Una de las cosas que más me gustaba hacer cuando vivía en Madrid era ir a comer o a cenar al mercado. Allí, la mayoría —algunos más que otros— tienen muy buenos restaurantes. No, no son los clásicos bares de mercado ni los típicos lugares turísticos: son restaurantes que aparecen en las guías gastronómicas, donde se crea un ambiente muy cercano. Confieso que cada vez que iba al Mercado de Vallehermoso, de Antón Martín o de San Fernando pensaba que, en esto, Madrid pasaba la mano por la cara a Barcelona.
Como sabes si eres lector/a asiduo/a de esta columna, hace pocos meses que he vuelto a vivir en la capital catalana. Me he quedado gratamente sorprendida. He visitado distintos mercados y he observado que se están poniendo mucho las pilas en este sentido. Cada vez más se están haciendo propuestas interesantes en muchos de ellos, —más allá del clásico bar de mercado—, dándole una segunda vida a la plaza. Te hablo de los bares/restaurantes del Mercat del Ninot, del Mercat de la Llibertat, del Mercat de la Boqueria, del Mercat de Santa Caterina o del Mercat de Sant Antoni, entre otros muchos. Suelen ser restaurantes que cocinan con alimentos del mercado, con una excelente calidad y con una carta exquisita. Créeme, la comida suele ser realmente buena.
El ambiente que se genera es imbatible. Comes viendo la vida del mercado, sus puestos y la clientela hablando con el comerciante de su tienda de siempre. En un mundo que cada vez es más solitario, esto genera una sensación de comunidad importante.
No te lo voy a negar. Para llegar al concepto de los mercados madrileños —en cuanto a la restauración— todavía queda mucho camino por recorrer. En Barcelona, la mayoría de propuestas todavía son sólo para el almuerzo y suelen contar con un público más adulto. Poco a poco. Como barcelonesa orgullosa que soy, celebro que se haya empezado a andar en esta dirección. Estoy segura de que será una tendencia que irá creciendo y que se consolidará en toda la ciudad.