Entre 1954 y 1980, Patricia Highsmith (1921-1995) escribió cinco novelas protagonizadas por Tom Ripley: A pleno sol, La máscara de Ripley, El amigo americano, Tras los pasos de Ripley y Ripley en peligro. Cinco magníficas historias que pueden leerse independientemente pero que en el 2009 Anagrama tuvo el acierto de reunir en dos volúmenes. Tom Ripley es la creación más célebre de Highsmith. Un antihéroe atractivo, refinado y amoral que ha fascinado a generaciones de lectores y, gracias a dos buenas adaptaciones cinematográficas, también a espectadores de todo el mundo.
En 1960, René Clement llevó A pleno solo a la gran pantalla con un jovencísimo y seductor Alain Delon en el papel de Ripley. En 1999, Anthony Minghella estrenó un remake exitoso de la novela, El talento de Mr. Ripley, con Matt Damon como Ripley, Jude Law en el papel del amigo Dickie Greenleaf y Gwyneth Paltrow en el de Marge Sherwood, la tercera en discordia. Siempre he creído que a Matt Damon, con esa cara de chico WASP bonachón que tenía de joven, le pegaba más el papel de Dickie. Por el contrario, Jude Law –mirada seductora y felina de hombre capaz de cometer los crímenes más execrables sin que ni siquiera se le arrugarse la camisa de hilo–, habría sido un Mr. Ripley sensacional.
El caso es que hace unas semanas me encontraba devorando las últimas páginas de Mr. Ripley. Tom se había casado con una rica y sofisticada heredera parisina de moral más que relajada: Heloise Plisson. Guapos, jóvenes, hedonistas y bien situados económicamente. Estaban hechos el uno para el otro.
La casualidad ha hecho que mientras saboreaba, como decía, las últimas páginas de Mr. Ripley, Netflix estrenara First Class, una producción de The Mediapro Studio y Rara Avis ambientada, principalmente, en Barcelona que ha levantado bastante polémica. La coincidencia temporal hace que, en ocasiones, establezcamos relaciones entre elementos que poco o nada tienen que ver unos con otros. Me ocurre a menudo y creo que he hablado alguna vez de ello en esta misma columna… El caso es que ante el alud de comentarios provocados por este programa de televisión me decidí a verlo, aunque sólo fuera un capítulo. Por si todavía no sabéis de lo que hablo, os diré que First Class se presenta, textualmente, como un reality que sigue la vida en Barcelona de un grupo de amigos que comparten su amor por la moda excesiva, las fiestas de lujo y los eventos exclusivos. Imbuido como estaba por el universo sofisticadamente perverso de Ripley, el visionado de First Class no podía resultar más desolador. El programa está protagonizado por un grupito de hombres y mujeres pretendidamente creativos, pretendidamente sofisticados y pretendidamente ricos que se interpretan a sí mismos con mayor o menor fortuna. Debemos suponer que el objetivo del artefacto es que la gente sencilla descubramos cómo vive y se divierte cierto tipo de ricos con una mezcla de fascinación y envidia. Sinceramente, si ésta es la gente guapa de Barcelona, a mí presentadme la fea.
First Class no es ni remotamente para Barcelona lo que La Grande Bellezza fue para Roma, escribía acertadamente este fin de semana en ABC Salvador Sostres que de esto del Upper Diagonal sabe un rato –solo hay que comparar la magistral escena de la fiesta a ritmo de Raffaella Carrà de la película de Paolo Sorrentino con la del miniguateque del primer capítulo de First Class–. Tampoco es una parodia divertida y petarda de los pijos de la ciudad al estilo de La Casa de las Flores. Los protagonistas de First Class no hacen reír, aunque salta a la vista que ellos se hacen mucha gracia, sino más bien vergüenza ajena. Y, por supuesto, el reality barcelonés está a años luz de El imperio de la ostentación donde sus protagonistas, la flor y nata la comunidad asiática de Los Ángeles, sí parecen realmente millonarios, frívolos y extravagantes. Quizás porque en realidad lo son.
Los protagonistas de First Class no hacen reír, aunque salta a la vista que ellos se hacen mucha gracia, sino más bien vergüenza ajena
Si lo mejor que podemos aportar como ciudad a este tipo de programa es esto, quizás nos lo podríamos haber ahorrado. Se me ocurre sin embargo que, si Netflix y este formato se hubieran inventado en los años setenta, la fauna que pululaba por Bocaccio, lo que Sagarra llamó “Gauche Divine”, sí habría protagonizado un reality jugoso sobre la gente guapa de Barcelona. Oriol Regàs, Ricardo Bofill, Colita, Teresa Gimpera, Maruja Torres, Beatriz de Moura y Òscar Tusquets, los tres hermanos Goytisolo, los dos hermanos Moix, Jaime Gil de Biedma, Gabriel Ferrater, Oriol Bohigas, Carlos Barral, Jorge Herralde… Una Barcelona de gente deslumbrante, creativa y llena de talento, que tanto practicaba la libertad como el libertinaje. Personalmente, os confieso que sería un espectador entusiasta. Quien sabe, quizás alguien se atreva a hacer una buena película algún día y sea un éxito.
Hasta entonces, hacedme caso, no perdáis el tiempo con First Class y zambullíos en el universo Ripley. 1.280 páginas de inteligencia, elegancia y, digámoslo todo, seductora amoralidad.