La Barcelona fálica

Soy plenamente consciente de que más de un lector puede sentirse decepcionado cuando descubra que este artículo trata de arquitectura. De hecho, puede parecer que he escogido un titular con connotaciones sexuales como señuelo para conseguir más lectores. O sea, por decirlo de una forma más actual, que recurro al clickbait más elemental para generar clics. Disculpadme, pues, tanto si esperabais encontrar un artículo sobre atributos masculinos made in Barcelona y os he decepcionado como si tenéis la sensación de que, directamente, os he engañado.

Hay periodistas que tienen muy por la mano esto de escribir titulares tentadores para incitarte a abrir una determinada noticia, aunque sepas sobradamente que su contenido no cumplirá con las expectativas. Quim Monzó, que es gato viejo, de vez en cuando, les agua la fiesta vía Twitter. Pregona el contenido de la noticia, demostrando que la información no es ni tan escandalosa ni tan morbosa como el titular inducía a pensar, para que ningún otro lector caiga en la tentación de entrar y, con su clic, engorde los bolsillos del medio. Un poco como si sacara el queso de la trampa para evitar que los ratones quedaran enganchados.

Hecha esta pequeña introducción casi a modo de disculpa, de lo que quiero hablar esta semana es de la arquitectura fálica presente en nuestra ciudad. O sea, de esos edificios y monumentos que, premeditadamente o no, constituyen, por su forma, un símbolo fálico. Hace unos años, el Museu d’Arqueologia de Catalunya acogió una interesantísima exposición sobre el sexo en la época romana que mostraba cómo el falo era profusamente representado en el espacio público como símbolo de fertilidad o amuleto de la suerte. Lo mismo ocurría en la antigua Grecia. Todo esto ya forma parte del pasado, pero es innegable que seguimos erigiendo —cuidado con este verbo que ya se las trae— torres, columnas, esculturas y rascacielos de connotaciones claramente fálicas.

Si tuviéramos que escoger el gran símbolo fálico de la Barcelona actual sin duda que todo el mundo coincidiría en que se trata de la Torre Agbar, proyectada por Jean Nouvel, quien siempre ha defendido que está inspirada en Gaudí y Montserrat. En cualquier caso, podríamos empezar nuestra ruta por la arquitectura fálica de Barcelona por este edificio de 144 metros de altura conocido, actualmente, con el nombre de Torre Glòries y que, a partir del próximo año, abrirá su mirador al público.

Si tuviéramos que escoger el gran símbolo fálico de la Barcelona actual sin duda que todo el mundo coincidiría en que se trata de la Torre Agbar, proyectada por Jean Nouvel, quien siempre ha defendido que está inspirada en Gaudí y Montserrat

En el mismo Poblenou, encontramos la Torre de les Aigües del Besòs que, precisamente, hace unos años acogió una exposición sobre el escultor y pintor Josep Maria Subirachs, fascinado por el simbolismo de las torres en general y de ésta, la de su barrio, en particular.

¿Seguimos? Ahora podemos pasear junto al mar e irnos hasta el final de las Ramblas para admirar el monumento a Colón —descrito como símbolo fálico, por ejemplo, en La marge, novela sobre los bajos fondos de la ciudad escrita por el francés André Pieyre de Mandiargues y con la que ganó el Goncourt en 1967—.

Después deberíamos subir hasta la plaza del Cinc d’Oros para ver su obelisco y, quizás, para terminar, irnos hacia la plaza Joan Miró para admirar su Dona i ocell que, por mucha mujer y mucho pájaro que incluya su nombre, es un símbolo fálico como una casa.

Tras este paseo, podríamos preguntarnos si, arquitectónicamente, Barcelona es una ciudad falocéntrica —por decirlo a la manera de Derrida— y la respuesta podría dar pie, perfectamente, a una tesis doctoral sobre arquitectura muy entretenida.