Acampada de estudiantes en el Edificio Histórico de la Universitat de Barcelona. ©Laura Fíguls/ACN

La Universidad de Netanyahu y Hamás

La ruptura de relaciones entre entidades académicas es el sueño húmedo de los totalitarios del mundo

La principal aspiración de cualquier totalitario es que la población acabe cretinizándose y comprando su marco mental, por polarizador y analfabeto que sea. Así ha ocurrido esta misma semana, cuando el consejo de gobierno de la Universitat de Barcelona aprobaba romper la colaboración con las instituciones académicas y las empresas israelíes supuestamente vinculadas con el conflicto, como se dice en un comunicado, “hasta que las condiciones en la zona de Gaza garanticen una situación de paz absoluta y respeto a los derechos humanos”. Aplaudo sonoramente a los académicos del alma mater barcelonesa, porque esta decisión satisfará especialmente a un político tan nefasto como Benjamín Netanhyahu y los fascistas de Hamás, ambos interesados ​​en sacar rédito de un conflicto espantoso que se alimenta de transformar el discurso victimario en revancha militarizada. Profesores, deberían ustedes volver al cole.

No hay ninguna guerra que se acabe bombardeando relaciones académicas y saltándose las clases con tal de pasar la mañana de acampada. Por el contrario, el mensaje más poderoso contra los yonquis del conflicto es precisamente la universidad, es un congreso donde un judío y un palestino puedan charlar amistosamente sobre sus respectivas literaturas nacionales y un alumno catalán les escuche gracias a un convenio de colaboración con, por ejemplo, la universidad de Tel-Aviv. No existe una sola pugna entre hombres y mujeres que se haya resuelto con menos estudios, no hay ninguna universidad del mundo que haya fomentado la paz a base de cortar lazos con una institución (sea israelí o de Marte) con quien comparte la hermosa función de culturizar a la gente para que coja más libros que ametralladoras. Lo que ha hecho la Universitat de Barcelona es, contrariamente a lo que podría parecer, un gesto fatalmente bélico.

Yo estoy tremendísimamente a favor de que se detenga lo antes posible la barbaridad que la administración de Netanyahu está perpetrando en Gaza y también me gustaría ver cómo el presidente judío acaba pagando judicialmente las atrocidades que ha cometido contra tantas víctimas inocentes. También, faltaría más, deseo que Palestina pueda dirigirse al mundo civilizado como un estado en toda regla, a poder ser gobernado por gente mucho más sensata, laica y tolerante que los desgraciados de Hamás. Y a pesar de ello no ceso de admirar a Israel por su riquísima cultura y por constituir una de las pocas democracias reales de Oriente Medio, por mucho que ahora la monopolice una coalición política con la que no me iría ni a tomar ni un café y que ya intentó apropiarse del estado con una reforma judicial afortunadamente abortada. El gobierno de Israel me repugna, pero los israelíes –al menos– pueden echarlo mediante urnas y votos.

Lo que ha hecho la Universitat de Barcelona es, contrariamente a lo que podría parecer, un gesto fatalmente bélico

 Justamente por todo esto, quiero que la universidad pública donde estudié continúe manteniendo toda la hermandad posible con la cultura humanística y académica de cada bando, pues sólo así podremos ayudar de algún modo a la paz. Menos boicots y más Kant, queridos profesores. Resulta una auténtica vergüenza que haya 59 profesores del Claustro la UB que hayan votado favorablemente a romper relaciones con sus colegas israelíes, aunque es aún más vergonzoso que en la votación donde se aprobó esta barbaridad hubiera 37 académicos que se abstuvieran. Ésta es la posición más cínica, pues estoy seguro de que muchos de estos profesores querían votar en contra y se cagaron en las bragas en nombre de la corrección política y para no enfadar a la minoría de estudiantes que se ha manifestado pensando mucho más en su ego que en el futuro de los palestinos.

 Las autoridades de la UB todavía están a tiempo de detener una medida que nada tiene que ver con la cultura universitaria y que sólo perjudican a sus alumnos, a los que –también debo decirlo– compadezco sinceramente por tener un claustro tan profundamente iletrado. Gana la acampada, pierde el aula; esto no suele ser buena noticia. Especialmente para los buenos estudiantes, que verán empequeñecido su universo. En lo que atañe a los campaneros no me preocupo mucho, porque muchos de ellos –lo he visto por experiencia propia– acabarán ejerciendo de parlamentarios. Pagando tú y yo la nómina, of course…