Paren máquinas, que Roger Mas ha vuelto a grabar un álbum con la Cobla Sant Jordi. Ya han pasado doce años desde el primer volumen de esta historia de amor que no ha dejado de sumar conciertos en todos nuestros países. Lo primero que debe comentarse de esta segunda entrega es un cambio de tono general respecto a la sinuosidad telúrica de la primera: en un tiempo de minorización cultural de todo lo catalán, con la lengua bajo mínimos y los ánimos bajo tierra, Mas ha optado por dispararnos una obra esencialmente alegre, contraculturalmente catalana (lejos del mal humor y arisco carácter ancestralmente asociado a la tribu), pues sabe que las batallas no se ganan autocompadeciéndose ni haciendo cara de preocupado, sino ensanchando la base del buen humor. El cantautor se pone feliz, casi sinatreando como un cantante barista, y ese cambio de guion provoca que sus reivindicaciones sean aún mucho más valiosas.
La máquina sonora de esta nueva obra funciona a la perfección, gracias a los arreglos de Xavier Guitó (¡musicarro!) y del buen oficio de los profesores de nuestra copla. Mas ha querido llenar el disco de lenguas hermanadas, como el quebequés o el italiano, no para realizar turismo idiomático, sino para demostrar que —a partir de nuestra lengua— se puede viajar por todo el mundo sin ningún tipo de complejo. La lengua está toda, en efecto, y es así como en la bellísima Tres branques se encabalgan una canción de cuna valenciana, una popular illenca y una locura carnavalesca de Solsona. Sí a tot, escolti. Roger no ha renunciado a su cara más triste, presente en la canónica Si tu m’ho dius (¡qué bien aliñada con el sonido lamentoso y incisivo de la tenora!), pero resulta sintomático que el disco se cierre con una versión de I la pluja es va assecar, punto de unión de nuestro cantautor con los héroes musicales catalanes que le han precedido.
Pase lo que pase, las nubes se acabarán largando. Éste es el corolario de una serie de canciones maravillosas con las que Mas sigue reivindicando que la mejor forma de llegar a la universalidad es con el ultralocalismo y que nuestro país es nuestra lengua (una idea harto compartida por la mayoría de naciones del planeta, dicho sea de paso). Es necesario que todo el mundo escuche este volumen segundo del tándem Mas-Sant Jordi, debidamente sellado en la sardana Massardana, y que pronto nuestro querido solsonense universal gire por todo el mundo como embajador del país. Yo sugeriría conciertos en las principales ciudades de la tierra, empezando por Manhattan, Londres, Venecia… y a partir de ahí llevarlo también a urbes de menor entidad como París o Madrid. Es necesario que todos los melómanos del mundo, antes de diñarla, admiren la voz baritonal de nuestro Roger y así puedan contar el milagro a su descendencia.
Hay que celebrar que, en este tiempo tedioso, de penumbra absoluta, alguien nos haya devuelto el disfrute de cierta beatitud
Si alguien todavía duda de la solidez de la copla como instrumento a la hora de ser el centro de un álbum contemporáneo, que repase el capítulo que le dedica el querido compositor Joan Magrané en el magnífico libreto Antologia sentimental de la música catalana (Peu de Mosca, 2022), y así entenderá mejor una formación que enamoró a mis queridos Ígor Stravinsky y Leonard Bernstein. Si estos dos gènits renacieran estarían encantadísimos de pasarse la noche entonando estas canciones, como hacemos en casa a menudo mientras nos preparamos para cocinar el rancho nocturno. Hay que celebrar, en definitiva, que en este tiempo tedioso, de penumbra absoluta, alguien nos haya devuelto el disfrute de cierta beatitud. Hoy escribo La Punyalada pidiéndoos que escuchéis esta música deliciosa y, a poder ser, que aflojéis pasta y os compréis el álbum o asitáis a uno de sus conciertos, que el arte no vive sólo de mis elogios…
Lo has vuelto a hacer, Roger. I en un instant, explosiu, el món es va enfonsar. Més enllà de l’horitzó. ¡Cuánta alegría!