La trama del Eixample barcelonés. ©Pepe Navarro

El Plan Colau para el Plan Cerdà

El Eixample es la contribución más importante de la catalanidad a la cultura Occidental y su primer hacedor, Ildefons Cerdà, uno de los pocos bípedos verdaderamente universales que ha parido nuestra tribu.

La frase os puede parecer alocada, exageración prototípica de alguien que como servidor ha nacido, vivido y espera palmarla en el interior de esta mi queridísima Cuadrícula, pero no hay nada más científico que cantar la grandeza de nuestro mejor ingenieroRichard Sennett lo perpetra muy bien en Construir y Habitar, delicioso libro que podéis zamparos en la bella traducción catalana de Anna Llisterri para Arcadia y en el que el proyecto barcelonés de Cerdà se sitúa a la misma altura de modernidad y osadía que la del genio boulevardista Georges-Eugène Haussman y de la imaginación de mi querido jardinero neoyorquino Frederic Law Olmsted. Bromas las justas.

Pero Cerdà flotaría sin hermeneutas yankees que lo justificasen y también sin documentales biográficos roñosos como el que le programó hace poco TV3, porque para calibrar su grandeza sólo tenéis que subir a uno de nuestros simpáticos altozanos, contemplar Barcelona, y ver cómo la matemática de las manzanas del barrio doma el movimiento y las pasiones de los ciudadanos como si les hubiera hipnotizado una princesa egipcia.

 

Barcelona siempre ha tenido una relación ambivalente con su principal demiurgo y no me refiero solamente a la polémica que quiso castrar la ambición del Pla Cerdà desde su aprobación en 1859 y que tenéis bien documentada en L’Eixample: 150 anys d’història de mi colega Lluís Permanyer (Viena Edicions). De hecho, todavía hoy la ciudad no ha hecho las paces con uno de sus padres más ilustres y resulta más que significativo que Barcelona le haya dedicado una de las plazas más espantosas y sórdidas de su territorio, que Cerdà todavía no disponga de un monumento como Dios manda en el centro del barrio que ayudó a parir (en la entrada de la biblioteca del Ateneu tenemos un retrato precioso que le pintó Ramon Martí i Alsina: cuando sea presidente de la casa me lo colocaré en el despacho para mirarlo mientras acaricio un gatito), y también que la genialísima Teoría General de la Urbanización descanse intocada en la mayoría de bibliotecas del país (afortunadamente, el Instituto de Arquitectura Avanzada de Catalunya acaba de publicar una esplendorosa traducción de la obra al inglés).

Como decía muy bien Ignasi de Solà-Morales, el Eixample encarna en si mismo la polémica porque contrapuso desde sus inicios el espíritu racional de su creador con la posterior floritura de los arquitectos que lo trufaron con una fantasía que todavía hoy sorprende a los turistas de medio mundo.

Mapa del Pla Cerdà con anotaciones bien precisas de las características de cada zona del barrio.

Cerdà inventó el Eixample dotándolo de una fuerza y estructura prácticamente militar, cerrada y hermética en su forma pero matizada con la brutal intuición cerdanesca de enjardinar sus interiores. No es extraño, por tanto, que los alcaldes de la ciudad no hayan sabido muy bien cómo acabar de adaptar el esqueleto de su forma a las necesidades de una Barcelona cambiante y que se hayan fundido la sesera con mil inventos como resucitar la idea del jardín/paseo en una versión exterior. Maragall restauró las fachadas selváticas del Modernismo para posar-la guapa, ampliando las aceras para dar aire a los peatones (la cosa tiene gracia, porque Cerdà había diseñado el barrio pensando sobretodo en fomentar el transporte de automóviles) y ahora Colau ha desembarcado en el barrio para extender superislas como las de Poblenou y Sant Antoni en el Eixample, un proyecto que la híper alcaldesa ha presentado como la culminación de sus mandatos en diez años. La idea de Colau, diuen-diuen-diuen sus portavoces, consistirá en “realizar un salto de escala” en la idea de superisla, no a base de imitarla en lugares random del Eixample, sino pacificando 21 calles verticales y horizontales (a saber, reduciendo su tránsito a vecinos y servicios) para parir el mismo número de plazas en sus cruces, de la misma forma que pasa en muchos lugares de Gràcia de guisa muy natural, y así ganar seis hectáreas de terreno verde en cada intersección resultante del invento.

