Esta semana he hecho trabajo de campo. He dejado la moto aparcada y me he ido al trabajo a pie con un único objetivo: comprobar por cuántas librerías pasaba durante este trayecto de poco menos de tres kilómetros y medio por el Eixample barcelonés. Pues bien, he constatado que es perfecta o lamentablemente posible ir desde la Sagrada Família hasta Catalunya Ràdio (Diagonal 614-616), sin pasar por delante de ninguna librería. Entre Marina y Diagonal, la calle Valencia no tiene ni una puñetera librería. Y, quizás aún más grave, la maravillosa Diagonal, una de las arterias principales de la ciudad, tampoco tiene ni una triste librería entre Valencia y Beethoven, pasado Francesc Macià, a excepción de la que hay en la sede de la Diputación de Barcelona (Diagonal, 393). De hecho, si no voy equivocado, en sus once kilómetros de longitud, la Diagonal no tiene ninguna librería a pie de calle, sin contar, por lo tanto, las que hay dentro de los centros comerciales.
Desde que la mítica Áncora y Delfín (Diagonal, 564) cerró sus puertas el 18 de febrero del 2012, nadie se ha atrevido a volver a abrir una librería en una de las principales avenidas de una urbe que se reivindica a bombo y platillo como Ciudad de Literatura.
Puede parecer una cuestión menor o una simple curiosidad y, de hecho, admito que, simbolismo letraherido aparte, tiene una importancia relativa que la Diagonal no tenga ninguna librería, puesto que a la vuelta de la esquina hay unas cuantas y de gran calidad. Sin embargo, esto no significa que no sea relevante cómo se distribuyen las librerías por la ciudad. El año pasado, coincidiendo con Sant Jordi, ACN publicó un análisis de datos interesantísimo a partir del directorio de librerías del ayuntamiento que permitía extraer algunas conclusiones sustanciales. La primera, que diez de los doce barrios con la renta más baja de la ciudad no tenían librería alguna. La segunda, que más renta tampoco es sinónimo de más librerías. De hecho, sólo la mitad de los barrios ricos superaba la media de librerías. En cualquier caso, el distrito que hace un año acumulaba más librerías era el Eixample, con 110, seguido de Ciutat Vella, con 50.
Si uno tiene ganas de leer, es evidente que no dejará de hacerlo porque no tenga ninguna librería al lado de casa. Pasar una tarde hojeando libros en Laie, Central, Ona, Finestres, Documenta, Nollegiu, Calders o en cualquiera de las grandes librerías de la ciudad, bien que se merece un paseo. Sin embargo, es importante que todos los barrios tengan sus propias librerías. En primer lugar, aunque parezca estúpido, para recordarnos que los libros existen. Que las calles estén llenas de escaparates con libros es una forma de potenciar la lectura, de hacerla presente, estoy convencido de ello. En segundo lugar, para promocionar a los autores de kilómetro cero y, cuando digo kilómetro cero, me refiero a autores del mismo barrio o de la misma calle. Como autor, sé lo valioso que es que el librero del barrio hable de tu libro a tus vecinos. Y, en tercer lugar, porque las librerías son mucho más que tiendas que despachan libros. Organizan clubes de lecturas, talleres infantiles, presentaciones… Son faro y motor de cultura.
En este sentido, aplaudo con entusiasmo la reciente apertura en el distrito de Nou Barris de Acció Perifèrica-Llibreria LGTBI i transfeminista (Francesc Bolòs, 28), por parte de un joven y valiente vecino de Torre Baró. ¡José Antonio Martínez, que tengas mucha suerte y éxitos!