Obra de la artista Rosa Tharrats en la exposición del MACBA. ©Miquel Coll

Un incendio que no arde

El MACBA presenta Apunts per a un incendi dels ulls, una interesantísima agrupación de artistas que trabajan en Barcelona. Contra la voluntad de sus organizadores, y por ironías de la vida, la muestra acaba resultando un retrato muy preciso de la decadencia y el tedio creativo que vive nuestra ciudad.

De la mano de Nietzsche y Barthes, Giorgio Agamben instauró una visión que ya resulta tópica de la contemporaneidad (¿Qué es lo contemporáneo?), a partir de la cual el ser contemporáneo es un individuo que no se acaba de adaptar a su tiempo, un ente anacrónico que, justamente porque es capaz de “humidificar su pluma en las tinieblas”, puede alejarse de la luz cegadora del espectáculo y de la distracción para transformar el presente tramándolo en relación con otras épocas. Las pesquisas del filósofo italiano me persiguieron mientras paseaba por las salas de Apunts per a un incendi dels ulls, la primera muestra de Panorama, una propuesta artística del MACBA mediante la que su directora, Elvira Dyangani Ose, ha querido acercar el arte emergente urdido en Barcelona con la escasamente disimulada intención agambiana de frenar la mirada del presente pandémico y acercarse a las tinieblas que la actualidad tinta de sombras.

No hace falta buscar un relato muy unitario en las propuestas de estos diecisiete artistas, más allá del aroma inspirador de la poesía de Gabriel Ventura que nos advierte del predominio de la visión sobre los demás sentidos (“si quemas un sentido, dice el poeta, obtienes un repertorio de fantasmas”). Tiene todo el sentido del mundo, por tanto, que la muestra tenga como portalada el frontispicio imaginario del Teatre Arnau que ha ideado Antoni Hervàs, un antiguo espacio de creación barcelonesa que la desidia del Ayuntamiento ha convertido en una especie de equipamiento fantasma en busca de una inauguración y programa que no acaba de llegar nunca; la lógica se redondea, cruzado el portal, con los sonidos guturales y el griterío enlatado de Marc Vives en la videoinstalación SSSSS (2020), un viaje marítimo del propio artista que rompe la mirada prototípica de las zonas turísticas de la Costa Brava desde una inmersión sideral antipostalista.

La contemporaneidad, decía, exige una mirada anacrónica con cierta dosis de ironía (así lo observamos en la disposición teatral tan ceremoniosa como risible que Rasmun Nilausen urde con 49 pinturas expuestas en un falso teatro griego), pero también pide la distorsión implicada en las formas de transformación corporal que El Palomar refleja amparándose en el destino queer del juez alemán Schreber. Es buena decisión que en la sala más espaciosa se relacione la búsqueda de la identidad con la reflexión sobre cómo Barcelona se ha urdido y admirado a sí misma en la arquitectura. Loren Bou y Aymara Arreaza exponen un buen repaso sobre la falsa pretensión omniabarcadora de divisar la urbe “desde arriba”, ya sea en globo, mediante la pintura batallista o en estatuas panorámicas, y tanto Eulàlia Rovira como Laia Estruch ironizan sobre el propio espacio museístico como fuente de higiene uniformizadora y burbuja desnaturalizado.

La creación Theatre of Doubts (2021), del artista Rasmus Nilausen. ©Miquel Coll

Este nuevo entorno de despersonalización, en un nuevo acierto de la comisaria Hiwai Chu, pide que el espectador de ese incendio experimente la visión en movimiento desde las mismas obras de arte. Esto ocurre de una forma más literal en piezas interesantes, de un humor quizá demasiado naïve, como el vídeo Gerundi Shipping (2021) de Clàudia Pagès, pero también en el surrealismo y la nauseabunda transitoriedad burocrática que experimenta el artista Arash Fayez a la hora de regularizar su condición de ciudadano en un nuevo país de residencia. Resulta normal que una de las piezas más celebradas del incendio sea el excelente tríptico textil Akal/Selene/Uluru de Rosa Tharrats, un maravilloso ejemplo de collages inconexos que consigue, quién sabe si involuntariamente, hermanar el interior del MACBA con los creativísimos despliegues de ropa tendida del Raval.

Resulta interesante, pues, que el MACBA se acerque a la contemporaneidad desde la vieja pretensión de hacer una no exposición que ayude al espectador a interrogarse sobre la propia entidad del museo. El problema, diría, es que la intencionalidad y el carácter político de la mayoría de artistas se hace a través de conceptos que la política y la sociedad mediática ha explotado ad nauseam y que ya no representan ningún tipo de investigación sobre lo contemporáneo. Tampoco en el sentido agambiano que comentaba al inicio de la salmodia sabatina, en la línea de este mirar atrás para poder devolver al presente con ojos renacidos. Las soluciones y los caminos que me encuentro, deambulando por el MACBA, son una regurgitación de propuestas que hemos visto mil y una veces desplegadas en los museos de todo el mundo durante los últimos veinte años, y uno tiene la sensación, y que me perdonen los artistas, que está frente a una muestra de arte mucho más antiguo que contemporáneo, más cerca de algo vetusto que de nada nuevo.

O quizás, simplemente, es que el arte contemporáneo de nuestra ciudad, más allá de mirar nostálgicamente atrás, no tiene mucho que decir. Lo cual, irónicamente, no deja de ser un retrato bastante preciso de la apatía que vive Barcelona. Un incendio que no arde, anestesiante y previsible.

El portal de papel maché de Antoni Hervàs, inspirado en la historia del Teatro Arnau. ©Miquel Coll
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