como si ya no fuera necesario que existiera el Gaixample porque ya no corren el riesgo de ser insultados, maltratados o expulsados ​​de otros locales de la ciudad por el simple hecho de cogerse de la mano o darse un beso en público. Por lo tanto, según esta teoría, la superación del ambiente —entendido como un conjunto de sitios seguros para una comunidad amenazada— sería algo positivo, una conquista, un triunfo.

Hay personas de la misma comunidad LGTBI que consideran que el ambiente ha dejado de tener razón de ser en la medida que la sociedad ha ido aceptando la diversidad. Por lo tanto, según esta teoría, la superación del ambiente —entendido como un conjunto de sitios seguros para una comunidad amenazada— sería algo positivo, una conquista, un triunfo.

El 14 de octubre del año pasado, el antropólogo e investigador Ignacio Elipidio Domínguez y la arquitecta Zaida Muixí, especialista en urbanismo con perspectiva de género, reflexionaron sobre Urbanismo, democracia y feminismo queer en un diálogo organizado por el Centre LGTBI de Barcelona, ​​en el marco de la Bienal de pensamiento Ciutat Oberta. Una de las cuestiones que abordaron en la sesión es justamente si son todavía necesarios los barrios LGTBI (si estáis interesados en el tema, encontraréis la charla en YouTube).

El Observatori Contra l’Homofòbia ha detectado, en los últimos años, un repunte de la LGTB-fobia en Catalunya i singularmente en Barcelona. Por lo tanto, ¡al loro que no estamos tan bien!, por decirlo a la manera de Jan Laporta. Dicho esto, soy de los que piensan que el ambiente tendrá su papel en la ciudad incluso aunque no sea necesario. Pienso que es un gran activo para Barcelona, ​​un espacio de socialización interesante y útil —sí, ya sé que hay una parte del colectivo que lo considera elitista y que reivindica otro tipo de ocio LGTBI e incluso un gueto, pero este sería otro debate—. También és un motor económico que cuenta con su propia patronal (Asociación Catalana de Empresas del Colectivo LGTBI-ACEGAL) y atrae, cada año, miles de visitantes de todo el mundo a la ciudad. Sería una pena que algunos lugares míticos que antes de la pandemia continuaban abiertos siguieran pronto los pasos del Dietrich, La Bata De boatiné, el Satanassa o el Martins y también desaparecieran.

Axel Hotel Barcelona, uno de los establecimientos de referencia del Gaixample tanto para el público LGTBI local como extranjero.