Dibujar pisos

Barcelona y Madrid son ciudades tan densas por el hecho de que así los costes de construir plazas y calles salían más económicos a los propietarios, que podían compensarlos vendiendo muchas más unidades de pisos. Era un urbanismo pensado con la lógica industrial: dibujar una planta y repetirla muchas veces, construir mucho para conseguir economías de escala.

La zonificación fue inventada para separar el humo de las chimeneas de las casas. En Inglaterra, todas las zonas orientales de las ciudades son industriales, para no llenar de humo los barrios del oeste, que son los más acomodados y donde se encuentran las mejores casas. Todas las ciudades catalanas tienen también ámbitos fabriles separados de los ensanches y de los barrios residenciales. En Barcelona, el Poblenou sigue la misma malla que el Eixample, pero hasta hace veinte años era un gran polígono industrial segregado, porque ni la Avenida Diagonal lo atravesaba.

Las formas del trabajo llevan décadas evolucionando y, en cambio, los planos siguen insistiendo en separar la actividad económica de los barrios. Pero desde que se han inventado los ordenadores portátiles y se ha expandido el trabajo remoto desde cualquier sitio gracias a la nube, la actividad económica se ha diseminado por la ciudad. Cualquier rincón, incluso el banco de un parque o el vestíbulo de un hotel, pueden ser productivos. Y también la forma de diseñar y construir la ciudad ha cambiado. La disrupción digital y la circulación de ideas y proyectos por Internet ha acelerado la importación de proyectos de una ciudad a otra.

Para mi generación, criada al finales de la época analógica, Internet es todavía un invento difícil de procesar. Somos usuarios, pero acríticos, porque todavía nos fascina esta tecnología que viaja por las ondas, con imágenes y sonidos que están disponibles en todo momento. A los arquitectos nos sucede un poco lo mismo. Apenas dominábamos el lápiz y el carboncillo cuando se universalizó el Autocad, y después de años de copiar los dibujos en rotring sobre papel vegetal, ahora sonreímos cuando descubrimos que con un solo botón se pueden hacer copias de decenas de ventanas a lo largo de toda la fachada. En lugar de repetir el dibujo de la ventana, lo que daba paso a todo tipo de ocurrencias y variaciones para evitar el aburrimiento o la desidia, hemos aprendido a copiarla y engancharla con una sola orden. Hay gente creando mundos paralelos en el Metaverso, y nosotros seguimos copiando hileras de ventanas, una sobre otra.

Las herramientas digitales han cambiado ya la ciudad del siglo XXI. Ahora, muchos edificios tienen fachadas que son como tabletas de chocolate. En las fachadas antiguas los pisos principales tenían ventanas más grandes o tribunas y balcones majestuosos. Y los de las últimas plantas también eran ligeramente distintos. Era entretenido buscar esa variación en las fachadas. Dibujando con lápices, la calle siempre tenía filigranas en las cornisas y en los principales.

Pero desde que las fachadas se piensan pegando bloques digitales en el ordenador, ya no hay detalles en los pisos principales, porque son exactamente iguales que los otros pisos. Esto supone un engaño de percepción, porque si bien es cierto que desde la pantalla del ordenador el arquitecto puede acercar y alejar la fachada con el zoom del ratón, cuando caminamos por la calle, vemos muy diferente la planta baja y el primer piso de los pisos de la parte de arriba. Las ménsulas que soportan los balcones de los pisos del Eixample son esculturas figurativas preciosas que embellecen las calles. Pero hace falta andar para darse cuenta de estas cosas, y me temo que los imperativos de “productividad” penalizan estas filigranas, que no se pueden monetizar. La profesión no está para regalar horas, y en las ordenanzas nadie obliga a pensar con generosidad sobre cómo tienen que ser las plantas bajas. Las calles de las periferias que se construyen ahora son mucho menos interesantes que en la ciudad del siglo XX, porque la mayoría de los edificios se piensan moviendo el botón derecho del ratón del ordenador de forma rítmica y en altura.

Dibujando con lápices, la calle siempre tenía filigranas en las cornisas y en los principales. Pero desde que las fachadas se piensan pegando bloques digitales en el ordenador, ya no hay detalles en los pisos principales, porque son exactamente iguales que los otros pisos

De todos, Google Maps es el invento más marciano. Desbloqueo el móvil, abro la aplicación con la vista de satélite y una redonda azul intermitente indica, sobre una fotografía infinita, donde estoy en cada momento. Objetivamente, el invento tecnológico es tan potente que parece que lo tengo todo al alcance. A un arquitecto suizo le encargan un proyecto en la Costa Brava y navegando una tarde por Google Maps puede hacer ver que sabe cómo llegar, puede crear imágenes de hileras de chalets y puede hacer ver que replantará los árboles. Pero esto no quiere decir que sepa nada importante del sitio. El resultado es una repetición de chalés banales repetidos a lo largo de la calle que se han comido el bosque en Sa Riera (como denuncia SOS Costa Brava), que ni siquiera tienen preocupación por las vistas, las pendientes o el espacio público. Compare esta actuación con la ambición empleada en lugares como S’Agaró, dibujado con delicadeza por el arquitecto noucentista Rafel Masó. ¡Hace cien años de aquellos dibujos y las imágenes de la promoción de Begur demuestran que en lugar de avanzar, hemos ido hacia atrás en el arte de construir!

Dibujar es poderoso. Los dibujos engañan más que la escritura. Representar es conducir al espectador por una narrativa que no puede contraargumentarse si el contrincante no tiene las mismas capacidades gráficas. Dominar la narrativa gráfica es dominar las discusiones urbanas, porque los planos y dibujos son la única verdad hasta que no aparece otra. Cuando estudiaba, tenía una amiga que tomaba unos apuntes impecables. Siempre utilizaba hojas blancas de las gruesas y Pilots negros de punta fina. Resolvía los problemas de física y matemática con unos gráficos muy comprensibles, y sus apuntes eran mucho más claros que las explicaciones de los profesores o los libros. Yo me fijaba en el trabajo que había en estos apuntes y, a lo largo de mi carrera profesional, he corroborado que la gente que se sabe explicar gráficamente sobre el papel, resulta más convincente.

Las imágenes de la promoción de Begur demuestran que en lugar de avanzar, ¡hemos ido hacia atrás en el arte de construir!

Comunicarse con dibujos es esencial, pero hace que las discusiones sean muy asimétricas, porque siempre ganan quienes dominan el oficio del lápiz, o del ordenador. Y, claro, las entidades, personas voluntarias, vecinos o espontáneos que asisten a las sesiones de participación ciudadana, no suelen coger el lápiz con destreza, y no pueden contrastar lo que los equipos técnicos son capaces de ilustrar. Por eso, publicaciones como esta, se atreven con la disciplina urbana. Porque para proyectar la ciudad, también es necesario comunicar.