Una pacificación trampa

Transcrita la propaganda y el anuncio, saquemos el bisturí. En primer lugar, tiene cierta gracia que un proyecto llamado “Superilla Barcelona” no acabe construyendo ni una puñetera superisla, sino que de hecho renuncie a las mismas para conformar intersecciones de calles pacificadas con tránsito, que es algo muy diferente. De hecho, si atendemos a las obras que Colau ha prometido materializar durante el actual mandato, el experimento consistiría en testear esta estructura en las calles Consell de Cent, Rocafort, Borrell y Girona para realizar ahí las consecuentes plazas en las respectivas intersecciones.

En este estadio del tema llegaríamos a una pacificación trampa, porque en el entorno de dichos lugares, como ya pasa en el Mercat de Sant Antoni, los coches podrían circular siempre que lo hicieran a menos de diez quilómetros por hora, pero también porque estas calles colindarían con otras donde se transitaría con normalidad (¡y quién sabe si todavía más volumen de coches!). En ese sentido, el Plan Colau sólo multiplicaría el corredor para peatones que el Ayuntamiento ya ha ensayado pintando el suelo de amarillo y con una serie de pilonas en las esquinas (de una estética estalinista, dicho sea de paso, merecedora de todo cuanto mal pueda regalar el purgatorio) y que no han causado más accidentes ni contusiones porque Dios quizás es catalán o militante de Barcelona en Comú.

El Ayuntamiento de Barcelona proyecta multiplicar las supermanzanas como la de Sant Antoni.

Más que un plan de superislas, insisto, el regalo de Colau a la ciudad consiste en mutar la antigua y genial pretensión jardinera de Cerdà, actualmente irrealizable por la colonización urbanística del espacio interior de las manzanas, por una serie de corredores verdes. Para ser justos con la administración de los Comuns, uno debe admitir que dicha pretensión (que ya se había sido tanteada por la administración de Hereu y de Trias) mejoraría la sostenibilidad del barrio creando una zona verde mucho más habitable, transitable y humana.

El problema es que aquello que se ha presentado como un plan es una simple remodelación que, licitadas la obras, empezaría en un primer estadio en 2022, justo antes de las próximas elecciones al Consistorio, ya me dirás qué curiosidades tiene la vida, y pasaría la pelota del proyecto a la siguiente administración que escogieran los barceloneses. A su vez, desplegada la pacificación de las calles, la práctica totalidad del Eixample continuaría siendo una zona transitable con automóvil, con lo cual el espíritu de Cerdà descansaría más que tranquilo, pero los apologetas del ecologismo se quedarían muy pero que muy a medias. Porque el proyecto de las superislas sólo tiene sentido, en suma, si el tránsito interior sólo se practica para dirigirse a un destino interior muy concreto.

El Plan Colau quiere crear 21 plazas en los cruces del Eixample.

Como ha explicado Salvador Rueda, sapientísima alma de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona, el modelo de las superislas puede acabar reduciendo el tránsito en un 21% no por arte de magia, sino precisamente por este factor que ahora os comentaba: no tiene sentido atravesarlas con un coche, porque la propia estructura te obliga amablemente a no entrar a no ser que te dirijas a un lugar muy concreto de aquel sector del barrio. Es por ello, y eso sí que no tiene nada de mágico, que el vehículo puede reducir la velocidad cuando se encuentra en su interior. En un modelo combinado de calles pacificadas que se enzarzan con otras transitables este factor no está tan claro, porque como uno ha visto en el experimento de la Calle Consell de Cent, los peatones tenían que estar pendientes del tránsito ocasional que entraba por las calles perpendiculares a través de sus cruces, algo que Cerdà había fomentado porque le encantaba que uno pudiera transitar por Barcelona en cuatro ruedas y a gran velocidad.

Paralelamente, el propio Rueda ha afirmado que las superislas deben ir acompañadas de una total redimensión de la red de transporte público eficaz para los barceloneses que les aleje de la tentación de entrar en un automóvil para realizar trayectos más largos que el de un paseíto. Sin agilizar los viajes que uno imagine en el interior del Eixample, el coche no acabará de extinguirse.

Con ello no pretende decir que el modelo de las superislas sea incompatible con la estructura del Eixample. Antes al contrario, justo porque si existe un barrio que pueda ser dividido en pequeñas zonas autosuficientes éste es el que ideó Cerdà (actualmente cada superisla tendría una media de 6.200 personas, prácticamente como la de un pueblecito), que además permite crearlas con una geometría perfecta.

A su vez, la idea podría prosperar de una forma muy natural en lo que toca la vida de los eixamplencs, que perimetramos nuestra existencia pensando en los colegios, los comercios y los equipamientos públicos que tenemos a pocos metros de casa. El límite de tu Eixample, dice un buen amigo, es la zona que existe desde tu casa a tu estanco o a tu quisco, una distancia que se adapta perfectamente a la noción de una pequeña ciudad en sí misma. Existe una diferencia, en resumen, entre el juego de la porosidad urbanística y el truco de añadir una zona verde rectilínea en forma de corredor a otra donde la velocidad automovilística todavía persiste, con el riesgo consiguiente de crispación que antes comentaba. Todo ello, los agentes urbanísticos y los asesores más avispados de Ada Colau lo saben de sobras, pero por cuestiones de la vida (¡y de la política!) nadie le tose en la cara a la alcaldesa porque contradecir sus órdenes implica ser vetusto o inmovilista.

De hecho, tiene gracia comprobar cómo el Plan Colau si muestra algo es la extraordinaria inteligencia política de su mastermind. Aprobándolo a medias, la híper alcaldesa ha conseguido no poner nerviosos a su socio de gobierno, el PSC, que ya hace mucho tiempo había puesto muchas pegas a la pacificación de Gràcia con la excusa que ésta mitigaba el comercio. Por otro lado, Colau sabe perfectamente que la moderación  de ERC le causó muchos problemas en el Eixample de Barcelona, donde los Comuns quieren recuperar el terreno perdido a través de mejoras de determinadas zonas verdes en pocas calles que, ironías de la vida, harán que sus respectivas fincas aumenten bastante su valor económico.

Pero la sombra de Cerdà es muy alargada, y hará que este proyecto no sólo sufra cojera, sino que acabe en tensiones de movilidad más que problemáticas

Debo admitir que la jugada es perfecta, porque Colau ha encontrado una causa sin opositores –la movilidad sostenible, el ecologismo, etcétera– que puede presentar bajo el lema “Sentido Común”, que es algo tan del 15-M como servidor… Pero la sombra de Cerdà es muy alargada, y hará que este proyecto no sólo sufra cojera, sino que acabe en tensiones de movilidad más que problemáticas. Pero todo ello, queridos lectores, sucederá tras las elecciones de turno, en las que algunos votantes viajarán encantados a la urnas para agradecerle a la alcaldesa que les haya tocado la lotería y tengan un arbolito florido justo en la puerta de casa.

Ildefons Cerdà es uno de nuestros pocos verdaderos universales.

Paralelamente, existe un pequeño detalle que no ha acabado de escandalizar a los periodistas de la tribu. Si ojeáis la espléndida versión inglesa de la Teoría de Cerdà que he comentado antes, encontraréis un mapa de su Plan con anotaciones muy precisas de cada segmento del barrio. Para decirlo con un cierto espíritu ucrónico, Cerdà parió un plan en forma de Excel. El Plan de Colau, por otro lado, se ha hecho con un simple Power Point, con propuestas pacificadoras, sostenibles y etcétera sin aportar un solo dato al respecto. Resumiendo y para no cansaros más, el Plan Colau para el Plan Cerdà demuestra principalmente una cosa: que Ildefons todavía es tan genial que acaba dejando en ridículo a los aficionados al intrusismo en este, su barrio.